La quinta generación de móviles está más cerca de ser 'made in China' en la locomotora económica europea; todo un trampolín para abordar el mercado interior. La regulación está en fase de consulta. Pero, ¿cómo reaccionará la UE?La Casa Blanca sigue ojo avizor la maniobra de Alemania.

Por encima de las objeciones de ciertos socios europeos y de EEUU, el Gobierno alemán ha dado el primer paso para permitir que firmas chinas como Huawei o ZTE sean los suministradores de la tecnología 5G, la quinta generación de redes para móviles. El gabinete de la canciller Angela Merkel ha elaborado un proyecto legislativo con altos requerimientos en materia de seguridad que otorgarían a las multinacionales tecnológicas chinas claras opciones de acceder al suculento pastel del negocio 5G. En contra de los recientes criterios restrictivos de la Casa Blanca que, en medio de la batalla comercial que libra contra el gigante asiático -y que ha ocasionado notables alzas de aranceles sobre productos made in China- ha impuesto la prohibición de realizar pactos empresariales y de suministro a las empresas americanas con entidades mercantiles de capital chinas. Bajo la acusación de que resultan atentatorias contra la seguridad nacional de EEUU.

 

 

Huawei es el mayor productor mundial de los componentes que requiere la fabricación de redes móviles 5G y está en una magnífica posición de mercado para abordar este negocio a nivel global que exige, entre otros cometidos, una alta velocidad de datos y una mínima latencia -o tiempo de demora- de conexión. Pero, en los últimos tiempos, tanto EEUU como otros países europeos han mostrado su preocupación por la hipotética transferencia de revelaciones tecnológicas y secretos de know-how empresarial de sus rivales occidentales que multinacionales chinas como Huawei y ZTE puedan trasladar a las autoridades de Pekín. En concreto, la acusación de la Casa Blanca -que ha tratado de presionar a sus aliados europeos, asiáticos como Japón o Corea del Sur y anglosajones para que desistan de llegar a acuerdos estratégicos con firmas chinas en este multimillonario negocio-, aduce la obligación del sector empresarial chino de reportar cualquier asunto de interés geoestratégico al establishment del régimen de Pekín como causa del rechazo a las bigtech chinas. Junto a EEUU, países como Canadá, Reino Unido, Japón, Australia o Nueva Zelanda han cerrado en los últimos meses la puerta de entrada al capital de Huawei para el desarrollo del negocio 5G en sus mercados. Todos en una fase terminal de regulación para abrir sus concursos de concesión de licencias a firmas empresariales. Aducen, al unísono, motivos de seguridad nacional, siguiendo la consigna de Washington. En un momento en el que todos ellos han activado cambios en sus ordenamientos jurídicos para impedir que el gigante chino de las telecomunicaciones pueda tener acceso a las redes inalámbricas que deben dar cobertura a esta próxima generación de móviles. Obviamente, más sofisticados tecnológicamente y con servicios y aplicaciones digitales más avanzados. Un mundo aún por descubrir. En síntesis, las naciones de la esfera anglosajona y Japón han puesto en tela de juicio a Huawei por sus vínculos con el régimen de Pekín.  

Los temores de las potencias industrializadas no son infundados. El ordenamiento jurídico chino obliga a sus firmas a cooperar con los servicios de inteligencia. Motivo por el que, desde varios think-tanks y cancillerías internacionales, se advierte del riesgo de que empresas como Huawei y ZTE puedan provocar mediante una tecnología, la 5G, que tendrá mayor velocidad de conexión y que demanda un mayor control mediante software de alta innovación y, por tanto, más difícil de vigilar en caso de ataques contra la seguridad o de acciones de ciberterrorismo o acceso sin supervisión a las entrañas de empresas, infraestructuras estratégicas o instituciones estatales. En un horizonte próximo. Porque el 5G podría ser ya una realidad en 2020. “La preocupación en torno a quién administra la red y de dónde proviene la tecnología digital que las gestionará irá en aumento” cuando se instaure este negocio, admite la consultora Connectivity X. Huawei tiene 180.000 empleados en todo el mundo y, parte de ser el mayor productor mundial de equipos de telecomunicaciones, es el segundo proveedor global de teléfonos inteligentes, por detrás de la surcoreana Samsung y antecediendo a Apple, que intercala el liderazgo como la corporación con mayor valor por capitalización bursátil con Microsoft en los últimos ejercicios. Este factor de riesgo también está detrás de la orden emitida desde el Pentágono a funcionarios y militares estadounidenses para que no utilicen móviles Huawei ni de otras marcas que lleven software de ZTE. Por indicación del Centro Nacional de Seguridad Cibernética.   

Países como Canadá, Reino Unido, Japón, Australia o Nueva Zelanda han cerrado en los últimos meses la puerta de entrada al capital de Huawei para el desarrollo del negocio 5G en sus mercados

Huawei niega que sea una firma estatal. Asegura que su accionariado es cien por cien privado. Pero ocultan la realidad. Nada se hace en China sin la supervisión y vigilancia de los jerarcas del Partido Comunista del país, cada vez con más poder y sin contestación social por las represalias que siempre emplea el Gobierno del país con mayor demografía de la tierra. Por ejemplo, en el terreno de las redes sociales, que no gozan precisamente de un clima favorable a la libertad de expresión.

El valor del ‘as en la manga’ de Alemania

Con estos antecedentes recientes, la maniobra que prepara Berlín es de alta alcurnia. Pese a que todavía se encuentra en proceso consultivo con las principales instancias asesoras del principal mercado de telecomunicaciones europeo. Sin embargo, inclina la balanza en favor de Huawei-ZTE. Porque marca el camino hacia una regulación favorable a los intereses y la influencia de los capitales tecnológicos chinos en Europa. Aunque la división en el seno de la coalición -la CDU de Merkel, los socialdemócratas y la CSU bávara- de gobierno es palpable sobre si otorgar más peso a las relaciones económicas y geopolíticas con China -que se ha erigido en la auténtica potencia multilateral en asuntos como el cambio climático o el libre comercio, frente al proteccionismo de la Administración Trump- bajo una coyuntura, la alemana, que coquetea con la contracción, que a consideraciones más a largo plazo, pero más estructurales y de calado, como la seguridad. La cuestión central, en cualquier caso, es que la decisión de Berlín tendrá un inevitable efecto dominó sobre el resto de sus socios europeos.

A no ser que EEUU mueva ficha en otra dirección. Algo que no es del todo descartable. De hecho, la Casa Blanca admite esta posibilidad. El propio secretario de Comercio, Wilbur Ross que, junto a su colega de gabinete, el responsable del Tesoro, Steven Mnuchin, llevan la voz cantante en la negociación con China para resolver el conflicto comercial entre ambas superpotencias, aclaraba a comienzos de noviembre que “no hay ninguna razón natural” para que los mandatarios de los dos países no suscriban una alianza comerciala lo largo de este mes. Ross también juzgó factible el levantamiento del veto estadounidense sobre Huawei. E, incluso, admitió que Washington podría acelerar, primero, y suspender, después, las licencias federales para que las empresas de su país puedan formalizar contratos de negocios y operaciones de compraventa con Huawei -y que forman parte de las exigencias legales desarrolladas por el Departamento de Comercio, a instancias de la orden ejecutiva firmada por Donald Trump que dirigía la guerra comercial contra Huawei- a corto plazo. Y que incluía inicialmente a una docena más de compañías chinas en una lista negra elaborada por el departamento de Ross, pero que, en las últimas semanas, ha elevado hasta 28. Entre otras, SenseTime, Megvii o Hangzhou Hikvision Digital Technology a las que se les empezó a requerir el permiso federal. Detrás de este replanteamiento americano subyace una lectura económica.

Este mismo martes, Estados Unidos concedió una nueva prórroga de tres meses concedida al gigante de telefonía móvil Huawei. El pasado mes de mayo, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prohibió qué la tecnológica china mantuviese relaciones con ninguna empresa estadounidense. En un principio, Washington había concedido hasta el próximo lunes un periodo extraordinario para que aquellas compañías que tuvieron negocios abiertos con Huawei pudieran cortar vínculos con ella de una forma ordenada. No obstante, desde la prensa china oficialista este mismo martes se apuntaba que la propiedad intelectual y las compras agrícolas se mantienen como dos obstáculos para poder llegar a un acuerdo. El Global Times aseguraba que, en la actualidad, “no existe ningún acuerdo y puede no haberlo nunca” y habla que todavía queda “un largo camino por recorrer” y de que “no se han ofrecido suficientes beneficios” para satisfacer las demandas chinas.

El PIB de la mayor potencia del planeta ha perdido fuelle, al igual que la creación de empleo, a un año vista de las elecciones presidenciales. Entre otras razones, porque la guerra arancelaria ha interrumpido el flujo de compra de suministros a la industria americana en general y de software y otros componentes informáticos a las empresas tecnológicas del país, en particular. A colación de este sorprendente globo sonda de la Administración Trump, Huawei ha vuelto a incidir en la cuestión: “No hay ninguna evidencia de que seamos un peligro para la ciberseguridad ni existe razón alguna para que EEUU mantenga esta prohibición”, ha explicado el vicepresidente del emporio chino, Edward Zhou, para quien “las previsiones de beneficios de este año mantendrán la progresión de 2018, a pesar de la gran presión que ejerce el Gobierno estadounidense”.

El affaire Huawei surgió con la detención, en Canadá, de la jefa de Finanzas de Huawei, Meng Wanzhou, a instancias de la Casa Blanca, y ya desde el principio presentó todos los ingredientes de una batalla diplomática de la Guerra Fría. Presiones de Pekín para lograr su liberación, oferta de 11 millones de dólares de su marido para evitar su extradición a EEUU, que la reclamaba para ser juzgada en su jurisdicción judicial, llamadas a consultas a embajadores -desde Canadá- y, soterradamente entonces, el primer intento de EEUU a sus aliados para que no cedan el control de las redes inalámbricas a firmas chinas con hilo directo con al régimen de Pekín, para combatir sus supuestos ciberataques para adquirir avances en innovación de firmas privadas occidentales y, sobre todo, para frenar el salto chino hacia el liderazgo digital.

 

 

Al margen de estos antecedentes, varias de las agencias germanas que participan activamente con sus diagnósticos técnicos y jurídicos en este proceso regulatorio, concluyen que los riesgos de permitir la entrada de Huawei como operador principal en el G5 alemán “son gestionables” y que sus soluciones tecnológicas “resultan acordes para abordar” el lanzamiento de la quinta generación de móviles. Este es el mensaje del presidente del Consejo de Seguridad Cibernética de Alemania (BSI, según sus siglas en alemán), Arne Schönbohm. En sintonía con las conclusiones de la Agencia Federal de Redes (BNetzA). Ambas con sede en Bonn. Schönbohm, de hecho, dice que conceder a Huawei el liderazgo del 5G “permitiría un profundo intercambio de innovación tecnológica” entre su agencia y el gigante empresarial chino, para “abordar los riesgos sobre la ciberseguridad”. La antigua capital de la república federal es el cuartel general de las compañías de telecomunicaciones. Entre ellas, Deutsche Telekom, que maneja una notable influencia sobre el estamento político y empresarial alemán. Es parte interesada en el debate, porque más de la mitad de sus redes operativas están confeccionadas con equipamiento tecnológico y el software de Huawei. Y así lo transmite desde sus lobbies. Los planes del emporio alemán admiten el deseo de sus ejecutivos de estrechar lazos de cooperación con el suministrador chino en el negocio del 5G, que ya ha iniciado su andadura, a modo de pruebas, en varias ciudades del país; entre ellas, Berlín y Múnich. Si Huawei saliera del juego, los márgenes de ingresos y de beneficios de la gran multinacional de telefonía germana se verían perjudicados.

El principal dilema al que se enfrenta el Ejecutivo de Merkel es el de los efectos colaterales en materia de seguridad. Reto que exige un acervo legislativo que permita actuar en caso de surjan consecuencias judiciales o penales. Es, también, la máxima de las preocupaciones de la Comisión Europea. Junto a los estudios sobre el precio que deberán sufragar los consumidores europeos. Su redacción será esencial para que exista la necesaria homologación jurídica en otras capitales de la Unión. O para insuflar competitividad entre los operadores de telefonía europeos. Objetivo imperioso bajo una coyuntura con retroceso de la actividad industrial y de una incipiente brecha digital respecto a EEUU o China. Además de la persistencia o no de las presiones desde EEUU y de las que también recibe Berlín por parte de Pekín, si Alemania quiere revitalizar su debilitado sector exterior en la gran factoría mundial. Hay soluciones intermedias y cargadas de lógica. Por ejemplo, la que ha emergido desde Suecia. En la cuestión Huawei se le ha dado la última palabra al Parlamento, que ya ha tramitado una ley, con efectos a partir de enero de 2020, que dejará la decisión final a la agencia de inteligencia y a las fuerzas armadas suecas, que podrán imponer a las instituciones regulatorias de su mercado de telecomunicaciones la concesión de licencias para operar en las redes de telefonía 5G.  

Las agencias de telecomunicaciones alemanas dicen que conceder a Huawei el liderazgo del 5G “permitiría un profundo intercambio de innovación tecnológica” con el gigante empresarial chino para “abordar los riesgos sobre la ciberseguridad”

El negocio internacional de Huawei, pues, está en entredicho, al igual que sus ingresos, de más de 100.000 millones de dólares en 2018, con más de 200 millones de móviles vendidos en todo el mundo y perspectivas de crecimiento de dobles dígitos en 2019. El veto americano no parece que le haya pasado factura. Aunque en este último bienio, en países como Reino Unido, el grupo chino, que durante quince años ha tenido una alianza estratégica con Vodafone y BT, empieza a lidiar con una sucesión de lo que llama “episodios de inquietud” con sus socios británicos. Dicho en román paladino: un distanciamiento que se ha antojado, hasta ahora, insalvable por los lazos que mantiene con el Ejército chino, de donde proceden los ataques cibernéticos. A la espera de que la Casa Blanca o Berlín dicten nuevas reglas de juego. En los últimos años, la consultora PwC, constata en una encuesta a varios miles de directivos globales que se desvela en la cumbre de Davos, que su mayor preocupación es, con creces, el robo de secretos tecnológicos, de gestión o de proyectos de inversión de sus compañías. Y ponen el foco sobre China. “Si Pekín decide presionar el botón de la tecnología de Huawei, las redes internacionales bajo su control se apagarían” dicen voces de los servicios de inteligencia británicos, y la seguridad nacional de los países donde opera “se verá seriamente comprometida”. Toda vez que ha adquirido el know-how de rivales como Ericsson o Nokia. Sus vínculos con el Ministerio de Seguridad chino, una mezcla de FBI y CIA, exige a los ejecutivos de compañías transferir de inmediato cualquier dato interesante de su reciclaje informativo. Desde movimientos de tinte geopolítico hasta acciones empresariales. Huawei es el referente en Occidente de Made in China 2025, el proyecto de política tecnológica e industrial que pretende convertir a la segunda economía del planeta en hegemónica en la era digital. En el Internet de las Cosas. Es decir, en la gran potencia de la robotización, el Big Data y la inteligencia artificial.