Al final, una salida a Bolsa siempre parece un modelo para armar. Las primeras piezas para levantar el mecano son las más complejas y confusas. Deben coordinarse estructuras, estrategias, calendarios y planes de visitas a inversores. Despejar posibles escenarios e hipotéticas horquillas de valoración, tramitar los procesos de admisión y acogerse en todo momento a la exigente normativa preestablecida.

Ahora bien, cuando se hayan modelado todas esas piezas, el rompecabezas deberá conformar el denominado folleto informativo, que se registrará ante el regulador. En él tocará dar un primer salto mortal ante los mercados: la información se hará pública, trasladando un racional capaz de atraer a la comunidad inversora, despejar incógnitas y generar un estado de opinión favorable al intento de salida a Bolsa de que se trate.

En consecuencia, cualquier candidata necesita construir un racional atractivo, veraz y bien argumentado con todos sus porqués. Con ellos debe dar sentido a todo el proceso, despertar el interés y hacerlo reputacionalmente irreprochable.

No cabe duda de que la comunicación eficaz del mismo ayudará a inclinar la balanza de ese proceso en la dirección adecuada. A la hora de armar sus puntos fuertes. También a prevenir y mitigar los flancos débiles, en caso de haberlos. Por no hablar de la utilidad de saber cómo actuar desde el principio ante los medios de comunicación y cómo trasladarles los distintos hitos del proceso. Algo especialmente relevante en épocas de avidez informativa, que preceden a una de sequía de operaciones, como de la que venimos.

Para conseguir esto con éxito, es muy aconsejable aprovechar las semanas (e incluso los meses) previas a la ventana de oportunidad para crear un entorno favorable que facilite el proceso posterior. Resulta especialmente importante si tenemos en cuenta que las ventanas para gestionar una operación de este tipo son cada vez más angostas e impredecibles. Preparar su apertura nos facilitará ese paso final que nos lleve hacia el todo, en este caso hacia el sonar de la campana del parqué.

Sin olvidar que el ansiado toque de campana no es el final del proceso, sino el inicio de una nueva etapa para cualquier compañía que decida y consiga salir a Bolsa. Es uno de los mantras que los asesores de distinta índole repiten a lo largo del proceso, pero es de crucial importancia y merece la pena repetirlo una vez más.

El momento en que la simbólica campana suena, comienza una nueva era para la compañía en cuestión. Una era en la que, entre otras muchas cuestiones, el nivel de escrutinio público aumenta, es necesario cumplir con un exigente calendario de reporte, se presupone un grado de transparencia más o menos alto y un verdadero compromiso para establecer relaciones abiertas con un abanico de grupos de interés también más amplio y por qué no, más exigente. Por eso, los meses previos al debut bursátil también deben servir de ensayo general de esta nueva realidad.

Incluso cuando las condiciones del mercado hacen que, por muy bien que se haya gestionado el proceso de preparación y prospección, el aplazamiento de la operación sea la decisión más aconsejable, el perfil bajo tampoco debería existir. La lógica es la misma que la desplegada hasta ahora. En ese momento en que la compañía puede sentirse vulnerable, es especialmente necesario construir y controlar un relato convincente sobre la decisión de aplazar o cancelar la operación. Un relato que ayude a despejar las dudas sobre el futuro de la compañía, prestando especial atención a aquellos interrogantes que puedan quedar flotando en el aire y volver con más fuerza si, en algún momento, decide darse una segunda oportunidad o explorar otros eventos de liquidez.

Así que no. Ni siquiera en el escenario de máxima prudencia que reclaman aquellos que aluden a la falta de certidumbre en un proceso de salida a Bolsa y a la necesidad de no exponerse en exceso por lo que pueda pasar; ni siquiera en ese caso, el perfil bajo existe o debería existir.