La neutralidad energética sigue siendo una aspiración central a uno y otro lado del Atlántico y sus metas de emisiones cero de CO2 en 2050, un desafío conjunto que se ha visto alterado por la reaparición del carbón y el protagonismo de los combustibles fósiles. En esta tesitura, la gran empresa europea profundiza en la ecuación original y apuesta por el binomio del hidrógeno y el software de Inteligencia Artificial y algoritmos de economics analitycs para consumar su plena descarbonización.
La reconversión hacia un modelo industrial sin huellas de carbono sigue latente en Europa. Pese a la cortina de humo (negro) que ha rodeado buena parte de 2021 y la totalidad del ejercicio en curso. Porque, lejos de que la hoja de ruta verde elaborada por Europa antes de la epidemia de Covid-19, con ínfulas de convertir al Viejo Continente en el primer territorio libre de emisiones de CO2 en 2050, y la más tardía de la Casa Blanca, pergeñada por el enviado especial, John Kerry -ex candidato demócrata a la presidencia y secretario de Estado con Barack Obama- a lo largo y ancho de la primera parte del mandato de Joe Biden con normas específicas, proyectos verdes dentro del ambicioso Plan de Infraestructuras federal y amplios recursos en los distintos planes de estímulos y ayudas a ciudadanos y empresas, las tensiones geopolíticas, la espiral inflacionista y la convulsión de los mercados han modificado las trayectorias hacia la sostenibilidad marcadas a una y otra orilla del Atlántico.
El planeta es ahora más gris, está rodeado de una atmósfera todavía más contaminada, presenta mayores emisiones de CO2 y ha agrandado el agujero de ozono y profundizado el denominado efecto invernadero y su secuela inmediata, el calentamiento global, hasta unos niveles de suma preocupación científica; por encima de los advertidos por los expertos con anterioridad a la Gran Pandemia. Desde entonces, la UE ha incluido el gas natural y la energía nuclear entre sus fuentes verdes. Incluso antes de que el Kremlin encendiera de nuevo la mecha de la escalada del precio del gas en otoño de 2021. En contra de la opinión de gran parte de la comunidad científica y del entramado multilateral, encabezado por Naciones Unidas, desde donde inciden en unos amplios pliegos de descargo para justificar que el gas natural deja huella de carbono y que el uso atómico tiene tras de sí la losa del reciclaje de sus residuos, altamente tóxicos. La invasión rusa de Ucrania tampoco ha traído vientos favorables. Todo lo contrario. En los ocho meses de conflicto armado, el carbón ha vuelto a reaparecer en los mix energéticos; muy en especial, en los de las potencias industrializadas.
Ante esta disyuntiva, los mercados han vuelto a readecuar sus carteras de inversión; aunque en esta ocasión, en sentido inverso al que registraron al inicio de la crisis sanitaria de 2020. En vez de catapultar los activos basados en criterios ESG, se han decantado por restaurar valores con el sello fósil ante la reanudación del dominio del gas y del petróleo en los mercados energéticos desde que el Kremlin reactivara la weaponización de sus recursos gasísticos y de crudo y su uso como armas diplomáticas de primer orden.
Sin embargo, la andadura empresarial hacia la neutralidad energética en Europa continúa en liza con varios ejemplos de especial compromiso con la sostenibilidad. El acero sueco, de un especial reconocimiento internacional por su extrema dureza, se ha vuelto verde. En Boden, una startup llamada H2 Green Steel (h2gs) ha elegido este enclave, una de las últimas ciudades próximas al Círculo Polar Ártico, para construir unas instalaciones de más de 4.000 millones de euros que se abastece de hidrógeno. Es la primera sede industrial que se erige en estas latitudes y que rechaza operar con carbón o gas natural. La abundancia de viento en la zona es la fuente generadora de hidrógeno verde con el que se fabricará el acero sueco sin huella de carbono en breves años. Un negocio que empleará a más de 1.800 trabajadores y que pretende inyectar al mercado más de 5 millones de toneladas de acero al año.
La intención de la compañía es popularizar la llegada de empleados a Boden y equilibrar el flujo demográfico de un país con altas concentraciones de residentes en las principales capitales del estado escandinavo.
El poder transformador de empresas y gobiernos
La estrategia corporativa de h2gs resulta ambiciosa. Pero la UE no debería desmerecerla, alertan en The Economist, donde inciden en la importancia que, para el mercado interior comunitario, suponen iniciativas empresariales en las que tienen cabida la puesta en marcha de cadenas de valor destinadas a la elaboración de cemento o productos químicos, por ejemplo, dos segmentos en los que la descarbonización alcanza objetivos urgentes y que, en conjunto, contribuyen al 1% del PIB de la Unión y cuya aportación a la riqueza se eleva hasta el 14% si se incorporan sectores como el de la hostelería o la construcción, según el think tank Material Economics.
Este viraje impulsaría la independencia energética y la capacidad de respuesta geopolítica de la UE y las sanciones occidentales a Rusia por la invasión de Ucrania. Además de reducir la emisión de CO2, porque las industrias relacionadas con materiales básicos expulsan la quinta parte de los gases contaminantes del espacio europeo. “Es un momento delicado” admite Ann Mettler, analista de Breakthrough Energy, un fondo de capital riesgo respaldado por Bill Gates, que hace hincapié en la necesidad de “un renacimiento de la industria europea” para posicionarse en una “nueva era post-fósil”. En la que serán determinantes -precisa- los procesos de digitalización, el software de Inteligencia Artificial y los algoritmos de Big-Data y economics analitycs y los planes de expansión del hidrógeno como fuente renovable adicional a la solar-fotovoltaica y la eólica.
En este contexto, también resulta esencial las apuestas gubernamentales decididas. En la órbita estatal, donde destaca la agenda verde de Dinamarca, el espejo al que se asoman otros socios de la Unión para perfilar agendas reformistas ambiciosas contra el cambio climático y que hunde sus raíces en los años setenta y en una especie de dogma de fe en su sociedad civil, de confianza ciega en su conciencia colectiva como nación para certificar una transición ecológica de éxito.
Dan Jorgensen, su ministro del Clima, lo explicaba de forma elocuente antes de la invasión rusa de Ucrania: “vamos a emplear miles de millones de euros en la recuperación y transformación económica de Europa y si lo hacemos de forma inteligente y los invertimos en infraestructuras verdes y eficiencia energética algo trascendental ocurrirá en el combate contra el calentamiento global”. El país nórdico no es ajeno a la convulsión que ha supuesto la intervención armada y las hostilidades energéticas del Kremlin hacia Europa. Pero mantiene su apuesta por mantenerse a la vanguardia de la sostenibilidad.
Porque ha sido un socio pionero en esta crucial batalla en la UE. Con unas autoridades políticas y unos ejecutivos de empresas que han desplegado cantidades extraordinarias de capitales en energía eólica desde la década de los setenta. “Es ineludible transmitir un claro mensaje de que las sociedades cerradas ni nos conducen a buen puerto, ni nos sitúan cerca del consejo científico de recortar drásticamente las emisiones de CO2”. Aunque, en paralelo, se requieren también instrumentos financieros. Desde la década de los setenta, las inversiones danesas hacia fuentes eólicas han sido capaces de abastecer el 40% de su consumo eléctrico nacional y de generar empresas de dimensión mundial. Como Vestas Wind Systems, uno de los mayores fabricantes de turbinas eólicas. U Orsted, firma que se ha hecho con substanciales contratos de desarrollo de parques offshore de esta modalidad de renovables. Orsted, cuya mitad del accionariado corresponde al estado danés, inició su periplo empresarial como productor de petróleo y gas, pero reinventó sus negocios hace una década y, desde entonces, ha logrado una revaloración en el mercado superior al 430%.
En la agenda reformista de Copenhague incluye ralentizar paulatinamente la extracción de crudo del Mar del Norte, donde Dinamarca compite con Noruega, hasta su total paralización en 2050, y la construcción de dos islas que albergan parques eólicos de alta tecnología con el propósito último de que su generación eléctrica abastezca la totalidad de su mix energético con energías renovables. “La esperanza de Dinamarca es la de convertirse en un modelo a seguir”; aunque, entretanto, “hay muchas iniciativas y un trabajo ingente aún por realizar para aproximarse a los objetivos del combate climático”, afirma Jorgensen. Porque si “nuestro plan no resulta y se registran recortes productivos en industrias y empresas, se caería en la tentación de pensar que este cambio de paradigma “no es una buena idea”.
También Berlín se ha erigido en la ciudad verde por excelencia. La histórica capital germana era ya, después de la reunificación, uno de los estandartes de transformación urbana del planeta. Ahora, se arroga el sello de ciudad limpia y digital. La sostenibilidad y la movilidad llevan la voz cantante y son un botón de muestra de la táctica que los gobiernos locales pueden llegar a tejer. Porque su política municipal se rige por criterios de planificación estratégica.
Una pausa al final del rápido ciclo de negocios post-Covid
El hidrógeno, especialmente su versión verde, se ha encaramado entre las preferencias de lucha contra el cambio climático entre las firmas industriales que apuestan por la descarbonización en todo el mundo. “En estos momentos no resulta económicamente competitivo frente a energías alternativas limpias, pero no será el caso dentro de diez años”, aventura Thomas Baudlot, CEO de la francesa Engie para Asia-Pacífico. “Desde luego, es una estrategia central en el futuro” de la multinacional gala, explica Baudlot, que hace hincapié en el negocio de venta a Asia donde las empresas australianas también han puesto sus puntos de mira tras poner los cimientos del hub del hidrógeno en el amplio espacio mercantil del Pacífico Oriental. Bajo el argumento de que el hidrógeno limpio caerá por debajo del precio del gas natural en una década cuando los esfuerzos por reemplazar los combustibles fósiles se acelerarán. Especialmente, en Europa que también se ha propuesto renovar y modernizar sus infraestructuras energéticas, de transporte y del resto de utilities.
El interés por el binomio entre tecnología e hidrógeno se ha redoblado en la UE que ve en esta fuente el complemento perfecto de la solar y de la eólica y la alternativa más sólida para cortar su dependencia energética con Rusia y con los combustibles fósiles. Una carrera en la que, sin embargo, no está sola. Porque, según Bloomberg NEF, su división de investigación y análisis del sector energético global, en estos momentos hay 35 países con proyectos de alta tecnología y con planes de innovación en marcha vinculados al hidrógeno y en 17 de ellos ya son operativos. Con los fondos de inversión movilizando ya más de 2.000 millones de euros en Europa a cambiar la trayectoria energética de la gran industria continental. A pesar de la debacle de los mercados de capital y de la volatilidad prevista por las tensiones inflacionistas y geopolíticas “ahora son los clientes los que nos llaman a nosotros”, aclara Baudlot, cuando hace unos meses, durante la Gran Pandemia, en pleno boom inversor bajo criterios ESG, “éramos nosotros los que teníamos que concienciar a empresas y consumidores sobre la transcendental hoja de ruta del hidrógeno”, una tesis que comparte con el titular danés. “Todos quieren que las inversiones sean más rápidas y más voluminosas”, conviene en señalar el CEO de Engie en Asia.
También la gran industria. Según un sondeo entre directivos de 1.200 compañías energéticas de 12 países -todas con objetivos de emisiones netas cero y más de las dos terceras partes de esta muestra de firmas identificadas como “altamente contaminantes- la mayoría de ellas consideran un parón en sus estrategias de descarbonización el credit energy propiciado por la crisis ucrania. South Pole, la consultora de investigación de mercados que ha realizado la macro-encuesta cree que el sector privado en general y la industria energética en particular “se han guardado la bala verde” para despegar, a mediados de 2023, cuando Europa se haya desembarazado de sus cotas de dependencia de los combustibles fósiles tan altas que ha impedido a sus socios cortar todos los conductos de suministro con Rusia. Y que están primando en todas ellas el probable perjuicio reputacional de inflar sus credenciales verdes. “Mas que nunca, las compañías están realizando progresos hacia la sostenibilidad”, aclara Renat Heuberger, cofundador y CEO de South Pole que les insta, sin embargo, a “no ocultar o permanecer en silencio sobre sus avances”. Es un secreto “poco inspirador”, aunque apele a la cautela de un mercado en estado de ebullición que “resta valor a los activos” con vitola sostenible.
El estudio de opinión, desvelado a menos de un mes de la COP27, las anima a “dejar atrás todas sus suspicacias bursátiles actuales y a publicitar la evolución de sus objetivos alineados con las metas científicas contra el cambio climático”, precisan en South Pole, además de a “explorar las herramientas sostenibles y el cuadro de mando para erradicar las emisiones que han puesto en manos de los empresarios la innovación tecnológica, tanto para instaurar proyectos neutrales, como de captura de CO2”.
Sobre todo, matiza Per-Anders Enkvist, de Material Economics, porque las tecnologías de bajas emisiones de carbono “han inaugurado el cambio de era” y dejado un nítido signo reconversor a las compañías para que “aceleren sus mecanismos” de innovación e inversión que reemplacen sus caducos y viejos activos fósiles.
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