Las elecciones presidenciales estadounidenses también acechan en noviembre. Sin embargo, desde un punto de vista puramente económico, las últimas semanas han sido bastante tranquilizadoras para la economía mundial, con la única excepción del Reino Unido. Con el respaldo de unos bajos tipos de interés, la reducción de las presiones alcistas sobre el dólar estadounidense y la estabilización del precio del petróleo, la gran mayoría de las economías desarrolladas siguen por el camino positivo del crecimiento, mientras que, en el mundo emergente, la tendencia es tranquilizadora o incluso supone una mejoría para la mayoría de las grandes economías.
Las inquietudes que rodean al panorama de crecimiento de Estados Unidos se han disipado un poco, gracias a la mejora de los datos económicos en junio y a que la mayor parte de la economía mundial está ya mostrando una dinámica cíclica ligeramente positiva. La demanda interna sigue siendo el principal factor impulsor del crecimiento, mientras que las tendencias de la demanda industrial se han estabilizado (o incluso han repuntado ligeramente). Aunque las tasas de crecimiento siguen siendo bastante débiles en términos absolutos, en general, están manteniéndose y ofrecen apoyo a la continuación de la actual expansión mundial, ligera, pero positiva.
Por su parte, el repunte de los precios del petróleo tan solo está calando de forma muy gradual en las cifras de la inflación global, que avanza muy lentamente y permanece por debajo de los objetivos de los bancos centrales en la mayoría de las economías desarrolladas. Es evidente que la inflación se ha revertido y que ahora tiende a la baja en varias economías emergentes que en 2015 habían sufrido una explosión inflacionista. De forma general, dejando de lado las fluctuaciones relacionadas con el petróleo, las expectativas inflacionistas aún se ven obstaculizadas por el exceso de capacidad productiva, las tendencias demográficas y los elevados niveles de deuda.
En todo caso, a pesar de los datos macroeconómicos tan tranquilizadores, el reciente incremento del riesgo político solo ha contribuido a relajar más la postura de la política monetaria mundial. Con las potenciales medidas flexibilizadoras del Banco de Inglaterra y las del Banco de Japón, el actual estrés financiero en Italia y la falta de presiones inflacionistas concretas en EEUU, todos los bancos centrales más importantes se mantienen firmes en una posición acomodaticia. La inflación decreciente de muchas economías emergentes deja espacio para la flexibilización de las políticas, allí donde eran restrictivas hasta ahora.
De hecho, la combinación de estímulos fiscales y flexibilización de la política monetaria ha permitido que el crecimiento de China se estabilice, con la ayuda de una (silenciosa) depreciación de la moneda. Unido a la fortaleza del yen, esto genera un entorno favorable para Asia emergente en general, a pesar de que el crecimiento indio está perdiendo parte de su momentum. Asimismo, parece que la economía brasileña ha empezado a mejorar después del respiro en el ámbito político y una recuperación provisional de los índices de la actividad. Rusia se encuentra en una dinámica similar, con una inflación decreciente que permite que el banco central pueda flexibilizar su política monetaria. En Turquía, país muy afectado por el descenso del turismo, existe una tendencia similar de flexibilización de las condiciones monetarias. Como contraste, el banco central mexicano, ante un debilitamiento indeseado de la moneda, ha vuelto a subir los tipos de interés, a pesar de la desaceleración de la actividad económica.