reserva federal

Esa tendencia les has llevado de vigilar el comportamiento de los precios como máxima y, prácticamente, única prioridad, a tener que responder a todo tipo de obstáculos a los que se ha enfrentado el ciclo de actividad en los últimos tiempos, independientemente de su naturaleza.

El último ejemplo ha sido la decisión de la Reserva Federal de bajar 50 puntos básicos los tipos de interés, en una reunión extraordinaria celebrada el pasado martes. Desde diciembre de 2008, en los momentos post Lehman Brothers, con los mercados de financiación mayoristas cerrados y la economía americana en caída libre (con el Tesoro como máximo accionista de buena parte del sistema financiero), el banco central americano no había tomado una decisión de este calado. Los fundamentos económicos en estos momentos no parecen los mismos que los del invierno de 2008, con la actividad creciendo un 2%, la tasa de desempleo cerca de los mínimos históricos (3,5%) o la confianza de los empresarios del sector servicios en niveles muy elevados en febrero.

En esta coyuntura, el presidente de la FED se tuvo que esforzar en la conferencia de prensa para argumentar que con la rebaja de tipos se pretende impulsar la confianza de los agentes, evitar un empeoramiento de las condiciones financieras y proteger a la economía americana ante el aumento del riesgo de un enfriamiento global. Sin embargo, la respuesta de los mercados fue un aumento de la preocupación ante las dudas sobre la efectividad de las bajadas de tipos para evitar el contagio del "shock" de oferta al lado de la demanda, vía expectativas. Si el problema, desde el punto de vista económico (no sanitario), es que la gente no acuda a los cines, restaurantes o centros comerciales durante un tiempo, no parece que bajando tipos se pueda contribuir a su solución.

De manera que, en una segunda lectura, habría que hablar de otros tres factores que podrían haber influido en la sorpresiva decisión del banco central americano: presiones políticas, tipo de cambio y comportamiento de los mercados financieros. Dejando de lado el primer factor, es indudable que el tipo de cambio lleva un tiempo volviendo a determinar una parte importante de la función de reacción de los bancos centrales y, en el caso del dólar, su papel de activo refugio por excelencia amenazaba con provocar un intenso movimiento de apreciación en un contexto tan revuelto como el actual.

Mientras que la intensa corrección de los mercados financieros también ha influido en la bajada de tipos de interés, para intentar contener la "sangría" del efecto riqueza sobre la demanda y limitar los daños sobre segmentos muy sensibles del mercado, como el de los bonos corporativos. Veremos si al final se consiguen los objetivos perseguidos, pues en las próximas semanas se va a mantener la volatilidad en niveles elevados, en sintonía con el ruido que van a transmitir las novedades sanitarias y económicas. Cada día los inversores van a tener nuevas razones para comprar o vender. Y, de hecho, de momento, la respuesta de los mercados de valores a la decisión de la FED no ha sido la buscada, pues los inversores tienen más preguntas que respuestas sobre el movimiento y siguen buscando la seguridad de activos como el bono a 30 años americano que está en mínimos históricos (1,35%).

Por tanto, una vez más, tenemos bancos centrales al rescate, con la misma vacuna para todo tipo de problemas, cuando en situaciones como la actual la prioridad debería ser asegurar unos niveles suficientes de liquidez en el mercado. El problema es que la semana que vienen hay reunión del BCE, entre la espada de la decisión de la FED y la pared de unos tipos (-0,5%) que dan para muy poco. Lagarde se enfrentará a su primera prueba de fuego. La herencia de Draghi, tanto en términos de grados de libertad de la política monetaria como de discrepancias en el seno del Consejo, implicaba tomarse un tiempo para restañar heridas al hilo de la revisión estratégica de la política monetaria; tiempo que se agotará el próximo jueves.

Estudios y análisis de Bankia