El presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, le dedicó unas encendidas palabras de elogio, sin duda merecidas. Todo el mundo tiene sus luces y sus sombras y Alierta no es una excepción, pero ha sido una persona que más de una vez se ha echado a los hombros el país.
Someramente, podemos decir que Alierta desciende de la, seguramente, principal familia de Zaragoza. Su padre, ex alcalde de la ciudad, da nombre a una importante avenida. Alierta estudió en EE UU e ingresó, hace ya más de 50 años, en el Banco Urquijo, donde llegó con unos conocimientos y visión financieros muy avanzados para aquella España franquista.
Durante lustros, el Urquijo fue el banco más ágil y visionario, sobre todo en los mercados de capitales, pero a su falta de tamaño se le unía la imposibilidad de cerrar una fusión con uno de los dinosaurios de entonces. Muchos dicen que el fallido intento con el Banco Hispano Americano fue el detonante de su salida.
Abandonó la banca, pero no los mercados. Fundó la histórica Beta Capital, que fue famosa por tener las mejores ideas de inversión, lo que le valió la entrada en el capital de KIO, a través de Javier de la Rosa, maravillado con la operativa de Beta. La operación salió regular y acabaron saliendo. Finalmente, Beta Capital fue vendida a mediados de los 90 a los holandeses de Mees Pierson.
A mediados de los 90, el PP le hizo presidente de Tabacalera, cuya privatización capitaneó y la fusionó no mucho después con la francesa Seita, dando lugar a Altadis. Pionero en fusiones transnacionales y, además, liderándolas. Por entonces, ya se había fijado en Pablo Isla, quien le sucedió en Altadis cuando el aragonés marchó a Telefónica, para reemplazar a Juan Villalonga. También llevó a Isla al consejo de la operadora y, hasta que se interpuso Amancio Ortega, siempre se dijo que sería su sucesor en Telefónica. Pero partió rumbo a Inditex.
En la compañía de telecomunicaciones, recuperó el dividendo, recompró las filiales cotizadas y marcó un récord no emulado, como es presentar 10.000 millones de euros de beneficio. Hito no logrado jamás por ninguna compañía nacional. Su gran desilusión fue no lograr un máximo histórico en la cotización del valor, logro que sigue en la etapa Villalonga.
Su gran borrón fue el llamado ‘caso Tabacalera’; una historia algo demencial que tuvo una sobreexposición informativa aun más demencial. Sin duda pudo haber irregularidades en tal caso de uso de información privilegiada, pero lo cierto es que dicha actuación no causó perjuicio a persona alguna. El caso acabó archivado, después de un vía crucis judicial y mediático.
Sin entrar más en su trayectoria profesional, Alierta es un ejecutivo con un perfil que ya no hay. Consciente de estar en empresas que eran auténticos portaviones, siempre fue partidario de dar cabida en ellos a la mayor parte de gente, ya fueran proveedores, empleados… También era, como no, declarado fan de repartir buenos contratos publicitarios. De repartir juego al máximo posible.
También era proclive a tener lo más engrasadas las relaciones políticas. “Le encantaba hacer favores, aunque sólo fuera para que se los debieran”, dicen quienes le conocen bien. Sin ir más lejos, cuando incluyó en el consejo a Manuel Pizarro, buen amigo suyo, hizo lo propio con Javier de Paz, persona muy cercana al entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Un claro intento de “tener contentos a todos”.
En plena crisis de deuda española, ante un Gobierno claramente desnortado, fue el gran impulsor del Consejo Empresarial para la Competitividad. Un intento más de echarse al país a los hombros, aunque sólo fuera por una cuestión de lógica: si España caía a bono basura, cosa que parecía inminente, las grandes corporaciones del Ibex iban a ir detrás.
Sin descendencia, ha tenido especial cariño por sus sobrinos y, por supuesto, ha estado muy vinculado a la ciudad de Zaragoza, siempre junto a nombres como Pizarro, los Yarza o los Solans. Continuará con su actividad en la Fundación ProFuturo, y esperamos que por mucho tiempo. Ha tenido ya algunos sobresaltos de salud y seguramente a eso se debe su salida de la Fundación Telefónica, donde es preciso un nivel de actividad muy exigente.
Sin duda, a España no le vendrían nada mal unos cuantos ejecutivos y empresarios con la visión y energía de un César Alierta con 35 años.