También requerirá coraje y “recursos suficientes para estimular la actividad en una multiplicidad de sectores”. Este elenco de dudas sobre la contención de la epidemia se traslada al despegue. El Fondo atisba un alza de la economía global del 5,8% en 2021, pero con una inusual cautela en su pronóstico.
El tsunami del Covid-19 ha engendrado una tormenta perfecta sobre la economía mundial. De una virulencia inusitada, en un espacio de tiempo inusitado y con un compendio de dudas y de incertidumbres sobre su recuperación sin precedentes. Una coyuntura bélica, como anticiparon varios dirigentes, desde el presidente chino Xi Jinping, hasta la canciller Angela Merkel o el jefe del Estado galo, Emmanuele Macron. Entre otros. Y lo que es peor. Los radares meteorológicos de la economía y de los mercados no son capaces aún de anticipar el más mínimo anticiclón. Las medidas de confinamiento para contener la pandemia sanitaria del coronavirus, que mantiene en sus domicilios a más de la tercera parte de la población mundial, y la prolongación, sine die, de la hibernación de toda actividad no esencial, así como la falta de un protocolo claro sobre los pasos adecuados para abordar el desmantelamiento de las cuarentenas, elevan la incertidumbre sobre el despegue de la actividad. El World Economic Outlook (WEO), el Cuaderno de Bitácora de la economía global que el FMI reescribe cada semestre, revela la cruda realidad -la recesión se ha propagado por todas las latitudes y es de suma gravedad- y la escalada de dudas sobre el momento a partir del cual la recuperación dejaría de ser vigorosa. Como, de momento, predice. A mayor extensión de la parálisis productiva, más difícil será que los motores del dinamismo se pongan en marcha a pleno rendimiento.
Gita Gopinath, economista jefe del FMI, deja en el editorial del WEO un cronograma de claridad meridiana: “la crisis no es como cualquier otra. Primero, porque su shock es persistente y largo, asociado a la emergencia y las normas de confinamiento. Segundo, por la incertidumbre sobre su duración y la intensidad de su impacto, como en tiempos de guerra o en episodios de grandes inestabilidades políticas. Y, en tercer lugar, porque, bajo las actuales circunstancias, el papel de las autoridades económicas es sumamente complejo”. En este sentido, Gopinath augura que los decretos de paralización económica afectan a múltiples sectores, lo que aumenta aún más las vías de reanimación y exige programas de estímulo con recursos extraordinarios. El informe del Fondo reconoce que los tres grandes espacios económicos del planeta (EEUU, Europa y China) están en números rojos. Aunque el gigante asiático logrará sortear la contracción en el conjunto del año, que cerrará con un modesto aumento del 1,2%. Será la primera vez que su PIB registra una recesión técnica -dos trimestres consecutivos de contracción- desde 1976, tras la muerte de Mao Zedong. En la economía que más ha crecido -y de manera continuada en los últimos cuatro decenios. A EEUU le augura un receso del 5,9% y a la zona del euro, del 7,5%. Estos pronósticos, sin embargo, se basan en un escenario en el que la pandemia revierta su curva de contagios y de fallecimientos en el transcurso del trimestre que acaba de empezar. O, a lo sumo, al inicio del verano; es decir, más cerca de julio que de septiembre.
Pero no es una predicción fiable. El propio Fondo baraja otros dos horizontes, más pesimistas, a partir de los cuales matiza que la recuperación “es extremadamente incierta”, porque depende de “factores que pueden interactuar en distintas direcciones y que resultan difíciles de anticipar” aseguran sus expertos. Entre otros, la senda que tomará la epidemia, la intensidad y eficacia de los esfuerzos de confinamiento, la persistencia del desabastecimiento de material sanitario para detener el Covid-19, la repercusión del dramático endurecimiento de las condiciones financieras de los mercados, del aumento de los recursos presupuestarios, del cambio de comportamiento y de hábitos sociales -en materia de consumo o de transporte, mencionan expresamente- de los efectos sobre la confianza (empresarial y de los consumidores) o de la volatilidad en los precios de la materias primas, especialmente, el petróleo. “Muchos países se enfrentan a encrucijadas con múltiples amenazas”. Desde los esfuerzos financieros, médicos y materiales para frenar la pandemia sanitaria, hasta las distorsiones en sus mercados domésticos, las alteraciones en las demandas externas, las reversiones de los flujos de capital o el colapso de las cotizaciones de las fuentes de energía. “Los riesgos de un empeoramiento del panorama venidero predominan” en la atmósfera, asegura el WEO. Como lo demuestra el calculo de Fondo sobre los intercambios de comercio en 2020, que también entran en zona recesiva. Nada menos que un 11%. O la caída del precio del crudo, del 42% en el conjunto del año. A pesar del drástico recorte productivo que acaba de concertar la OPEP + impulsado por Rusia y Arabia Saudí. De casi el 10% de los barriles que circulan en el mercado: 9,7 millones menos por día. En 2021 -reconoce el Fondo- “persistirán daños en forma de destrucción de capital, ralentizaciones temporales del ritmo de productividad y de supresión de empleos”. Las potencias industrializadas drenarán un 1% su capital acumulado -su stock de inversiones- también por el repunte de bancarrotas. Y retrocesos en las rentas per capita de la práctica totalidad de las naciones del planeta este año. Hasta en 90 países. Aunque si la recesión se prolonga, pueden ser hasta 170, admitía el pasado viernes la directora gerente de la institución, Kristalina Georgieva.
Gopinath incide en que la economía global “experimentará este año la peor recesión desde la Gran Depresión, superando la crisis financiera de hace un decenio”. La economista jefe del FMI, que denomina a la actual la Gran Cuarentena, habla, de hecho, de una “recuperación parcial en 2021, con tendencia de crecimiento altas, aunque no lograrán restablecer los niveles de PIB que se registraban antes de la crisis del Covid-19”. La incertidumbre sobre la intensidad del rebote “es todavía más que considerable”. Sobre todo, si la pandemia requiere más confinamientos, si se ceba especialmente en los mercados emergentes y las economías en desarrollo, si la rigidez financiera persiste o si se propagan los daños con cierres definitivos masivos de empresas y alzas del desempleo. De ahí que las políticas gubernamentales “deban ser efectivas”. Primero, para frenar los contagios. Segundo, para detener la actividad económica a corto plazo con objeto de contener la propagación del Covid-19. Y, tercero, para manejar su desescalada con precaución, de forma que su impacto no obstruya su reanimación sobre trabajadores, empresas y el sistema financiero. Con un viraje en las medidas que, por un lado, “reduzcan las consecuencias de una inevitable y severa contracción” y, por otro, “fortalezcan una recuperación rápida, una vez haya desaparecido la pandemia sanitaria”, asegura el informe. En dos fases -matiza Gopinath: una de confinamiento y otra de despegue. Ambas deben confluir en un propósito común: un paulatino incremento de la demanda de servicios, mientras se reduce la transmisión del contagio, con el que ganar tiempo para el desarrollo de terapias y vacunas contra el Covid-19.
Desde el punto de vista económico, este desafío requiere “substanciales” recursos monetarios, financieros y fiscales para “mantener los lazos entre trabajadores, empresas y firmas crediticias y sostener la estructura económica” de cada país. Y de sus sociedades. Con ayudas a hogares y al sector privado. Como los programas de estímulo fiscal de Australia, Francia, Alemania, Italia, Japón, España, Reino Unido o EEUU, “rápidos y de una dimensión adecuada”. En las economías de rentas altas, con fuertes entramados institucionales, solventes sistemas de salud y reservas de divisas privilegiadas -estipula el importe- es relativamente más sencillo capear la crisis. Pero en algunos mercados emergentes o en desarrollo, sin unos activos económicos, financieros y sanitarios equiparables, se hace acuciante la recepción de ayuda multilateral. “La cooperación en este terreno será clave”, dice el WEO. Lo mismo que en “los esfuerzos globales por certificar avances en el descubrimiento de una vacuna contra el coronavirus”. Y, en este punto, Gopinath reclama a la comunidad internacional “dar pasos decididos de asistencia financiera” que ayuden a estos países, casi todos acuciados por vencimientos de pagos de deuda, moratorias y procesos de reestructuración de sus ingentes volúmenes de endeudamiento en relación a sus PIB.
La OMS acaba de hacer público que existen en la actualidad 70 líneas de investigación diferentes en curso para conseguir la vacuna. Mientras desde el G-20 se estudia, según avanzaba Financial Times en su edición del fin de semana, un aplazamiento de reembolsos de las deudas de las naciones más empobrecidas de, al menos, seis meses. Aunque sin descartar que sea para el conjunto de 2020 o, incluso, a lo largo de 2021. Entre otras medidas. A instancias de la petición del FMI, que puso como botón de muestra de “acciones concertadas” contra esta pandemia los planes de estímulo que han emergido desde los principales bancos centrales, asociados en un club, el G-10, adscrito al Banco Internacional de Pagos (BIS), con sede en Basilea, y cuna de las consignas regulatorias del sector financiero. Iniciativas a las que habría que añadir las líneas de préstamo del FMI, dotadas con un billón de dólares, todo su arsenal de crediticio aprobado por su comité ejecutivo, que se destinarán a mercados vulnerables. Y la activación de la Catastrophe Containment and Relief Trust (CCRT), un fondo de garantías del Fondo Monetario ideado para el alivio de la deuda a países pobres, dotado con medio billón de dólares de aportaciones que, en su mayoría, procedieron de Reino Unido, China, Holanda y Japón, y que, principalmente, se ha desplegado para ayudar a naciones subsaharianas. Aunque entre sus 25 receptores se hallan países como Afganistán, Yemen o Haití.