Hoy, a pesar de la guerra de Ucrania, la inflación a niveles nunca vistos en los últimos cuarenta años y el endurecimiento de las condiciones financieras, el sector afronta un verano radicalmente distinto al de 2020, con previsiones históricas de turismo en España y un gasto turístico previsto superior en doble dígito a los niveles prepandemia. Tras una Semana Santa de récord, con ocupaciones medias en hoteles por encima del 90% y aumentos de precio del 19% en tarifa media, todo apunta a que España cerrará el año con 85 millones de visitantes, algo por encima de los visitantes recibidos en 2019, tras protagonizar la segunda mejor recuperación turística del mundo tras Turquía.
Sin embargo, las buenas perspectivas para el primer sector económico del país y el que mayor empleo genera llegan acompañadas de la agravación de algunas sombras que acompañan al turismo -y su rápido crecimiento- desde antes de la pandemia y que, de no afrontarse, pueden conllevar que el sector muera de éxito. La saturación de los principales destinos turísticos, la gentrificación y la pérdida de la calidad de vida derivada de la masificación, el impacto en el entorno y el medio ambiente y, ahora, la amenaza de la sequía, especialmente en Catalunya y Andalucía, han derivado en peticiones de poner coto al crecimiento de la actividad turística y de cambio de modelo. Y, todo ello, acompañado de otro gran reto que atraviesa el sector: atraer y retener talento cualificado, sin el cual el turismo -y toda la economía que vive de ello- no podría funcionar.
Hace unos años, algunos destinos empezaron a tomar medidas para hacer frente a una realidad que en inglés han bautizado como “overtourism”, entre ellas las denominadas 5D (Desestacionalización, Descongestión, Descentralización, Diversificación y Deluxe Tourism). Valoradas por unos como potenciales soluciones y acusadas por otros como paliativos y no necesariamente eficaces a largo plazo, la realidad es que no es sencillo cambiar el modelo hacia un modelo de turismo responsable o sostenible a largo plazo. Algunos hablan de dejar paso a un turismo de calidad, mayor nivel adquisitivo y valor añadido en lugar de competir por la cantidad. Otros, de diversificar y desestacionalizar la oferta, actualmente muy centrada en el sol y playa.
Para reconstruir el sector, la innovación, la gestión del dato y la tecnología juegan un papel muy importante. Sin embargo, la clave pasa por la responsabilidad compartida entre gobiernos, agentes turísticos y cadena de valor, así como el diálogo entre todos ellos, la sociedad civil y los residentes para escucharse y definir, conjuntamente, qué modelo de ciudad / país / destino queremos. Y la prioridad han de ser los ciudadanos residentes de las zonas más impactadas y el equilibro entre la satisfacción del turista, el beneficio local y el impacto en el entorno.
Y es que dejar de viajar no es una alternativa. La pandemia nos recordó que viajar nos hace felices, algo que también certifica la ciencia, con varios estudios que demuestran como, al viajar, nuestro organismo libera endorfinas que nos proporcionan una sensación de bienestar al liberarse en nuestro organismo. Conocer nuevas culturas, vivir nuevas experiencias, descubrir paisajes y lugares, romper prejuicios, manejar mejor el estrés, acercarse a otras personas y realidades y, también, conocerse mejor a uno mismo.
Por eso, y también por la gran importancia del turismo en el conjunto del PIB y en la generación de empleo, resulta necesario llevar a cabo acciones para cuidar del turismo, del talento que hace posible el sector y de las comunidades que lo alojan, para que continúe siendo uno de los puntales de nuestra riqueza. Ya lo avanzaba Pololikashvili cuando decía que el sector tiene ahora la oportunidad de reconstruirse para hacer que sea mejor, más inclusivo y resiliente.