En los últimos días, ha habido un intenso debate sobre los aranceles que Donald Trump quiere imponer a economías como la Unión Europea, China, Canadá y México. Durante su primer mandato, ya aplicó medidas similares, y ahora busca reintroducirlas. Desde 1817, el economista David Ricardo estableció el principio de la ventaja comparativa, que demuestra cómo la especialización en la producción beneficia a todas las partes al permitir una mayor eficiencia sin necesidad de mejoras tecnológicas.
Por eso, cualquier traba al comercio mundial que no permita especializarse en aquello que somos relativamente más eficientes haciendo tanto en bienes como servicios, es un problema porque nos hace más pobres a todos. No solo hace más pobres, en este caso concreto, a los ciudadanos americanos, que van a ver un mayor coste en la adquisición de esos bienes y servicios que están ahora grabados por ese arancel o al comprarlos en la industria nacional menos competitiva, sino que también a aquellos productores de ese bien o servicio se les hace un flaco favor, con lo cual en una economía con aranceles o con cualquier traba al comercio internacional se la productividad y empobrece a la economía global.
No obstante, no solo Trump impone aranceles; la Unión Europea también aplica tarifas elevadas en sectores como la automoción y la agricultura, además de impuestos como el IVA a productos extranjeros. Por lo tanto, su postura no es tan excepcional como se percibe.
Por otro lado, estudios recientes sugieren que el impacto inflacionario de los aranceles es más complejo de lo que se cree, con efectos menos directos y diluidos. En definitiva, más allá de Trump, cualquier restricción al comercio limita el crecimiento económico y reduce la prosperidad general. La solución radica en fomentar la especialización y el libre comercio para mejorar la riqueza global.