Entre las opiniones relevantes que escuché entonces, recuerdo dos: “el oro ha dejado de ser un metal precioso. Los bancos centrales no lo quieren. Bajará de 200 dólares la onza y lo veremos muy, muy bajo, casi a cero”. Y también: “hay existencias de crudo por explotar (ni siquiera por descubrir) para cientos de años. Hay pozos que directamente, ni se explotan ya. Hay más crudo del que podemos consumir, lo veremos cotizando casi a cero, muy, muy bajo”.
En ese momento, tenían razón. En plena mitad de los 90, las Bolsas estaban en ebullición a ambos lados del Atlántico. En España, concretamente, el furor de las privatizaciones desencadenó el bendito ‘capitalismo popular’. Los índices, las acciones… todo subía al 40%, o más. En España nunca se había visto algo así.
En el lado geopolítico, había llegado ‘el fin de la historia’, como dijo Fukuyama. La caída del Muro de Berlín constató, finalmente, que el modelo comunista era un fracaso histórico, inapelable. Las democracias liberales habían triunfado definitivamente; el triángulo Reagan-Thatcher-Kohl era la trinidad sociopolítica que regiría nuestros destinos y, si se me apura, en esta ecuación entraba incluso Juan Pablo II, movilizador de masas en la juventud y, por supuesto, anticomunista. Estaba claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Para siempre.
Mejor o peor, todos sabíamos que la unificación alemana iba a relanzar Europa como proyecto común y el Euro sería una enorme culminación de algo conjunto. El viejo continente continuaría siendo receptáculo de valores, pero también emergería como potencia económica integrada de primer nivel. Con los ingleses; sí, jugando a lo mismo, por fin.
Y lo cierto es que así fue durante los ‘tranquilos años 90’. Se alcanzaron cotas de bienestar nunca vistas y fue algo lógico que España diera la espalda a 14 años de socialismo, para apostar por un partido conservador, que se aplicó con armas y bagajes a privatizar, intentar cumplir los criterios de convergencia y, finalmente, entrar en el Euro por la puerta grande. España, después de tantos años de estar “en vías de desarrollo”, era uno más del grupo.
El gran problema en esa etapa constituía digerir el crecimiento. Evitar que la economía se recalentara. El bienestar excesivo. España, en vanguardia de aquello: dos de cada tres empleos de la UE se generaban aquí y, a principios de siglo, mandábamos en el Eurostoxx, con Telefónica y Santander como valores más líquidos de toda Europa. Sí, como suena: eran las acciones preferidas; más que cualquier otra de Alemania, Francia o Inglaterra. Guau.
¿Quién necesitaba al oro, entonces? Un activo refugio, obsoleto, sin ningún glamour ni capacidad de ofrecer las rentabilidades de vértigo que lograban, por ejemplo, las puntocom o el real estate. El patito feo de la inversión. Las materias primas podían interesar, pero aquellas necesarias para fabricar chips, como el silicio, o algunas alimentarias para grandes desarrollos alimentarios, food-tech, etcétera (la soja, por ejemplo).
Sin embargo, la historia no había llegado a su fin. La izquierda (el comunismo) se reorganizó sorprendentemente bien y con enorme rapidez. Nada más empezar el Siglo XXI, cayeron las Torres Gemelas y después, los atentados de Madrid y Londres. Tres auténticas cities financieras (Madrid hervía por aquel entonces, en salidas a Bolsa y operaciones corporativas) y ejemplos de libertad civil y 'vida OCDE', heridas gravemente en su corazón.
Lo que viene, lo saben todos: llegaron de nuevo gobiernos de izquierda, y no sólo no cayó Cuba, (que se daba por hecho en los 90) sino que emergieron Venezuela, Argentina, Ecuador, Brasil y, más recientemente, Colombia o Chile.
La crisis de Lehman Brothers se salvó fabricando dinero en EE UU, Inglaterra, Japón y Europa y volvieron a sonar con fuerza palabras que creíamos descatalogadas, como “nacionalización”, o, más recientemente, “aranceles”, "impuestos a los ricos", etcétera. La caída del muro no había eliminado las políticas de raíz marxista, sólo les echó un poco de polvo encima. Inglaterra se fue de la Unión Europea de la noche a la mañana, en la constatación de un fracaso histórico. La fiscalidad del 50% o más es vista no sólo con indiferencia, sino como algo necesario, ya que esa Europa que iba a ser un líder mundial económico, tiene a sus poblaciones subsidiadas mediante empleo público.
¿Qué ha generado la fabricación indiscriminada de dinero? Inflación. Déficits crónicos y deudas enormes. Por tanto, deflación salarial, decrecimiento y pobreza.
¿Cuál ha sido la respuesta a esto? El petróleo a más de 100 dólares durante muchos años, el oro como una eterna reserva de valor, ajeno a la corrosión económica de las políticas monetarias, que permite incluso salir pitando del país y llevar la fortuna personal en un maletín, a sabiendas de que no necesita de un mercado electrónico para ser canjeado. La última consecuencia emergente han sido las criptodivisas, otro elemento de reserva de valor. También de estas se dice que no valen para nada y valdrán cero. No digo que no, pero para que sea así, tendrá que volver el crecimiento de verdad.
Mientras tanto, el oro, que en el 96-97 rondaba los 200 dólares, está ahora a 2.400 euros; más de 2.600 dólares. Y lo que te rondaré. Sigue siendo el mejor activo del mundo. Muy triste.