A pesar de que Bitcoin se sigue considerando un activo de riesgo por su fuerte correlación con el Nasdaq en los últimos años, especialmente desde 2019, el mercado ha comenzado a diferenciar de forma más clara a Bitcoin del resto de criptoactivos. Mientras muchas altcoins dependen de fundaciones o empresas, Bitcoin mantiene su carácter único: es escaso, auditable, no depende de terceros y no representa un pasivo, lo que lo convierte en una suerte de "oro digital". Sin embargo, su adopción como reserva de valor aún no ha calado completamente en los portfolios institucionales, aunque cada vez más actores -como BlackRock- están tomando posiciones significativas.
Hablamos también del papel clave de la liquidez global. La expansión de la base monetaria (M2) tiene una correlación histórica con el comportamiento de Bitcoin, aunque con cierto retraso. Si esta tendencia continúa al alza, podríamos asistir a movimientos de precio más agresivos, tanto al alza como a la baja. En este contexto, destaca el drenaje de liquidez en exchanges y el crecimiento de la autogustodia, como señales de un mercado más maduro y selectivo.
En cuanto al papel institucional, se observa una clara división. Mientras BlackRock apuesta abiertamente por Bitcoin, otras entidades como JPMorgan se muestran más escépticas, aunque internamente están desarrollando infraestructuras basadas en blockchain, tokenización y stablecoins. Estas últimas, aunque nacieron como herramienta de trading, están evolucionando hacia sistemas de pago global, lo que paradójicamente refuerza la hegemonía del dólar en un entorno donde se cuestiona su sostenibilidad.
Por último, mirando al creciente interés político por el sector, la implicación de la familia Trump en la minería de Bitcoin y el desarrollo paralelo de IA por parte de grandes mineras como Marathon o Hut 8 reflejan un cambio estructural. Más allá del conflicto de intereses evidente, este movimiento puede incentivar una mayor descentralización minera a nivel global, favoreciendo la robustez de la red.
En definitiva, en un entorno de desglobalización, tensiones comerciales y pérdida de poder adquisitivo de las monedas fiat, activos duros como Bitcoin y el oro podrían jugar un papel crucial en la preservación de valor a medio y largo plazo. Aunque el corto plazo siga marcado por la volatilidad y la incertidumbre, todo apunta a que estamos asistiendo a una reconfiguración del sistema financiero global. Y en ese nuevo mapa, Bitcoin ya ocupa un lugar destacado.