Tampoco reina el consenso sobre los efectos colaterales, inminentes o a largo plazo, de los flujos del comercio y de las inversiones globales. Las ínfulas de grandeza de Vladimir Putin han llevado a las carteras de capital a otra dimensión. 
El conflicto bélico en Ucrania agita los mercados


La invasión rusa de Ucrania tendrá costes humanos y más que notables repercusiones de orden geopolítico, energético, económico y financiero. Como lo admite y augura la propia OTAN, que ha calificado de “acto de guerra brutal” la intervención armada decretada por Vladimir Putin y ha catalogado el grado del conflicto como “la mayor crisis geopolítica en Europa en, al menos, las últimas dos décadas y presumiblemente, desde la Segunda Guerra Mundial”. Ante estos tipos de advertencias, los mercados no pueden permanecer precisamente inmunes. Ni los inversores al margen de la temporada de tormentas que se avecina y que amenaza con elevar los niveles de riesgo hasta cotas difíciles de imaginar en tiempos de estabilidad y de paz.  

Los episodios de tensión se han sucedido sin remedio. Con caídas significativas en las plazas bursátiles y en los mercados de deuda, el petróleo y el gas instalados en valores por encima de los tres dígitos por primera vez desde 2014 y el Oro surgiendo como valor refugio coqueteando con la psicológica barrera de los 2.000 dólares por onza. O criptomonedas como Bitcoin , que se han situado bajo el punto de sospecha de los mercados al cotizar muy por debajo de los 35.000 dólares y descender un promedio del 9% en alguna de las sesiones posteriores a que el Kremlin cruzara el Rubicón de su vecino ucranio. Mientras su rival ether registraba caídas diarias del 13% con un valor inferior a los 2.300 dólares. Y las inflaciones en EEUU y Europa se instalan en cotas desconocidas en más de cuatro décadas. 

Este cóctel de acontecimientos excepcionales ha generado una volatilidad extrema que merecen una explicación. Porque Rusia dispone de una economía media, a mitad de tamaño entre le PIB de España y el de Italia, cuarta y tercera potencia del euro, respectivamente. Pero su vasto suelo territorial alberga en torno al 10% de no pocas materias primas, que están sumidas desde antes de la invasión de Ucrania, en un super-ciclo alcista, después de haber cerrado 2020 en registros de especial bonanza. En la práctica totalidad de los productos energéticos y alimenticios, con el litio como estandarte. Por encima del gas y del petróleo, que han recogido el testigo en el inicio del actual ejercicio. Especialmente convulso.   

Ante este escenario, ¿cómo están interpretando los analistas del mercado y los observadores del cambiante y oscilante orden mundial, las nuevas directrices inversoras? 

Desde la sala de máquinas de UBS se asegura que el petróleo se encuentra en una “situación de bloqueo” total, con su estructura productiva y de distribución -de entregas a corto, sobre todo- en estado de oscilación máxima, tanto en precios como en capacidad de suministro. Por si fuera poco -alertan sus estrategas- “las refinerías buscan alternativas urgentes al crudo ruso con las que poder evitar las sanciones económicas, como se aprecia en las discrepancias de precios y de descuentos entre las variedades Urals -de referencia en el mercado ruso y sus satélites, y Brent, el europeo, tal y como admite Giovanni Staunovo, responsable de activos energéticos en UBS a Business Insider. En la nota a inversores del banco suizo se especifica que mantienen el horizonte positivo sobre el crudo, pero con la advertencia de riesgos añadidos y crecientes en alteraciones de contratos activos que pueden desencadenar subidas de cotización. En especial, sobre el barril de Brent. 

En paralelo, un informe de Deutsche Bank incide en que, si la incursión bélica ruso continúa, los márgenes de beneficios de las compañías europeas por el impacto de los precios energéticos y sus ganancias previstas estarán puestas en duda. “En un escenario de riesgo, asumimos un alza del gas del 50% y del petróleo y de la electricidad en un 20%, afirma Maximilian Uleer, su analista en el Viejo Continente. Una expansión del conflicto y su prolongación en el tiempo acabaría con la suspensión del suministro de gas ruso a Europa y la exposición de la totalidad de los sectores secundarios de sus industrias, bajo un clima de presiones inflacionistas y deterioro económico. Con las aerolíneas como segmento más afectado. Frente a otros que, por contraste, ostentan unos grados de contagio menos agudos, entre los que el banco alemán cita al inmobiliario, a los servicios de telecomunicaciones e IT o a los sanitarios. Sin descuidar otros intermedios, como el de alimentación, ya que Ucrania y Rusia están entre los diez mayores productores de cereales.  

Ante esta nueva irrupción del espectro de la estanflación -aminoramiento económicos con altas carestías de las cestas de la compra- el temor a una obstrucción del ciclo de negocios post-Covid crece sin remedio. Incluso en la Reserva Federal, que podría revisar su road map de incremento de tipos de interés con restricciones de política monetaria; es especial, sus programas de compra de activos y deuda. Seguirá su curso, pero quedará a expensas de cambios puntuales y, sobre todo, de modificaciones de interpretación constante de la coyuntura americana, como advierte Randy Frederick, director gerente de derivados en Schawb. En un momento en el que la Fed está tratando de controlar el excepcional brote de inflación, que ha llevado el IPC al 7,5%. “Está en el punto más alto de los últimos 40 años, bajo un ciclo alcista de materias primas, muy por encima de las últimas manifestaciones inflacionistas, en 2015 y 2019, cuando el Comité de Mercados Abiertos sacó el precio del dinero de su proximidad a cero. “Ahora, la Fed está forzada a apostar por un encarecimiento de los tipos, pese a que la economía puede experimentar una embestida que contenga el dinamismo actual”.  


Desde Goldman Sachs, sus economistas alertan de que episodios geopolíticos de primer orden en el pasado siempre han conducido a etapas de mano dura de la Reserva Federal. La inflación, dice su economista jefe, Jan Harzius, en su nota a inversores “ha determinado la preferencia de sus decisiones” bajo este tipo de ambientes caldeados. En la actualidad, la emergente dinámica de subidas salariales y de escalada de las materias primas anticipa que, de momento, mantendrá el rumbo previsto”. De, al menos, cuatro subidas de cuarto de punto en 2022. A no ser que crea conveniente calmar a los mercados, como avisa Marc LoPresti, codirector del Grupo de Fondos Estratégicos, una firma de inversión alternativa. Ante el deterioro del vigor económico. O de una caída brusca del comercio, aclara Frederick desde Schwab. O, en un sentido contrario, ante una repentina solución diplomática que hundiría los precios energéticos acordados en los contratos de futuro y cuya estabilización dependería también de otros factores como el pacto -o no- con Irán y su estrategia nuclear, en la que Washington ha decidido escuchar de nuevo los cantos de sirena de sus aliados europeos y de Teherán.     
Todo ello vuelve a ahogar los cuellos de botella del transporte marítimo y a perturbar las cadenas de valor internacionales, explica Bilal Hafeez, CEO de MacroHive, firma especializada en datos e investigación de mercados. “En términos comerciales, el bypass está de nuevo atenazado” con las nuevas sanciones económicas y el colapso de los flujos de intercambio de bienes y servicios.

Para Stuart Kaiser, de UBS, los niveles de volatilidad en los mercados de capital “permanecerán en estadios altos en el día a día durante toda la mitad de este año”. Por los daños colaterales del conflicto bélico sobre las economías, que no serán flor sólo de primavera. Motivo por el que en la gestora de fondos de Morningstart, su CIO, Dan Kemp, recomienda como en cualquier otra etapa de suma incertidumbre, “no poner todos los huevos en la misma cesta”. Aunque también desde UBS se avisa contra “el pánico vendedor”, que podría precipitar a “una permanente caída de los valores”. Como en la guerra entre Irán e Irak en 1979, la civil libia, en 2011 o en la crisis de misiles de Corea del Norte, en 2016. Porque, como incide Warren Buffet en uno de sus dichos habituales “el factor emocional humano resulta impredecible” para los mercados y, a menudo, “posibilita que no se refleje el verdadero valor” de las acciones.

Aunque si hay un interrogante mayúsculo sea, quizás, el de los criptovalores. Empezando por su emblema dorado, el bitcoin, pero siguiendo con las más de 10.000 que coexisten en el planeta. “Puedes llegar a calcular correlaciones a corto plazo”, pero en una atmósfera de análisis bursátil, económico o financiero, dice Mark Yusko, un gestor de hedge fund, pero las matemáticas a largo plazo, en situaciones geopolíticas, “no funcionan”. Y el bitcoin ya estaba siendo acechado por la alta inflación en las potencias industrializadas, explica.

En general, el consenso parece dirigirse a que el conflicto bélico en Ucrania no retrasará la subida de tipos de la Fed. “Los inversores y los gestores dan más credibilidad a que no vaya a existir un cese de hostilidades a gran escala que a las perspectivas negativas de los mercados de capitales”, explica LoPresti, analista en The Strategic Funds Group. De modo que la Reserva Federal, en su opinión, seguirá sus “planes previstos”. A no ser que surjan elementos económicos fuera de lo normal. Como otra recesión en EEUU. En Goldman Sachs también dan más trascendencia a las escaladas de los precios energéticos y, en especial, en Europa, donde consumidores y empresas están “más expuestas a las exportaciones rusas”. Aunque, de momento, la subida será más bien modesta porque los suministros a la UE se mantienen. La Fed seguirá gestionando igual que sin la guerra su política monetaria.

A pesar de maniobras corporativas como la salida de BP del accionariado de Rosneft o el final de la joint Ventures entre Shell y Gazprom, que apunta a una reconstrucción o reconversión de los flujos de capital entre las grandes petroleras globales. A cuenta de las sanciones económicas y de la cohesión que están manifestando los aliados europeos entre sí y con EEUU y otros países industrializados contrarios a la estrategia belicista del Kremlin. Como la del fondo soberano de Noruega, el más importante del planeta, con más de 1,3 billones de dólares de inversiones en activos con sello verde y sostenible o con proyectos de digitalización. Y que acaba de decidir la retirada de sus portfolios de acciones de empresas rusas, como ha admitido Jonas Gahr, primer ministro noruego. Entre sus más de 9.000 activos corporativos se incluyen 47 compañías rusas.