¿Cuántos de nosotros hemos compartido el mismo sentimiento de desaliento bajo las incesantes lluvias de los últimos meses?
2013 quedará en los anales de la historia como el año de la primavera más lluviosa desde 1959 y la más fría desde 1987. Una buena noticia para nuestra agricultura, ya que las continuas precipitaciones han permitido al menos reconstituir el nivel de los mantos freáticos, regularmente dañados por la urbanización y la agricultura intensiva.
La preservación de los recursos de agua es uno de los desafíos principales de este siglo, ya que el crecimiento poblacional y el aumento del nivel de vida acarrea necesidades crecientes de consumo de agua potable. Cada chino consume ya 90 litros de agua diarios, acercándose al consumidor francés (150 litros diarios) aunque todavía está lejos del consumidor estadounidense, con sus 580 litros diarios. A este ritmo, los volúmenes de extracción de agua en el mundo, que se han visto multiplicados por tres entre los años 50 y la actualidad, deberían seguir aumentando en un 40% de aquí a 2030.
Ante tales condicionantes, se multiplican las soluciones tecnológicas para acrecentar el recurso, especialmente mediante técnicas de desalación, y racionalizar la demanda gracias a sistemas de ahorro de agua y a redes de distribución más eficientes. El sector es prometedor, con un mercado del agua estimado en 1.000.000 millones de dólares de aquí a 2020.
Sin embargo, en la Bolsa, la fiebre del oro azul se parece más a un espejismo que a la tierra prometida. Desde hace cinco años, los accionistas de Suez Environnement (-46%) y de Veolia (-75%), campeones franceses del sector del tratamiento del agua, lo han experimentado dolorosamente.
A las “Water Utilities” parece costarles mucho equilibrar su modelo económico, ya que el agua no es una materia prima como las demás. Para casi todos, se trata de un bien común que no tiene nada que ver con la economía de mercado. En 2010, las Naciones Unidas incluso consagraron este «derecho al agua potable», convirtiéndolo en «Derecho Humano». Según la OCDE, la factura del agua no debe superar más del 3% de los ingresos de las familias. Un límite que está lejos de alcanzarse en Francia, donde el agua representa en promedio un 0,8% del presupuesto de las familias, es decir, cerca de 1€ al día.
En este entorno reglamentario y político poco favorable a la libre empresa, a la inversión de grandes capitales le cuesta encontrar una remuneración justa. Paradoja de esta economía de costes fijos: cuando las ventas de agua bajan, el precio medio del m3 debería aumentar para que el operador equilibre su presupuesto. En otras palabras, cuanta más agua ahorren los usuarios, más cara pueden tener que pagarla. Por lo tanto, no es fácil contribuir, como inversor, a mejorar la calidad de las redes y a garantizar un agua de mejor calidad.
El precio del m3 de agua (entre 0,5$/m3 en Hong-Kong y 9$/m3 en Copenhague) no es un dato tan fácil de manipular como el curso del barril de petróleo o de la onza de oro. Algunos actores menos visibles, como la holandesa Arcadis (especialista en proyectos de infraestructuras), la finlandesa Kemira (aditivos químicos para purificar el agua) o incluso la austriaca Andritz, que trata las aguas residuales, han entendido que es necesario concentrarse en el largo plazo. Si confiamos en ellas y aceptamos ser pacientes, también podremos ayudar a satisfacer las necesidades básicas de agua potable de todos los habitantes del planeta.
¿Quien dijo que las finanzas y el agua no podían ser amigos?
Didier Le Menestrel, Presidente de Financière de l´Echiquier