En 1980, Karl Otto Pöhl, entonces presidente del Bundesbank, declaraba: «la inflación es como el dentífrico: una vez que ha salido del tubo, ya es imposible volverlo a meter».
40 años más tarde -10 de los cuales con vanos intentos por alcanzar el objetivo de una inflación del 2% en la zona euro -, estas palabras parecen anticuadas.
Porque, a pesar del despliegue de una amplia gama de instrumentos –bajada de los tipos de referencia hasta territorio negativo, explosión del balance del BCE por la recompra de obligaciones, operaciones de refinanciación de los bancos– la influencia del banco central sobre la inflación parece casi nula. Envejecimiento de la población, debilidad de los aumentos de productividad, demasiada presión de la competencia debida al mantenimiento de empresas “zombi” que sobreviven gracias a los tipos bajos… ciertamente, los factores estructurales son excesivamente potentes.
Sin embargo, este es el reto que Christine Lagarde ha aceptado al suceder a Mario Draghi. Y, por si esta tarea no fuera suficientemente ardua, la nueva presidenta del BCE ha añadido otro reto: la lucha contra el cambio climático. Como diría un banquero central, «below but close to two degrees» [“inferior, pero cercano a los dos grados”].
La presidenta del BCE ha sentado las bases de su mandato sobre estos dos ejes. En un primer momento la Sra. Lagarde llevará a cabo una revisión estratégica de la política del BCE. Una forma de decir que es necesario hacer inventario de las decisiones de la institución desde la crisis de 2008, así como de su impacto en la economía, tanto si ha sido positivo como si ha causado efectos adversos.
El ejercicio se llevará a cabo sin tapujos, e incluirá una reflexión sobre la integración de los desafíos medioambientales: el clima y también la biodiversidad. Se trata de una cuestión que aún ha sido poco abordada dentro del ámbito financiero, incluso por las instituciones más vanguardistas.
Una vez que se haya realizado esta auditoría, en principio, de aquí a final del 2020, podríamos asistir a cambios estructurales. Cabe imaginar, por ejemplo, que se redefinirán los instrumentos de medición de la inflación, que se reformulará el objetivo de la inflación, o que el mandato del BCE integrará el desafío del cambio climático, puesto que dicha institución no puede dejar de actuar sobre la inflación, mediante los costes agrícolas y los de la energía, sobre todo, de la vivienda. Sería original, porque, por una parte, se intentaría limitar la subida de las temperaturas –y entre ellas, la del clima social– mientras se favorece la de los precios.
«El calentamiento global es como el dentífrico: una vez que ha salido del tubo, ya es imposible volverlo a meter». Esperemos que, con el tiempo, esta nueva máxima no se incluya en el repertorio de los banqueros centrales, y que la institución consiga compaginar política monetaria y desafío climático, alcanzando un 2% de inflación, mientras contribuye a que el calentamiento global se limite a dos grados Celsius. Después de ‘Super Mario’, ¿tendremos a una ‘Green Lady’ o a ‘Christine La Gafe’?