Que exista cierta inflación es algo bueno. Por ejemplo, el Banco de Inglaterra tiene un objetivo del 2%. Una inflación demasiado baja puede ser un signo de estancamiento económico. Sin embargo, unos precios desbocados pueden ser causa y síntoma de un colapso económico más general.
En la mayoría de los casos, los efectos de la inflación son menos dramáticos, pero no por ello menos importantes. Las expectativas de inflación a largo plazo pueden llevar a los bancos centrales a subir los tipos de interés, lo que supondrá unas tasa de ahorro más elevadas; por otro lado, los precios de los bonos caerían (junto con el valor de su pensión).
Nuestro análisis asigna una probabilidad de uno entre tres a que el escenario central posterior a la crisis del Covid-19 se caracterizará por una baja inflación y que hemos bautizado como "Vuelta a la nueva normalidad".
En otras palabras, una vez que la pandemia haya quedado atrás, creemos que se reafirmarán las tendencias a largo plazo que han configurado la economía mundial durante la última década: crecimiento lento, inflación modesta y tipos de interés bajos.
Todos los estudios realizados sobre periodos anteriores de inflación indican que hay tres condiciones que deben cumplirse antes de que una economía pueda pasar a un nuevo régimen de mayor inflación. Estas son las siguientes:
- Una economía debe caracterizarse por un periodo sostenido de exceso de demanda. Esto puede provenir de una gran y abrupta reducción de la producción, o de un aumento similar de la demanda. Pero, en cualquier caso, la demanda de bienes y servicios debe ser sistemáticamente superior al potencial productivo de la economía.
- Las expectativas de inflación deben desanclarse, de modo que la gente no descarte las subidas de precios como algo temporal, sino que empiece a incorporar una inflación permanentemente más alta en su toma de decisiones. De este modo, se crea un círculo de precios crecientes.
- Los bancos centrales deben dejar de fijar la política de acuerdo con el principio de Taylor. Este principio requiere que un banco central, a medio plazo, suba los tipos de interés nominales más de lo que correspondería sobre la base de un aumento uno a uno en respuesta a cualquier aumento de la inflación. Esto garantiza que los tipos reales no disminuyan en respuesta a un aumento de la inflación (algo que relajaría aún más las condiciones monetarias y que probablemente llevaría a una subida de precios aún más rápida).
Hasta ahora, estas tres condiciones siguen sin cumplirse.
Vemos que los precios de las materias primas se han debilitado desde el comienzo de este año, en parte como reflejo del sentimiento negativo de los inversores al extenderse la variante Delta de Covid-19, que es más contagiosa. Los precios del petróleo también han retrocedido, en parte por las expectativas de enfriamiento de la economía china.
Por eso nos sentimos más seguros en nuestra opinión de que las materias primas no están entrando en otro superciclo generalizado de subidas de precios sostenidas, sino que están siguiendo una trayectoria típica en medio de una recuperación económica cíclica. Esto es así con alguna excepción. Por ejemplo, los precios del cobre tienen una serie de factores estructurales a largo plazo.
Es cierto que los salarios en EE.UU. y en otros países han aumentado mucho entre los trabajadores menos cualificados, especialmente en el sector de la hostelería. Pero otros indicadores, como el rastreador de salarios del Banco de la Reserva Federal de Atlanta, muestran que el crecimiento general de los salarios solo se ha visto afectado modestamente.
Mientras tanto, las causas a corto plazo de la inflación - escasez en la cadena de suministro e interrupciones del transporte - creemos que se resolverán a su debido tiempo.
Dicho esto, nuestros estudios nos muestran que una inflación más alta y consolidada, aunque improbable, sigue siendo una posibilidad. Es más, existe un margen adicional para que la inflación fluctúe en torno a un nivel medio inferior. Por ejemplo, los factores relacionados con la composición del índice de inflación, las peculiaridades estacionales y diversos efectos de base ya han hecho subir la inflación temporalmente.
Sin embargo, no nos convencen los argumentos de que el aumento de la inflación actual es un indicio de un cambio más estructural en las fuerzas que impulsan las economías mundiales.
La pandemia también ha reforzado muchos de los mismos problemas de estancamiento a largo plazo que han dominado a la economía mundial desde la crisis financiera global. En particular, esperamos que la gran brecha de producción -la cantidad en la que la producción económica queda por debajo de su potencial- que se ha abierto con el Covid-19 pese sobre la inflación.
La economía mundial también se verá reducida de forma permanente por diversos cambios estructurales. Y, en todo caso, la retórica de los bancos centrales ha sido coherente con un mayor compromiso para controlar la inflación. En consecuencia, la estructura temporal de los tipos de interés -la relación entre los tipos de interés o los rendimientos de los bonos y los diferentes plazos o vencimientos- seguirá siendo considerablemente más baja.
La inflación de la era Covid-19 es un tema candente, ya que el aumento de los precios en algunos mercados suscita un debate sobre si se convertirá en una tendencia que ha llegado para quedarse.