La guerra emprendida por Rusia en Ucrania ha sido un movimiento súbito e inesperado, pero de consecuencia impredecibles en el tablero de ajedrez del orden mundial. Tal y como se interpreta en la actualidad. O, para ser más precisos, se entendía hasta la invasión de Ucrania. Porque la larga siesta geoestratégica que siguió a la Guerra Fría -desde el 11/9 de 1989, fecha de la caída del Muro de Berlín hasta el 9/11 de 2001, con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y el intento de estrellar otros dos aviones sobre el Capitolio y el Pentágono- y las tres crisis de índole económico-financiero (la bursátil de las punto.com de comienzos del milenio, el credit crunch de 2008 y la Gran Pandemia de 2020) que se han entrecruzado con posterioridad ha concluido. Hasta el punto de poder anticipar que la batalla por Ucrania ha empujado al planeta a un nuevo universo geoestratégico.
Uno de los interrogantes iniciales de este viaje a otra dimensión es si el planeta será otra vez bipolar -con China y Rusia disputando la hegemonía a EEUU, sus aliados europeos, anglosajones y Japón y Corea del Sur, pese a haber sido enemigos irreconciliables durante la Guerra Fría- y si las materias primas y carburantes fósiles -de la OPEP + y del resto de productores de gas con un interés compartido con Moscú y Pekín- impedirán, con sus altos precios y dependencia, el salto hacia la neutralidad energética de las economías occidentales. Gail Tverberg, director de Energía Económica en el Space Solar Power Institute, muestra su escepticismo sobre una temprana era de autonomía energética en Europa en oilprice.com, un portal de análisis de commodities. Con un decálogo de posibles escenarios que harían probables, aunque difícil, la salud económica de la UE en una futura guerra económica entre dos mundos que, en cualquier caso, dejará precios anormalmente elevados y una reducción de los niveles de vida de la población global. En los que el dólar será la moneda de referencia en el lado de las democracias liberales -en plena crisis de identidad- con una divisa rival en el bloque ruso-chino y una sucesión de quiebras y defaults de países y una extensión de las deudas nacionales.
1.- Colapso de la economía rusa. La contracción del consumo de energía por persona significa una reducción de la capacidad de compra individual de bienes y servicios. Horizonte en el que algunos mercados operarán mejor que otros. También en tiempos de paz global. A Rusia siempre le ha ido mejor en periodos de precios de combustibles fósiles elevados. Con la guerra ucrania en marcha, si Moscú transfiere sus exportaciones de petróleo y gas a China, dentro de un bloque común y amplio, podría alcanzar un estadio de progreso en su economía. Pero si el temor a una etapa de colapso, como la que sucedió a la desintegración de la Unión Soviética en 1991, el nivel de vida de su sociedad se hundirá sin remedio. El itinerario de consumo energético ha definido su historia reciente: creció con rapidez tras la Segunda Guerra Mundial, se mantuvo dinámica a lo largo de su trayectoria como rival de EEUU durante la mayor parte de la Guerra Fría -de 1965 a 1985- y descendió hasta colapsar en 1991. Nunca logró recuperar los niveles de comienzos de los años ochenta.
2.- El temor de Putin a una caída del barril. La antesala de la declaración de quiebra del país. Si se atiende a la evolución histórica de los precios del petróleo ajustados a la inflación, es fácil de comprobar que un largo periodo de baja cotización precede a un colapso en países productores. A través de varios cauces de perjuicio. Desde la caída de fondos de reinversión que obstruirían la demanda productiva, hasta el descenso de los ingresos fiscales asociados a la industria. En los tiempos más recientes, este escenario ha acontecido desde 2013, con el precio más bajo del oro negro de 2014. Con la salvedad del valor negativo del barril en el mercado de EEUU al inicio de la crisis del Covid-19. “A menos que una hipotética fase de bajos precios pueda ser revertida de manera rápida, Rusia, como entidad política, podría entrar en suspensión de pagos con caídas exportadora de todos sus bienes y servicios”, explica Tverberg.
3.- La relación tipos de interés-deuda. El precio del petróleo depende del equilibrio entre oferta y demanda. Pero también del vínculo deuda-tipos de interés. A mayor nivel de endeudamiento y menor encarecimiento del dinero, la cotización del crudo tiende a subir. En 2008, durante la crisis subprime americana, el barril registraba los 157 dólares ajustados a precios actuales, de 2020. Pero una vez la burbuja de la deuda estalló, el precio descendió hasta los 49 dólares. Y se deslizó a su punto más bajo cuando la Reserva Federal impuso su programa QE de compra de deuda y activos soberanos y corporativos con tipos de interés próximos a cero. La guerra de Ucrania surge con la Fed y los bancos centrales anglosajones subiendo tipos para contener la espiral inflacionista y alzas de deuda empresarial después de varios ejercicios de saneamiento al calor de las facilidades crediticias actuales. El energy crunch surgido en otoño, más visible en la Europa crudo-dependiente, cuando la economía salía del largo bienio de Gran Pandemia, con amplios planes de estímulo fiscal, ha tensionado los vencimientos de deudas. Incluso antes de la invasión, el Brent concluyó enero en 86,51 dólares por barril. El gas y el recibo de la luz habían endeudado ya a hogares y firmas empresariales e industriales.
4.- Pérdida de capacidad de consumo e inversiones. La demanda interna se desajusta con alzas del petróleo. Salarios y capital de reinversión dejan de operar como en épocas de bajos precios del oro negro. Ocurre desde los años que precedieron a la crisis del petróleo de los setenta, en los que la adquisición de viviendas y automóviles era una constante. Pero cuando los costes de extracción empezaron a subir y se trasladaron los efectos de la recién nacida OPEP, la dificultad de mantener estables los precios fue una quimera. Y en la actualidad, esta trágica relación se ve aún más enrarecida por la conveniencia, por ejemplo, de adquirir vehículos eléctricos. Al menos a medio y largo plazo. O a financiar proyectos empresariales con mayores niveles de deuda a un precio del dinero más caro y con una carestía del petróleo de tres dígitos.
5.- Nadie sabe hasta dónde podría llegar el valor del crudo. Ni del resto de combustibles fósiles; en particular, del carbón y del gas. De alcanzar los 300 dólares, como auguran voces del mercado como tope excepcional, la inclinación al uso de combustibles fósiles será patente. En términos de rentabilidad de las empresas extractoras. Contrariamente, si caen a 80 dólares durante algún tiempo más o menos prolongado, estas compañías podrían entrar en default, lo que supondría el epitafio de los combustibles fósiles. La lucha entre la Vieja Economía que ha manejado ciclos económicos desde hace siglos y los Green New Deals de sostenibilidad en EEUU y Europa creará una batalla colateral a la de Ucrania. La consecución de márgenes de beneficios suficientes para plantear estrategias de inversión fósiles en el futuro es la clave de su protagonismo en el actual periodo de negocios post-Covid. Rusia tratará de mantener el barril en torno a los 150 dólares. Aunque la incógnita es si China, el otro vértice del eje geoestratégico, y con la mayor demanda de energía global, lo permitirá. O recibirá algún tipo de contraprestación a cambio de su apoyo internacional. Porque podría no desear un decoupling con la economía estadounidense, de la que ha logrado tamaño, expansión y músculo tanto interno como exterior, en sus 50 años recién cumplidos de relaciones bilaterales.
6.- Europa, sometida a la pinza de deuda y tipos de interés. Los socios del euros -y del resto del mercado interior- no pueden permitirse una navegación económica con un crudo bajo episodios de carestía casi permanente. Con alzas de tipos a la vista -aunque aún parece que no de manera inminente, sino más bien, a finales de año- la coyuntura complica su ecuación más compleja. En particular, porque los préstamos serán más caros, habrá menos liquidez en el mercado y la senda de la recesión parecerá entonces inevitable. Y fulgurante. Frente a China, el otro gran perdedor teórico de los daños energéticos colaterales de la Guerra de Ucrania. Aunque el gigante asiático, con sus recientes pactos secretos con Moscú, parece libre de trabas de abastecimiento. Además de por tener una amplia trayectoria de mayor eficiencia que Europa en el uso y gestión de bienes energéticos exteriores, una cultura social menos proclive al uso de calefacción en invierno -sobre todo, en las latitudes meridionales- a la que se une la utilización del carbón procedente de las plantas eléctricas del norte, que todavía aporta una porción muy superior a la europea en su mix energético. China puede hacer un uso más intensivo de combustibles fósiles que cualquier otra parte del planeta, según sus datos de consumo energético.
7.- Rusia ha hecho más dependiente de su petróleo a gran parte del planeta. La intensificación de sus ventas de gas y crudo al exterior ha propiciado una mayor demanda de bienes y servicios energéticos rusos. Hasta el punto de ser el gran poder eléctrico global. Su suministrador habitual de materias primas. Lo que induce a pensar que la advertencia del almirante estadounidense Hyman Rickover en 1957 sigue de plena vigencia: “lo que los historiadores empiezan a llamar la Era de los Combustibles Fósiles nos adentra en una era de alto consumo para mantener el nivel de vida ciudadana, algo que también permite avanzar que cualquier interrupción o reducción del gasto energético per cápita revertirá la prosperidad individual y de los países”. Las actuales reservas empiezan a estimarse en función de si hay más o menos costes de extracción. Aunque dentro de la idea de que los recursos son limitados, claro. Pero este axioma ayuda a entender el grado de intensidad extractiva y de puesta en circulación de producción en el mercado. Con los consiguientes movimientos de cotización. Los costes unitarios no pueden sino duplicarse hasta 2050. Parece -explica Tverberg- una mala idea pensar que no tenemos responsabilidad sobre los descendientes futuros, que no tenemos que enterrar la Era de los Combustibles Fósiles. Es una narrativa falsa creer que el cambio climático puede esperar hasta 2100 para acabar con el uso de materias primas como el petróleo, el gas o el carbón. A lo que hay que sumar su dependencia productiva. En 2020, el 41% del gas natural exportado procedía de Rusia. Un componente clave en el mix eléctrico y en la determinación de sus precios.
Pero no el único. Porque el diésel, creado en refinerías petrolíferas, es otro combustible con una clara amenaza de corte de suministro. Especialmente en Europa, que importa de Rusia entre el 50% y el 60% de las materias primas necesarias para su refino. Y que moviliza entre 4 y 6 millones de toneladas al mes en transporte marítimo. De nuevo, con visos de ser neutralizado por cuellos de botella derivados de la contienda bélica.
8.- Ucrania también aparece en el punto de mira energético. Porque el ataque parece perfilado en alguna medida para elevar el precio del petróleo y mantener la pinza con el gas para atenazar el titubeante ciclo de negocios post-Covid. Claramente, el factor esencial que aduce Vladimir Putin es la amenaza de proximidad de la OTAN. Pero también ha sacado a relucir la supeditación energética a Rusia, capaz de generar un colapso económico. A costa de la propia depresión de su sistema productivo, sometida al cerco de las sanciones occidentales. Pero la incursión militar en Ucrania deja traslucir otra queja de Moscú: la de su frustrante escasa cuota de comercio de bienes y servicios en términos globales. Quizás, el mayor de sus déficits como superpotencia. Si las represalias de EEUU y Europa no son efectivas, el motor de la economía mundial gripará y se precipitará al vacío. Porque la dependencia energética global de Rusia es demasiado importante como para que transite la neutralidad sostenible sin obstrucciones e ineficiencias. El sistema de energía es demasiado complejo como para conseguir ahorros y financiación suficientes como para que se impulsen son celeridad cambios profundos hacia las energías limpias. Las dudas no residen en si se debe emprender la hoja de ruta hacia las emisiones netas cero, sino en que precipitar sus pasos podría ser contraproducente. En especial, si hay un colapso de por medio.
9.- Una crisis sin parangón como acicate de la revolución energética. Dentro de un nuevo orden mundial y con la economía hacia la debacle. Pero que acabaría con la dicotomía entre consumo energético y renta per cápita. A menos que alguien dé con la tecla de cómo generar prosperidad en economías que toleren precios fósiles tan elevados. El problema de este aterrizaje brusco en el terreno geopolítico y económico-financiero es que se instaurarían estrategias nacionales, con reformas de pensiones, de empleo y de estructura productiva propias. También energéticas y en el terreno del mix eléctrico, que podrían crear un mercado intermitente y demasiado volátil de carburantes fósiles que llevaría a fases de contracción del comercio internacional y a visiones económicas mucho más locales.
10.- El mundo necesita más que nunca el petróleo americano. Es un factor determinante para evitar el colapso económico y el fulgor que preside el valor del crudo en los mercados y, al mismo tiempo, establecer un corredor de transición hacia las energías verdes que potencias como EEUU o Alemania -también gran parte de sus socios europeos, como España- están acometiendo con medidas como el fomento del vehículo eléctrico o la paulatina sustitución de los combustibles fósiles por fuentes renovables en sus mix energéticos. La alta dependencia germana del gas ruso es una señal de alarma visible de que los tempos energéticos deben transformarse en Europa. Pero no la única. EEUU, el mayor productor neto del planeta y con ingentes reservas estratégicas en estado latente, tiene en Rusia a su tercer importador de petróleo, con más de medio millón de barriles diarios. La Administración Biden, además, puede restablecer el flujo del Keystone XL, el oleoducto con capacidad de suministro de más de 830.000 barriles diarios y que viene a ser una cantidad similar a las compras estadounidenses de crudo saudí y ruso. Poner petróleo en el mercado procedente de EEUU aliviaría la situación de Europa. Al igual que está haciendo la Casa Blanco con el gas natural licuado. De igual manera que en los últimos quince años, según datos de BP Statistical Review, el gas americano ha pasado por encima del ruso, que aportaba en 2005 al mercado un 20% más que el estadounidense, pero que, en la actualidad, el americano rebasa en más de un 40% el que coloca Moscú.
Porque varios analistas, como Diane Swonk, la economista-jefe en Grant Thornton, estiman que EEUU podría soportar seis meses con unos precios del petróleo en torno a los 100 dólares, pero que su ritmo de actividad, con la inflación en el 7,5%, la más alta en cuarenta años, podría gripar con un barril a 125 dólares, despertar el fantasma del desempleo y precipitar el PIB a un periodo de contracción.