El dólar ha entrado en estado menguante. Dentro de su indiscutible dominio de los mercados desde que, en la década de los setenta del siglo pasado, bajo la Administración Nixon, se impuso el patrón dólar frente a la referencia del valor del oro. Y con la salvedad coyuntural de una fase, la actual, de paulatina revalorización, después de casi año y medio -desde el último trimestre de 2019 hasta el pasado mes de marzo- de retrocesos continuados en su cotización en los mercados cambiarios, que apunta a un repunte del billete verde americano en el conjunto del ejercicio en vigor.
Casi el 90% del tráfico mercantil de crudo -y hasta el 97% en 2017 de las materias primas- se denominan en dólares. Una hegemonía que se traslada a los mercados de capitales, en los que acapara el 65% de las operaciones y al sistema internacional de pagos y transferencias. Más de la mitad de las reclamaciones interbancarias se solicitan en dólares, cinco veces por encima del coste de las importaciones y más de tres de las exportaciones de EEUU, con las dos terceras partes de las reservas de divisas que atesoran los bancos centrales.
Pero la Gran Pandemia ha pasado factura a la divisa estadounidense. La irrupción del petroyuan, como moneda de cambio en los contratos de futuros del oro negro, no sólo está sellando alianzas con supermajors como Aramco, la petrolera saudí, la mayor el planeta, sino que está calando, como una lluvia fina, en los mercados de Asia-Pacífico, que ya superaron en 2020 a EEUU y Europa como área con una mayor demanda de consumo de petróleo.
Según Bloomberg Intelligence, el volumen de contratos de petróleo crudo negociados en la Bolsa Internacional de Energía de Shanghai (INE) alcanzó el año pasado máximos históricos y representó el 10,5 % del global, en comparación con el 6,2 % del segundo trimestre de 2018, primer año de lanzamiento de estos futuros. También la escalada del euro ha contribuido al inicio de la desdolarización de la economía internacional.
El último botón de muestra, según revela el Currency Composition of Official Foreign Exchange Reserves (COFER) del FMI, apunta a su pérdida de peso en las reservas de divisas internacionales, que se sitúan en los niveles más bajos del último cuarto de siglo. Dos analistas del Fondo, Serkan Arslanalp y Chima Simpson-Bell, no proclaman, en absoluto, riesgos sobre su liderazgo mundial. Pero alertan de la “fuerte competencia con otras monedas” usadas por los bancos centrales en sus transacciones internacionales y sus posibles efectos sobre el valor de las divisas y el mercado de bonos. La Gran Pandemia, durante la que el dólar se ha sostenido con mermas de valor, ha contribuido a que el stock de dólares almacenados por las autoridades monetarias del planeta se haya reducido de forma palpable.
En nada menos que un 12% desde la irrupción del euro en los circuitos financieros internacionales, en 1999. De representar el 71% al 59% en el que finalizó el pasado ejercicio. Tras marcar en los meses de epidemia oscilaciones de hasta el 20% en su valor con la divisa europea y del 9% respecto al dólar canadiense o australiano o con el rinmimbi chino, la denominación de su divisa en los mercados exteriores. Un baile de divisas, sin embargo, se adentra en una dimensión de paulatina recuperación del dólar, al calor del despegue del PIB americano ya en el primer trimestre del año, del 6,4% en relación al último tramo de 2020, tras constatarse un ritmo veloz de vacunaciones y, por ende, del desmantelamiento acelerado de las restricciones de movilidad social y de impulso del consumo y de las inversiones empresariales.
La pérdida de influencia del dólar le llevó a mediados de octubre a perder su estatus de moneda predominante en el sistema de pagos internacionales. Acontecimiento que no sucedía desde el mes de febrero de 2013, tal y como certificaba la Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunications que maneja las transferencias transnacionales de más de 11.000 entidades financieras en más de 200 mercados. Cetro que asumía el euro. Mientras reducía su dominio de igual modo con la libra británica y el yen, y el dólar canadiense adelantaba al yuan chino en el cuarto peldaño.
La súbita paralización del comercio global, la gravedad de los contagios y la gran virulencia de la recesión en EEUU -cuyo PIB se dejó la tercera parte de su valor en el segundo trimestre del año- además de la inestabilidad política previa a las elecciones presidenciales del mes de noviembre, hizo retroceder la cotización del billete verde, desde marzo, en un 11%.
Previamente, entre 2009 y 2019 -fase que determina el inicio del ciclo de negocios que culminó con la crisis del coronavirus, o el largo periodo de crecimiento entre-crisis- el euro se depreció en un 1,5% frente al dólar y en un 26,3% en relación al franco suizo, considerada moneda refugio, según Eurostat. Etapa que consolidó al sector exterior europeo -y español- como motor del vigor económico. La estabilidad del euro en una banda de pérdida tenue de valor ejerció de trampolín competitivo a la actividad comercial de los socios monetarios.
La pérdida de la influencia del dólar en la Gran Pandemia -dicen desde el Fondo Monetario- se debe a varios factores, entre los que cita, especialmente, el divergente comportamiento entre la primera potencia global y el resto de economías y en las distintas pautas de ejecución de los programas de estímulo fiscal y monetario en EEUU. Aunque también por la balanza de compras y ventas de los bancos centrales con las diversas monedas en función de su tipo de cambio.
En medio de ciertas valoraciones del mercado, aún minoritarias, que prolongan su caída en la cesta de monedas de los bancos centrales por la creciente diversificación de las divisas que han puesto en marcha gran parte de ellos; esencialmente, en mercado emergentes. Que, sin embargo, están lejos de cincelar un consenso de analistas. Porque, al menos en 2021, la tendencia es hacia una lenta pero consolidada recuperación del dólar.
Desde el servicio de estudios de Bankinter, por ejemplo, se pone freno en la trayectoria de depreciación del billete verde este año, y se anticipa que el diferencial de tipos se amplía a favor de EEUU. “Nuestra estimación cambiaria euro-dólar para finales del ejercicio se sitúa en una banda de fluctuación de entre 1,17 y 1,22 dólares por cada unidad de la moneda europea”. Y “esperamos que en la primera mitad del año el dólar esté más apreciado y se coloque en la parte baja de este rango e, incluso, en niveles inferiores”.
En su opinión, porque “el gap de crecimiento entre ambas economías, la estadounidense y la de la zona del euro, será más evidente a lo largo de la primera mitad del año por los distintos ritmos en sus campañas de vacunación”. Aun así, y “de cara al segundo semestre del año y al ejercicio 2022 esperamos que el dólar retome la tendencia deprecatoria frente al euro”.
Por la “pérdida de atractivo del dólar como activo refugio en un entorno de menores incertidumbres (una mayor efectividad de las vacunas y de resolución de incertidumbres políticas); por la instauración de una diplomacia americana “más transparente y menos beligerante” (menores aranceles) contra Europa, lo que se traduce en un mayor desahogo para el euro y por el aumento del gasto fiscal, un mayor déficit comercial y una mayor inflación en la primera potencia globa, que conducirán “a una mayor depreciación para el dólar”. En un rango de entre 1,20 y 1,25 dólares por euro en 2022.
En Bank of America también observan un “fortalecimiento del dólar frente al euro”; basado en cinco factores. Incluso sus estrategas, dirigidos por Athanasios Vamvakidis, sitúan el final de la senda anual de 2021 en los 1,15 dólares frente al consenso de Wall Street de 1,25. En primer lugar, porque la Reserva Federal, a diferencia del BCE, está más cerca de dar por finalizado la etapa de tipos de interés próximos a cero. Ante la proclamación, probablemente a comienzos del próximo año, de la normalización del crecimiento de la economía.
En segundo término, por los efectos balsámicos de los estímulos de la Casa Blanca, que, pese a que, por su dimensión y el deterioro que inculcarán a las cuentas federales, “facilitarán una temprana vuelta a las tasas de estabilidad del ciclo de negocios”, lo que dará alas a la cotización del billete verde. Un tercer elemento es la sólida percepción de que las vacunaciones masivas traerán el final de la crisis del coronavirus y posibilitará un repunte del PIB del 6% este año y del 4,5% en 2022, según su cálculo corporativo. Frente al 2,9% y el 3,4% de la zona del euro. Este decoupling entre ambas potencias occidentales “respaldará un mayor valor del dólar”.
El cuarto componente es la creencia, todavía dominante, de los mercados en el billete verde. Al menos a corto plazo. Y, finalmente, porque el clima inversor prepara “retornos de beneficios líquidos” de sus posiciones durante la epidemia una vez vayan desapareciendo el riesgo sobre activos a lo largo del actual segundo trimestre. A su juicio, esta corrección será de hasta el 10%. En la que el dólar volverá a ejercer su influencia.