Hay un ejemplo idóneo de esta voracidad rapiñera, que ocupa espacios informativos y tertulias televisivas high level: los sueldos bajos, que no alcanzan para comprar o alquilar viviendas, que, a su vez, están muy caras. ¿Qué propone el (llamémosle) discurso común social y político? Decretar subidas de sueldos y topar los precios de los alquileres. Actuar sobre las consecuencias, como siempre. Con lo cual, se genera un problema laboral y otro inmobiliario.
Si de repente se obliga a las empresas a pagar un 10% más a sus empleados, (por ejemplo) para que así repunten los salarios, ¿qué van a hacer estas? Ajustar ese 10% por otro lado, ya sea con cargo a sus proveedores… o plantilla. Más bien esto último. Si una pyme tiene que pagar a sus 30 empleados un 10% más por decreto, dos o tres personas van a la calle, pero seguro.
Si a un casero se le obliga a poner el precio que el Gobierno decida a sus inquilinos, el dueño del inmueble reaccionará, evidentemente: tendrá la casa vacía y si se regula contra los pisos desocupados, se lo cederá a un familiar o lo venderá.
Si se revindica el impago de alquileres, los pisos se entregarán a toda prisa a un fondo inmobiliario (buitre, si lo quieren llamar así) o a un gran operador, que tendrá toda la capacidad del mundo de defenderse legalmente y aguantar el tiempo que haga falta.
Si se apuesta por la ocupación por las bravas, como se proclama desde muchos sitios con un descerebramiento importante, nadie saldrá ganando. Ni siquiera los ocupadores, que estarán en el punto de mira de otros no-ocupados que considerarán que tienen el mismo derecho a ocupar. Y será la anarquía total, en una situación en la que nadie se beneficia. ¿Qué recorrido se creen que tiene eso, además?
Por no alargarme más… en Países Bajos, donde se habían tomado medidas intervencionistas para ‘arreglar’ el problema de la vivienda, se ha agudizado la crisis. La fijación de precios por el Estado ha traído una contracción del mercado del 38%. Sólo han tenido que pasar tres meses para que el presidente del banco central local haya pedido que se eliminen esas genialidades. ¿De verdad nadie reacciona o al menos toma nota de estas cosas?
Cuando Amancio Ortega cobra 1.000 o 2.000 millones de euros en efectivo de su dividendo, de nuevo se opina sobre la consecuencia: “cuánto dinero gana, hay que quitárselo”. ¿Por qué? ¿Es consciente, quien opina así, de lo que genera? La empresa, que fundó él; que no depende del sector público, es el cuarto aportante al PIB en España. Vende por importe de unos 36.000 millones de euros en todo el mundo, pero paga 2.230 millones en impuestos en nuestro país. Emplea directamente más de 40.000 personas e indirectamente, más o menos, unas 100.000.
En 2021 se aplicó la Tasa Tobin a la compraventa de acciones. Había que evitar los movimientos especulativos de “los mercados”. Ya puestos, se les aplicó un impuesto “temporal” a los bancos y las energéticas, por los beneficios “caídos del cielo”. De paso, a las fortunas, aunque antes habían caído los planes de pensiones y las sicav, “que no pagan impuestos”. ¿El resultado? La Bolsa negocia la menor cifra desde el pasado siglo y las colocaciones nuevas se han cancelado todas, excepto Puig, que lleva una chufa en mercado de garabatillo. El dinero no quiere invertir en España.
No, la solución a ese problema no es el mangoneo público: pasa por facilitar la subida de salarios de verdad, merced al crecimiento económico, que es lo que hay que incentivar. Con la vivienda hay que lograr que los precios bajen o se estabilicen, debido a una mayor oferta y liberalización del mercado. Hay que realizar un análisis fino de la situación y escuchar a los que saben.
A las empresas hay que dejarlas trabajar y si ganan mucho, olé por ellas. Mejor para todos. De la Bolsa y los productos de ahorro-inversión, prefiero ni hablar.
Un mercado es un entorno donde confluyen oferta y demanda, que cuando ambas cruzan, generan un precio de transacción. “Los mercados” es un término que se aplica a los inversores, es decir, a los que ponen el dinero.
La gente poco versada en economía se apresura a enunciar postulados populistas, teñidos de buenismo simplón. Esa superficialidad, siempre de la mano de los eternos lugares comunes, es la que hace intervenir sobre las consecuencias y nunca influir sobre las causas. Es algo que se ha repetido a lo largo del tiempo y sigue pasando de nuevo en este Siglo XXI, del que estamos a punto de alcanzar su primer cuarto. Realmente, es cansino, porque los efectos de este modus operandi intervencionista son un desastre, cosa que la historia ha demostrado una y otra vez. No deberían repetirse viejos errores. Pues se repiten. Este modo de ver la vida, estatalista e intervencionista, es el reverso tenebroso de la economía, que no nos quitamos de encima.
Imagino que Serrat se refería a circunstancias como las citadas anteriormente. ¿Se deben al mercado? No, el mercado es, por ejemplo, el que le ha permitido a él (y a sus comunistas compañeros, Víctor Manuel y Ana Belén, presentes en los premios), sacar buenos réditos por su música.
Serrat, tan insigne músico como lego en materia económica, se deja llevar por argumentos del reverso tenebroso, tan fácilmente vendibles a las masas. Podría aplicarse un poco el ejemplo de su amigo Joaquín Sabina (reverencia: otro genio absoluto) que ya ha apostatado del comunismo. Tarde, pero lo ha hecho.
Las injusticias que denuncia el noi del Poble Sec llegan por fiscalidad, regulación e intervencionismo, que traen decrecimiento, burocracia y mercados exprimidos, por leyes hechas desde el desconocimiento técnico absoluto y el espíritu extractivo; que gustan a la gente pese a ser dañinas, porque como de entrada son placenteras, se aceptan, ignorando las consecuencias, que no son otras que reparto de la pobreza. El eterno discurso fácil, aunque perjudicial. Si manda el niño, se cenan chuches.
El mercado no es perfecto, por supuesto. La correcta asignación de recursos es un fenómeno dinámico: se da durante un breve momento. Es algo así como el peso ideal: puede ser 60,00 kilos, pero es técnicamente imposible estar en esa cifra. En cuanto se come, se bebe, se hace ejercicio, se fluctúa alrededor de él. Lo ideal es estar en ese entorno. ¿Qué se han cogido unos kilitos de más en Navidad? Dieta en enero. ¿Hay algo de anemia y se pierde peso por algún motivo? Pues ración doble.
Criticar al mercado, o a la “austeridad” (esa es otra), es denunciar que cuando el paciente se ha ido a 120 kilos y se le receta dieta, “está pasando hambre”. Milagros no hay, pero no es tan difícil poner a los que saben.
Tengo algunos discos de Serrat, que escucho con placer: En tránsito, Cada loco, Machado, Directo…y la canción Mediterráneo, por supuesto. Me encantan algunos de los miembros de su banda (Kitflus, Rabassa…). Pero su discurso económico es parte del reverso tenebroso. Como le explicaba Yoda a Luc Skywalker, “es más rápido, más sugerente, más fácil… pero no es mejor”.
Es un auténtico desastre. El problema no es la avidez del mercado, es Cuba, es Venezuela, es el Telón de Acero, es la impresión de dinero que nos trae la inflación (el impuesto a los pobres), es la fiscalidad delirante y coercitiva y, por encima de todo, es la supraestructura política deplorable. El mercado es una plataforma de comercio. El capitalismo es la economía del capital, es decir, del dinero ahorrado para invertir. Una sociedad pro market es la que más gente saca de la pobreza. No es perfecta, pero sí mejor. La que le gusta a Errejón, pese a sus contradicciones internas.