Trump contra el statu quo: ¿menos impuestos, menos deuda y más libertad económica?

Toda la vida se le ha tomado por loco. En septiembre de 2018, durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente Donald Trump advirtió que Alemania se estaba volviendo “totalmente dependiente” de la energía rusa, especialmente del gas natural, lo que podría dejarla vulnerable a la extorsión e intimidación por parte del Kremlin.

La advertencia provocó risas visibles en la delegación alemana. Entre ellos se encontraban Heiko Maas, Ministro de Asuntos Exteriores de Alemania en ese momento (Partido Socialdemócrata), quien fue captado sonriendo y sacudiendo la cabeza. También Christoph Heusgen, embajador alemán ante la ONU, quien se rio ostentosa y más bien burlonamente durante el discurso de Trump.

En febrero de 2025, Heusgen —ya convertido en presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnichlloró públicamente al referirse a la situación geopolítica como “una pesadilla europea”, tras la invasión rusa a Ucrania y la crisis energética. Fue patético. La viva imagen del politicastro bueno para nada, incapaz hasta para tener presencia de ánimo.

Lo que en su momento fue motivo de burla, se convirtió en una dolorosa confirmación: Trump tenía razón. Sí, recuerda a Jesús Gil, a Hidalgo, a Revilla o a Berlusconi. Pero ¿no es eso accesorio? La manía que tenemos de elevar lo anecdótico a categoría. Seguro que busca refinanciar los vencimientos próximos al coste más bajo posible, pero no creo que sea ese su plan genérico.  

Quiero creer que su objetivo no es otro que impulsar un orden global basado en libertad, responsabilidad individual y comercio entre iguales. A lo mejor deliro. ¿Qué significa eso? Significa tratar de forzar, en la medida de lo posible, la apertura de sistemas autoritarios como China o Rusia, a los que tiene enfilados pese a que saquen fotos suyas de los años 80, a una lógica más transparente y democrática. No por idealismo, sino por convicción estratégica: los regímenes cerrados y opacos son una amenaza para el equilibrio global.

Porque lo de China ya huele: el segundo país más populoso del mundo es gobernado dictatorialmente por el Partido Comunista. El presidente americano se quedó con las ganas de empezar esta guerra comercial en su anterior mandato, y le faltó tiempo. Pero la anunció.  

Ahora, le recuperan vídeos de cuando tenía 40 años, ciscándose en los aranceles. Estoy seguro  de que sigue pensando lo mismo, pero se niega a competir con mercados donde la competitividad les llega por ser dictaduras en origen

Así pues, Trump no quiere aislar al mundo, sino redefinir sus reglas. Su primera legislatura lo demostró: fuertes rebajas de impuestos, impulso al crecimiento interno, ruptura de acuerdos complacientes con dictaduras, y una clara apuesta por el libre comercio… siempre que no se base en dumping social o financiación encubierta de narco-estados. Comercio, sí; sumisión, no.

Para que eso funcione, hay que desmontar mantras. Como el de las fiscalidades confiscatorias que superan el 50%, justificadas en un Estado del bienestar que primero exprime y luego “devuelve” con cuentagotas. Para eso, hay que cambiar la mentalidad generalizada de una sociedad que vende su libertad a cambio de seguridad, lo cual garantiza perder ambas garantías. 

Le faltaría ser algo más crítico con las políticas monetarias expansivas eternas, basadas en deuda e impresión de dinero, que distorsionan precios y empobrecen silenciosamente a las clases medias. El comodín de la Reserva Federal le gusta, y se nota porque intenta siempre mangonearla. 

Pero Trump no es un simple populista. Es un disruptor incómodo porque pone en cuestión estructuras asentadas. Porque defiende que la prosperidad parte de la libertad individual, de la asunción de responsabilidades, y no de la dependencia permanente del Estado.

Eso exige coraje. Supone salir de la zona de confort, romper inercias y asumir que el mundo OCDE tiene que elegir entre seguir anestesiado o volver a competir de verdad

Eso pasa por los mercados, por supuesto. En su día, Trump los llevó a máximos, y ahora los ha castigado. Pero el futuro pasa por unos mercados de capitales fuertes y el incentivo al ahorro privado. Lo dice… Mario Draghi. Justo lo contrario de lo que se está implementando en estos tiempos de indexación y poco dinero, salvo que se bajen los tipos de interés al cero. 

Toca dar con el modelo del Siglo XXI, que no es ya el de después de la Segunda Guerra Mundial ni el del estado del Bienestar, que ha mutado en una suerte de sistema autoritario y confiscatorio, seguramente debido a que la población mundial ha doblado en eso estos años. 

No será cómodo. Pero es necesario. Lo haga Trump o lo hagan otros. 

Por cierto: los cambios no han sido ordenados ni armónicos nunca