Repito, sí: lamentables. Coercitivas. Obsoletas. Politizadas. Me tienen calentito y antes de que alguien intente buscarme las vueltas, no tengo reparo en aclarar que a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) le tengo una especial inquina, entre otras muchas cosas, por prohibir la publicidad de productos financieros, algo que a muchos medios de comunicación nos ha costado, de la noche a la mañana, decenas de miles de euros que teníamos comprometidos en publicidad y marketing, fruto de nuestro trabajo, honrado y sin ayudas públicas. La medida se promueve porque sí, por el artículo 33. Como los inversores son tontos, se prohíbe la publicidad de la inversión. Y si en el camino dejo víctimas como los medios de información financiera que, por cierto, educan, son daños colaterales.
Uno diría que si hay poca formación con algunos productos de inversión, lo lógico sería potenciar su conocimiento, no prohibirlo, pero en el habitual modo de proceder de lo público, los funcionarios de la institución sancionan leyes políticamente correctas, que se venden de manera estupenda entre los poco ilustrados, pero en realidad hacen un daño enorme. Entre otras cosas, porque nunca realizan la memoria de daños y beneficios. Se legisla y ya veremos qué pasa. A lo burro: ¿para qué potenciar o, sobre todo, para qué mejorar la supervisión? . Hay que prohibir, además, que eso a la gente parece que le gusta. Vivan las caenas.
Uno recuerda que había una división llamada Fomento del Mercado. Algo que no vendría mal, porque la Bolsa negocia cifras dignas de los años 90, el Ibex es el único índice que no está en máximos y las OPV se cancelan una tras otra por falta de demanda. Un desastre total porque, insisto, los mercados somos todos.
Por eso es tan importante que prospere la educación financiera, porque es imprescindible para ejercer la libertad y que la sociedad avance. Ya que citábamos al Banco de España, resulta intolerable que suframos unas restricciones tan enormes para usar nuestro dinero. No se puede retirar más de 600 euros en cajero (¿quizá 1.000?), en ventanilla; como pretendas sacar más de 2.000-3.000 de tu propia cuenta te preguntan “¿para qué los quiere?” (métase en sus asuntos, oiga) y no puedes pagar en un comercio un ordenador personal que cueste más de 1.000 euros en efectivo. Un menoscabo a las libertadas individuales que el ciudadano poco versado en economía acepta: “claro, es para luchar contra el dinero negro”. Y se lo traga.
Nos acaban de prohibir invertir en los planes de pensiones privados, un producto que ya antes era poco menos que un atraco fiscal, aunque nos lo vendieran como un oasis en la materia. Porque, aunque tengan unas pequeñas deducciones, hay que devolverlas de golpe en el momento del rescate (sin inflación, es cierto, pero menudo palo todo a la vez), a lo que hay que sumar la retención sobre plusvalías.
Sin la actual prohibición, un español que aportara 50.000 euros en 20 años con todo su esfuerzo, (me lo invento), habría desgravado 5.000 euros en esos años. Suponiendo que el plan fuera bueno (mucho suponer), tal vez tendría 80.000 euros. Entonces, le tocaría devolver esos 5.000 que se ahorró en 20 años de una tacada y, además, un 21% de plusvalías: algo más de 11.000 euros. Ya quedan sólo 65.000… y resulta que, entonces, ese dinero ponderaría de nuevo como rentas del trabajo.
Una tomadura de pelo se mire por donde se mire, sobre todo porque, además, los planes de pensiones privados son excelentes financiadores de la economía: compran renta fija pública y privada, acciones… Sólo por eso, deberían estar exentos de impuestos. Los expertos fiscales se ponen a defender que no aplican doble tributación por esto o por lo otro... lo cierto es que al partícipe le toca pagar sí o sí.
¿Cómo es posible que no se reclamen unas aportaciones a los planes totalmente destopadas, con neutralidad fiscal total? Es decir, que no deduzcan ahora en irpf, pero que una vez rescatados, aceptando que haya que pagar plusvalías a un instrumento de financiación de la economía a largo plazo, ese dinero debe quedar totalmente libre del circuito fiscal directo. ¿No hay nadie que reclame esto? ¿Saben quién lo hizo un día, seguramente sin darse ni cuenta? Pablo Casado, en sus tiempos de liderazgo del PP, que llevaba en su programa el blindaje fiscal al ahorro. Quién ha visto y quién ve ahora a ese partido. Leo y releo ese pdf, que guardo como una reliquia. Ese documento no pasaría ahora el visto bueno en Génova ni de coña. De hecho, Casado lo comentó en algún debate con el mínimo énfasis, sabiendo que era un tema con poco glamur, seguramente sin ser consciente de que contribuiría en gran medida al bienestar de la gente y al de nuestros depauperados mercados.
En fin, por no alargarme más, porque quedan en el tintero los impuestos inventados a la banca, las eléctricas, el destrozo a las sicav, el mordisco a las nóminas el año que viene “por solidaridad” o el indisimulado deseo de meterles mano a los fondos de inversión.
¿Educación financiera? Sí, por supuesto. Empezando por nuestras instituciones y élites políticas, muy ignorantes también (escucharlos en el Congreso hablar de Economía produce sonrojo), que viven tan de espaldas a realidades como que nuestra Bolsa negocia menos dinero este siglo que el pasado. Educación financiera, sí: para que sepamos ejercer la libertad y librarnos de yugos coercitivos y dañinos.
Educación financiera, sí, pero para evitar espectáculos como el de la CNMV instigando antaño un dossier desde Moncloa para que un presidente de un banco dimita y así presidan los nuevos amigos del Gobierno. Educación financiera, sí, para que se deje de jugar a las opas, contra opas y entradas del Estado en las empresas, forzando dimisiones de presidentes. Educación financiera, sí, para que no se haga el ridículo persiguiendo foristas que calientan chicharros en la web o se condene públicamente a periodistas por comprar 10.000 euros de una acción de la que escribía (supongo que provocaría una alteración de mercado capaz de poner en jaque las balanzas de pagos de varios países). Educación financiera, sí, pero para que los reguladores no se coman con patatas toda la politiquería de las cajas de ahorros, que casi hacen quebrar el país. Y, sobre todo, educación financiera, sí, para los bancos centrales; para que no bendigan la fabricación de dinero destinada a financiar estados, en lo que constituye, seguramente, la mayor aberración económica.