En las últimas semanas se había puesto de moda el “reflation trade”, anticipando una contundente victoria demócrata que hubiese llevado al partido azul a ganar la presidencia y controlar las dos cámaras y, por tanto, a poner en marcha importantes programas de gasto público con efectos al alza en crecimiento, inflación y déficit estructural. Sin embargo, con el Senado prácticamente en manos de los republicanos, los “balances and checks” del sistema americano limitarán los grados de libertad de los que podrá disponer Joe Biden, en caso de que se confirme su victoria en los comicios. Esa combinación de un gestor sensato de la normalidad a los mandos, con cortapisas a la excesiva alegría fiscal y a las correspondientes subidas de impuestos para financiarla, en un país donde la deuda pública puede situarse en el 131% del PIB este año, ha sido bien recibida por los inversores, con subidas en los mercados de valores (especialmente de las empresas tecnológicas) y descensos en la rentabilidad de la deuda pública (del 0,95% al 0,77%, en el caso del bono a 10 años).
Es verdad que la probable división del Congreso apunta a dificultades en materia de política económica, pero será mucho más fácil llegar a acuerdos sobre la aprobación y cuantía del nuevo paquete fiscal, que alcanzar consensos sobre las subidas de impuestos y los cambios regulatorios de la agenda demócrata. Es decir, el aumento de la incertidumbre a corto plazo sobre el resultado final de las elecciones presidenciales se compensa por el acotamiento de los riesgos en el escenario fiscal, sobre todo, con la FED dispuesta a apoyar todo lo que sea necesario, como dejó claro Powell esta semana. Probablemente, es una visión cortoplacista que no tiene en cuenta los grandes desafíos a los que se enfrentará la economía americana a medio plazo, que exigirán liderazgo y recuperar el consenso, en un país que ahora parece totalmente fragmentado. Pero vivimos tiempos de máxima urgencia y de necesidad de dar respuestas a los desafíos inmediatos y, de momento, no parece que le vaya mal a la economía americana, pues podría cerrar el año con un decrecimiento de la actividad inferior al 4% y, a finales de 2022, estar recuperando los niveles de PIB perdidos en esta crisis.
Nada que ver con la situación en Europa que se desprende del último informe de la Comisión Europea. La virulencia de la segunda ola de la pandemia empeora las perspectivas para el invierno y ha obligado a recortar las previsiones tanto para 2020 (-0,9 p.p., hasta el -7,8%), como para 2021 (-1,9 p.p., hasta el 4,2%). Por tanto, ahora la Comisión Europea anticipa un decrecimiento de la actividad en la región del 0,1% en el cuarto trimestre (+3,4% anterior) y se retrasa, hasta principios de 2023, el momento en el que la UEM recuperaría los niveles de PIB pre-Covid. España sería el país más alejado de recuperar esos niveles a finales de 2022 (3,2 p.p. porcentuales por debajo) fruto del empeoramiento de las previsiones de PIB tanto para este año (-1,5 p.p. hasta -12,4%), como para el próximo (-1,7 p.p., hasta +5,4%).
Este empeoramiento de las previsiones de crecimiento, lógicamente, ha provocado una revisión al alza de las estimaciones de déficit público en la región, hasta el 8,8% del PIB este año y el 6,6% en 2021, así como de los niveles de deuda pública (102% en 2022), con amplias divergencias entre países: Alemania (70% del PIB), frente a Francia (118%), España (124%) o Italia (casi un 160%). En el caso de nuestro país, el déficit público en 2022 todavía ascendería al 8,6% del PIB (7,2% en términos estructurales), momento en el que, seguramente, se habrá terminado en Europa el “tiempo muerto fiscal” para hacer frente al Covid. En el lado positivo, destacar que la economía española mantendrá en todo momento la capacidad de financiación, mientras la tasa de ahorro de las familias pasará del 18,2% de la renta disponible este año, hasta el 13,3% en 2022, lo que implicará una importante aportación de la demanda embalsada al crecimiento.
La semana pasada señalábamos que la inercia de la economía española cambió a mediados de agosto, lo que conllevará una revisión a la baja del PIB del tercer trimestre cuando se contabilicen los datos de septiembre y, probablemente, nos llevará a un decrecimiento de la actividad en el cuarto trimestre. Esta semana recibíamos nuevas señales en esa dirección, pues, en septiembre, tan solo llegaron 1,14 millones de turistas internacionales, en torno a 7,225 millones menos respecto a un mes de septiembre medio de los últimos años, lo que supone una caída interanual (-87%) más intensa que en julio y agosto (-75%).
El mal registro de septiembre cierra el balance de una pésima temporada alta de verano: entre junio y septiembre han llegado cerca de 30 millones menos de turistas y el gasto total se ha reducido en algo más de 36.000 millones de euros. También conocíamos durante la semana que en octubre se matricularon unas 74.200 unidades de turismos y todoterrenos, unas 18.000 menos que en años anteriores, registrando una caída interanual (-21%) mayor que en los meses de verano. Estamos hablando del principal componente del consumo de bienes duraderos, verdadero motor de la recuperación del PIB del tercer trimestre.
Así que, en la meseta de crecimiento que esperábamos para la economía española hasta bien avanzada la primavera, con la actividad funcionando cerca del 90%, cabe esperar un bache en los próximos meses, cuya intensidad dependerá del nivel de restricciones a las que obligue la evolución de la pandemia, tanto en nuestro país, como en nuestros socios comerciales.