La inflación monetaria no es nueva, pero su aceleración en la última década ha cambiado la percepción del ahorro y la inversión. En un entorno en el que los bancos centrales han inundado los mercados de liquidez, y el dinero se crea digitalmente sin más respaldo que la confianza, los bienes tangibles, finitos y con historia se vuelven especialmente atractivos. Coches como el Citroën 2CV o el Seat 600; el Seat 124 Sport Coupé, o instrumentos como platillos Zildjian de los años 60, cajas Ludwig de los 70 o guitarras Fender Stratocaster pre-CBS no son solo reliquias: son escudos ante la depreciación monetaria.
Estos activos también son efectivos para evitar la volatilidad de las bolsas, como las actuales. Al no cotizar en mercados secundarios, el dueño se evita los nervios de la cotización. Y la principal diferencia frente a las inversiones tradicionales reside en que estos activos tienen una característica que los distingue: pueden disfrutarse. Un coche clásico puede conducirse en fin de semana, un platillo vintage puede sonar mejor que muchos actuales y una guitarra del 65 puede llenar de emoción a su dueño. Esto introduce un concepto clave: el doble dividendo. No solo ofrecen potencial de revalorización, sino placer personal.
En términos de rentabilidad, la literatura y los datos empíricos sugieren cifras modestas en primera instancia, pero consistentes. Los coches clásicos no especulativos, como los antes mencionados, han mostrado una rentabilidad anual media de entre el 2% y el 6% en la última década, según datos recogidos por portales como Classic.com, Hagerty o Bring a Trailer. Por ejemplo, un Citroën 2CV en buen estado que costaba 4.000 euros en 2010 puede superar hoy los 10.000. El Seat 124 Sport, muy buscado por coleccionistas nostálgicos en España, ha duplicado su valor en una década si está bien conservado y documentado. Superan fácilmente los 10.00 euros, más de un 100% en menos de 10 años. Ofrecen una Tasa Anual Equivalente (TAE) superior al rendimiento real de muchos bonos soberanos actuales descontando inflación.
El Knight Frank Luxury Investment Index ha señalado en varios informes que los coches clásicos han ofrecido rentabilidades medias del 6% al 10% anual en los últimos 10 años, aunque esta cifra está claramente influida por superdeportivos y rarezas como el Ferrari 250 GTO. No obstante, incluso en segmentos más modestos, la conservación del valor real ha sido clara.
Algo similar ocurre en el mercado de instrumentos musicales. Portales como Reverb.com, Drumarchive o Vintage Drum Forum muestran una evolución sostenida en modelos específicos. Una caja Ludwig Supraphonic 400 de los años 70, adquirida por 300 euros hace quince años, puede alcanzar hoy los 900 o incluso 1.200 euros si está en buen estado y sin modificaciones. Platillos como los Zildjian K Istanbul o los Paiste 602 vintage han sido objeto de una revalorización constante, con crecimientos anuales del 4% al 8% según datos de compraventa en foros y tiendas especializadas. Y todo ello con una ventaja adicional: estos instrumentos no solo se valorizan, sino que en muchos casos superan en calidad sonora a sus equivalentes modernos.
Para instrumentos musicales, no existen tantos índices institucionales, pero la información de mercado disponible confirma el mismo patrón: baja volatilidad, revalorización sostenida y utilidad permanente.
La clave de estas inversiones está en su naturaleza finita. No se pueden fabricar más 2CV originales, ni volver a los platillos hechos a mano en Turquía en los años 50 y 60. Esta escasez, combinada con el deseo emocional que despiertan, actúa como una protección natural frente a la depreciación de las monedas. No se trata de activos especulativos ni de burbujas de moda pasajera: son bienes con utilidad, historia y belleza.
Dicho de otro modo: son lo mismo que el oro, el Bitcoin y lo opuesto a la monetización de deuda.
La liquidez es, por supuesto, limitada. No se venden en minutos como una acción en bolsa, aunque plataformas como Wallapop, Milanuncios.com o Catawiki han multiplicado el cierre de operaciones, de manera global, con una seguridad más que razonable, tanto en las entregas como en los pagos.
Siempre hay compradores en el mercado global dispuestos a pagar por piezas bien conservadas. Además, el coste de mantenimiento, si se gestiona con criterio, es razonable. Un coche clásico que se usa ocasionalmente, se guarda en garaje y pasa la ITV con regularidad puede mantenerse con menos de 1.000 euros anuales. En instrumentos, basta con buenas condiciones de humedad, limpieza y un uso responsable.
Desde el punto de vista fiscal, estas inversiones suelen tributar como ganancias patrimoniales si se venden con beneficio, pero no están sujetas a impuestos anuales como los dividendos o los intereses. Esto puede ser una ventaja si se consideran opciones de largo plazo.
Combinar placer con rentabilidad es una estupenda opción que, seguramente, debería ir a más en los actuales tiempos convulsos, en los que leer prensa económica provoca convulsiones.