Asimetrías que se han vuelto a poner de manifiesto con la publicación de los datos de crecimiento de China en el cuarto trimestre de 2020. La economía asiática creció un 6,5% interanual, gracias a un avance trimestral del 2,6%, muy superior al objetivo oficial del gobierno chino establecido antes de la crisis (1%/2% trimestral). De esta manera, China registró un crecimiento medio positivo del 2,3% en 2020, siendo el único país, entre las grandes economías, que habría recuperado en su totalidad el ajuste en la actividad causada por la pandemia.
Como era de esperar, está siendo el sector industrial el que está tirando de la actividad, con un crecimiento de la producción fabril del 7,1% interanual, lo que ha permitido elevar el uso de la capacidad instalada hasta el 78%, respondiendo con mucha flexibilidad tanto al aumento de la demanda interna, como a los pedidos procedentes del exterior. El resultado se refleja en un crecimiento de las exportaciones del 17% interanual en el cuarto trimestre, el ritmo más elevado desde principios del 2013, cuando la economía se expandía a una tasa próxima al 8% anual. Este dinamismo exportador, pese a que los costes de transporte están aumentando de manera muy apreciable (de 2.000 a 9.000 dólares en el caso de un container entre China y Europa), también muestra el buen momento que se vive en el sector industrial global y en el consumo de bienes electrónicos, médicos y tecnológicos, por cambios de las preferencias de los consumidores a raíz de la pandemia, principalmente en EEUU (las exportaciones chinas al país crecieron un 34,3% interanual). Asimismo, revela lo difícil que será desmontar las cadenas de valor y, por tanto, dar marcha atrás en el proceso de globalización.
Por tanto, si en términos absolutos la recuperación de China ya ha permitido alcanzar los objetivos de las autoridades, en términos relativos está reduciendo de manera apreciable la brecha con los países más avanzados y, especialmente, con EEUU. No sorprende que, en este contexto, las inversiones extranjeras directas hayan crecido un 6,3% en 2020, patrón que se está reflejando en un fortalecimiento del yuan frente al dólar (7% en el último año).
En este sentido, las primeras declaraciones de la secretaria del Tesoro americana reflejan la importancia que va a seguir dando la nueva administración al tipo de cambio, al incidir en que se perseguirá cualquier intento de manipulación de las divisas por parte de terceros países. Oficialmente, la lista de países que, según EEUU, alteran artificialmente el valor de la moneda se ciñe a Suiza y Vietnam, mientras que el grupo de países con riesgo de ser clasificados como manipuladores incluiría a China, Japón, Malasia, Taiwán, Tailandia, India, Corea del Sur, Singapur y la zona euro. No es de extrañar, por tanto, que cada vez el BCE manifieste de forma más clara su preocupación por el comportamiento del euro. La situación es complicada porque la brecha acumulada respecto al objetivo de inflación en Europa se amplía, pero el BCE no parece que tenga margen para bajar tipos, lo que aprecia más el euro frente al dólar y, por tanto, inyecta más aire en las velas del proceso de japonización de la zona euro.
En este contexto, la reunión del BCE no supuso ninguna novedad, después de la última vuelta de tuerca de finales del año pasado. La autoridad monetaria pretende mantener la máxima flexibilidad para afrontar un año que seguirá caracterizado por la elevada incertidumbre. El objetivo es seguir manteniendo las condiciones financieras lo suficientemente relajadas para crear el "espacio fiscal" que facilite los programas de gasto y las emisiones correspondientes, ligados al Next Generation. De momento, se reconoce un empeoramiento de la coyuntura económica algo mayor de lo esperado que, por ahora, no obliga a revisar ni las previsiones económicas, ni el volumen del Programa de Compra Pandémico (1,85 billones), con mucho margen todavía para afrontar todo tipo de sorpresas en el escenario. En la rueda de prensa, Lagarde intentó vender esa flexibilidad como algo positivo, pero transmitió intranquilidad al mercado, al cotizarse una posible reducción en el ritmo de las compras de bonos. Ello vuelve a demostrar tanto la fuerte dependencia del mercado de bonos a la actitud proactiva del BCE, especialmente en un momento del año en el que los gobiernos suelen concentrar sus emisiones, como las dificultades que conlleva la política de comunicación del BCE. La referencia a la utilización de un enfoque "holístico" a la hora de valorar la situación de las condiciones financieras no fue muy bien entendido por los inversores, que van a demandar más concreción cuando se haga pública la nueva estrategia del BCE con decisiones tan importantes, como la nueva definición del objetivo final o la normalización de las políticas no convencionales utilizadas en los últimos años (QE, etc). En este contexto, cobra más importancia, si cabe, el debate sobre si el siguiente paso debe ser un control de la curva de tipos de interés "a la japonesa". En cualquier caso, hay que ser conscientes de que la política monetaria no puede compensar problemas como las necesidades de recapitalización después de la crisis del tejido empresarial europeo, que esta semana la Asociación de Mercados Financieros (AFME) cifraba en 600.000 millones de euros (1 billón de euros sin tener en cuenta las ayudas públicas).