Durante la última semana se confirmó la caída del PIB en la UEM durante el cuarto trimestre de 2020 (-0,7% trimestral) que, aun siendo un dato algo mejor de lo esperado, estaría anticipando la entrada en una nueva recesión de la economía europea, a juzgar por las señales de las encuestas de confianza en las primeras semanas del año, así como por la evolución de los indicadores de alta frecuencia que siguen reflejando un elevado nivel de restricciones en la región.
El buen comportamiento de las exportaciones evitó la contracción de la actividad en Alemania (0,1% trimestral) y suavizó la caída en Francia (-1,3%), mientras que en Italia la demanda interna y la externa tuvieron una contribución negativa, aunque menos intensa de lo anticipado (-2,0% trimestral). Sin embargo, hemos visto en Italia un muy buen comportamiento del bono italiano tras haber aceptado Draghi el reto de formar gobierno, lo que ha permitido una reducción de la prima de riesgo hasta la zona de los 100 pb, niveles que no se veían desde 2015. Es cierto que el anterior gobierno con perfil técnico, liderado por Mario Monti, no terminó de la mejor manera posible, pero ahora se trata de gestionar más de 200.000 millones de euros en ayudas europeas y no de implementar un plan de austeridad. A lo anterior hay que añadir la legendaria habilidad de Mario Draghi para comunicar a los mercados financieros en momentos de crisis, aunque siempre partiendo de la premisa de que la política italiana tiene códigos incluso más complejos que los del Consejo de Gobierno del BCE.
La respuesta en Alemania al debilitamiento del invierno ha consistido en una ampliación del paquete de ayudas por valor de 9.000 millones de euros, la aprobación de un plan de ayudas por valor de 1.000 millones de euros al sector cultural y la rebaja del IVA de la hostelería al 7% hasta diciembre de 2022, reflejando que entramos en una fase de la crisis en la que se deberá pasar de las medidas transversales a focalizar las ayudas en los sectores, regiones y empresas más afectadas por la pandemia. Después de la reducción del tipo general del IVA (del 19% al 16%) que expiró en diciembre y que explicaría buena parte la subida de la inflación en enero, ahora las autoridades alemanas parecen dispuestas a segmentar los daños de la crisis.
Crisis que está siendo especialmente asimétrica en nuestro país, como reflejan los demoledores datos del sector turístico publicados durante esta semana. El balance del año pasado devuelve al sector a los registros más bajos desde 1969, pues tan solo llegaron 19 millones de turistas internacionales, un 77% menos que los 83,5 millones de 2019, mientras el gasto se redujo hasta los 19.700 millones de euros, lo que supone la pérdida de 72.200 millones en ingresos para el sector respecto a 2019 (-79% anual). Por tanto, un sector que antes de la crisis representaba un 12% del PIB español, prácticamente ha reducido en dos tercios su aportación al crecimiento español. Esa importancia relativa del turismo y demás sectores muy dependientes de la interacción social, extrema la urgencia de conseguir niveles de vacunación suficientes para intentar que la temporada de verano mejore, al menos, los registros del año pasado. Hay que ser conscientes de que el sector necesitará ayudas directas para intentar mantener sus evidentes ventajas competitivas y facilitar su adaptación a las nuevas tendencias muy presentes ya antes de la crisis (apuesta por la sostenibilidad) y a los posibles cambios en los patrones de comportamiento de los turistas. De momento, el pasado año se percibieron ya algunos cambios como: preferencia por el acceso por carretera en vehículo privado, mayor porcentaje de turistas sin paquete turístico (4 de cada 5) y reducción de la estancia media. Precisamente, las Comunidades Autónomas con mayor peso del sector turístico han sido aquellas que han experimentado un ajuste más intenso del PIB en 2020 con datos de la AIREF: Baleares (-20%), Canarias (-12,5%), Cataluña (-11,7%) y Comunidad Valenciana (-9,6%). Finalmente conviene reseñar que, según la Organización Mundial del Turismo (OMT), el número de visitas entre países se redujo en 1.000 millones el pasado año, lo que ha supuesto unas pérdidas de 1,3 billones de dólares para el sector, una cifra que multiplica por más de once las pérdidas registradas durante la crisis económica global de 2009.
Aunque quizás la sorpresa de la semana ha sido la mayor subida mensual de la inflación en la UEM desde que existen datos (1990 para la general y 1996 para la subyacente). En enero, el IPC general de la UEM repuntó con fuerza hasta el 0,9%, después de haberse mantenido en el -0,3% desde septiembre, recuperando valores previos a la irrupción de la pandemia. La subyacente, por su parte, anota también un notable incremento, desde el 0,2% hasta el 1,4%, máximo desde noviembre de 2015. Todos los grandes componentes mostraron un repunte de su tasa interanual en enero: alimentos (1,5% vs 1,3%), energía (-4,1% vs -6,9%), bienes industriales no energéticos (1,4% vs -0,5%) y servicios (1,4% vs 0,7%). Por países, se aprecia que la subida de la inflación es generalizada, especialmente entre los cuatro grandes: Alemania (1,6% vs -0,7%), Francia (0,8% vs 0,0%), Italia (0,5% vs -0,3%) y España (0,6% vs -0,6%). Es verdad que detrás de la subida hay factores puntuales, como el efecto base en energía o el impacto alcista que ha tenido sobre los precios en Alemania el final de la rebaja del IVA general. Pero no hay que despreciar el posible repunte de la demanda embalsada, una vez que se levanten todas las restricciones, o el impacto inflacionista que puede tener la introducción de una tasa al carbono prevista en Europa para el segundo semestre del año. Es también previsible que las asimetrías en los ritmos de la recuperación entre los países de la UEM den lugar a diferentes perfiles en la evolución de los precios de consumo, con inflaciones más altas en los países más adelantados, como Alemania, frente a los rezagados (sur de Europa). En media, esperamos que la inflación de la UEM mantenga una tendencia alcista durante la mayor parte de 2021, aunque muy errática y, si bien podría superar el 2,0% durante algunos meses, esperamos que converja a valores inferiores al 1,5% en 2022. Como destacaba esta semana el BCE en un artículo de su informe mensual, el panorama es complicado pues, "si bien la demanda embalsada puede sustentar la recuperación e impulsar al alza la inflación, las restricciones de oferta podrían revertir con rapidez, lo que generaría presiones desinflacionistas. Con todo, las disrupciones de oferta podrían seguir siendo significativas, especialmente si se producen quiebras de empresas debido a un nuevo repunte de los contagios y a la retirada del apoyo proporcionado por las políticas".
De momento y con la excepción ya comentada del bono italiano, se empieza a percibir una mayor preocupación por el comportamiento de la inflación en el mercado de deuda. En EEUU, la tir a 10 años se ha situado en los máximos de inicios de año (1,15%) y la alemana está atacando el nivel de -0,45%, confirmando el giro al alza que empezó a gestarse el pasado mes de diciembre. Aunque la deuda inglesa ha sobresalido por la intensidad del movimiento (subidas de más de 10 pb) al descartar el BoE un recorte de su tipo de interés a zona negativa y mejorar las previsiones de crecimiento por el alto ritmo de vacunación en el país.
Todo lo anterior se ha visto agudizado durante la semana por la evolución del petróleo, con una subida del 15% desde el inicio del año (50% en el último trimestre), que ha situado los precios en la zona de los 60 dólares. Probablemente, detrás de esta subida se encuentra el buen tono que mantiene la industria, la fría climatología en el hemisferio norte en enero y también la falta de flexibilidad de la oferta para adaptarse a una demanda que está presentando una elevada volatilidad en las últimas semanas. El problema es que esta subida afecta a los sectores más castigados por la crisis (turismo, aerolíneas, etc) y se une al encarecimiento de los fletes que se ha producido en los últimos meses, perjudicando también a los sectores exportadores.