Un mismo mercado laboral y muchos frentes abiertos

Podemos definir el mercado laboral como el ecosistema en el que casa la oferta y demanda de trabajo para la producción retribuida y pactada de bienes y servicios. En esta definición - que ha quedado muy economicista - no estaríamos teniendo en cuenta el componente humano que tiene el mercado laboral ya que lo más importante es que lo forman personas como tu y yo. 

Así pues, prácticamente cualquier ámbito de la economía impacta en el mercado laboral y por tanto en la vida de las personas. Desde las nuevas formas del trabajo al precio de la vivienda. Del mismo modo, el impacto es bidireccional; nuestro mercado de trabajo, por ejemplo, define las nuevas formas de trabajo e influye en el precio de la vivienda. El mercado se moldea pero también modula nuestra economía. Es un círculo en el que todo está interconectado, difícil de arreglar y del que es difícil salir. Lo que queda claro, es que nuestro mercado laboral, es problema y a su vez causa de las características de la economía española.

En los últimos años, desde el ámbito político escuchamos múltiples mensajes y promesas para arreglar la vida de los trabajadores. Promesas sobre la reducción de jornada, alza de salarios, limitación de precios de la vivienda. Suenan muy bien, son bonitos y nadie se opone al contenido del mensaje. El problema, es que la economía la componen miles de individuos tomando decisiones simultáneamente en base a su escala de preferencias e incentivos. Por tanto, tratar de arreglar serios problemas que afectan a millones de personas con medidas simplistas, no suele funcionar.  

El mercado de trabajo español es un caos fruto de su estructura empresarial; atomización, escaso tamaño de las compañías y baja productividad,  dando fruto a un mercado laboral polarizado dependiendo del tipo de empresa para la que trabajes o la región donde vivas.
 
Cuando hablamos del empleo, no podemos sentenciar, puesto que es una disciplina donde convergen múltiples ramas y puntos de vista difíciles de arreglar de un día para otro. Pero si podemos contribuir al debate sobre cuales son algunos de los problemas. 

Para mi, una de las cuestiones más importantes sobre las que hay que reflexionar y que no es nueva, tiene que ver con la teoría de los bienes desarrollada por economistas de la escuela austriaca hace más de 100 años. Básicamente, en la economía se producen múltiples tipos de bienes. Hay bienes listos para el consumo final, pero estos bienes pueden estar compuestos de múltiples bienes intermedios y de distinto orden que son requeridos para el proceso productivo de estos. Esto que es fácil de entender, es uno de los aspectos clave y estrechamente ligado a la calidad del empleo.

Pongamos una fábrica de coches y un bar de playa. Dos tipos totalmente distintos de modelo de negocio, industria, márgenes y talentos requeridos para su funcionamiento.

Entras a un concesionario, te atiende un vendedor, compras el coche y en unas semanas pasas a recogerlo. Parece fácil, pero hasta que ese coche ha llegado al concesionario han pasado años. En el proceso productivo de ese coche han participado empresas de componentes eléctricos, empresas metalúrgicas, empresas mineras, empresas logísticas, ingenieros, diseñadores y un sinfín de trabajadores que no se conocen pero que a través de su trabajo han participado en la creación de un producto final para que un señor de Santander pueda llevar a sus hijos al colegio. 

De todo ese proceso, el que menos dinero ha ganado y el que menos mano de obra cualificada ha requerido ha sido el concesionario, quien tiene ya el margen muy ajustado para la puesta a punto de los productos para el consumo. Por el contrario, si echas la vista hacia atrás en el proceso productivo, cuanto más alejada está la empresa del consumo final, más poder de negociación, de generar stock, de buscar nuevos mercados, más capacidad de generar margen, agregar valor al producto y en conclusión más capacidad de generar empleos de calidad. 

En el lado opuesto, un bar. ¿Es mala la hostelería? No, pero como prácticamente cualquier comercio, requiere de la presencia física del empleado y del consumidor. Por supuesto, hay tipos y tipos de hostelería, pero por norma general, el margen de maniobra de un comercio, sea el que sea, ante un cambio brusco en la economía es infinitamente inferior al de una industria de bienes intermedios. Lo mismo ocurre con el talento requerido. La demanda de empleo que genera la etapa inmediatamente vinculada al consumo final es de menor necesidad de conocimientos técnicos, más abundante y por tanto más fácil de sustituir, lo que da lugar a bajos salarios.

Por tanto, una economía es pobre, y su mercado laboral es pobre, cuando posee pocas empresas que producen bienes intermedios que se incorporan a procesos productivos de bienes finales. Los países o regiones con presencia de industria pesada o de bienes intermedios de alto valor, son las únicas que pueden generar empleo de calidad, dar futuro a los jóvenes, generar estabilidad laboral y desarrollo profesional a cambio de elevadas retribuciones. Por el contrario, una región cuya economía esté principalmente enfocada en el consumo inmediato de productos de escaso valor agregado, generará empleos precarios y sin oportunidad de ofrecer desarrollo profesional a sus trabajadores.

¿Quiere decir esto que la hostelería es mala? No, ni mucho menos. Es necesaria, pero sus márgenes, las características de su negocio y su valor agregado no le permiten generar ingresos suficientes ni capacidad de absorber talento cualificado. 

Por tanto, solo siendo capaces de atraer y fomentar el crecimiento de las industrias productivas, se puede generar un mercado laboral estable, absorber la oferta de profesionales cualificados y ofrecer oportunidades de desarrollo. Es la única vía para que la sociedad prospere. La generación de riqueza canalizada a través del trabajo productivo es la base de un crecimiento sólido y equitativo de la sociedad. Y otra de las claves pasa por el tamaño de las compañías. Pasar de los 50 empleados en nuestro país supone enfrentarse a un muro burocrático dedicado a hacer perder el tiempo y la paciencia de los que cada mañana se levantan para intentar hacer prosperar sus negocios.

Antes de empezar la casa por el tejado y de prometer soluciones bonitas pero lejanas todavía, debemos empezar a defender que nuestras compañías puedan crecer y aumentar su tamaño. Solo así podrán obtener más ingresos, ser más rentables, tener más capacidad de inversión, ser más productivas, ofrecer trabajo estable, de calidad y bien retribuido, ofrecer desarrollo profesional y por tanto contribuir a tener una sociedad más prospera. Si no somos capaces de arreglar esto, no tiene sentido hablar de reducciones de jornada, teletrabajo y precios de la vivienda. 

Prácticamente el 80% de nuestra clase trabajadora, no tiene a su alcance teletrabajar y no podría mantener su productividad reduciendo su jornada. Por tanto, mientras el contexto impida el crecimiento de nuestro tejido empresarial y sus estructuras, la clase trabajadora seguirá empobreciéndose mientras el mercado inmobiliario distorsionado, entre otras cosas, por la modificación artificial de la política monetaria europea, aleja cada vez más la posibilidad a millones de personas de tener algo que hasta no hace mucho, se daba por hecho. Nos adentramos en una nueva etapa de la economía donde una parte cada vez más grande de la clase trabajadora lucha por sobrevivir y una parte cada vez más reducida de la clase trabajadora ve crecer sus ingresos gracias a trabajar en sectores de alto valor añadido. Tristemente, el entorno y contexto politicoeconómico han llevado al tejido empresarial y sus trabajadores a un estancamiento generalizado de la prosperidad.