EEUU se sitúa precisamente en el punto de equilibrio de largo plazo estimado por la Fed. Y el empleo sigue mejorando a un ritmo anual cercano al 2%. Lo normal sería que tal situación creara tensiones salariales al alza, habida cuenta de la escasez de solicitantes de empleo. Asimismo, ha alimentado la voluntad de subida del tipo de referencia, que la Fed viene expresando desde 2014.
No obstante, hay que recalcar que esa aceleración salarial todavía (casi) no se ha producido. Tras la bonanza de 2015, la subida anual del salario medio por hora se desaceleró hasta solamente el 2,2% en febrero, apenas por encima de la media de 2013 y 2014 (2,1%). Ciertamente, esa falta de despegue de la inflación salarial guarda relación con los cambios estructurales que atraviesa el mercado laboral: envejecimiento de la población y el desánimo que han hecho que caiga la tasa de participación en la población activa; ascenso del tanto por ciento que representa el sector servicios en el empleo; menor capacidad de las empresas para subir los precios de venta debido a las fuerzas deflacionistas externas (subida de dólar, caída de las materias primas), lo que reduce el margen de maniobra salarial.
Esta situación anómala pone a la Fed en la incómoda tesitura de andar cavilando si debería normalizar su política monetaria, pero sin llegar a tener certidumbre ni probanza de que tenga que hacerlo.
Mientras tanto, la zona euro sigue coqueteando con la deflación. Desde fines de 2014, las tasas de inflación rondan el 0% en las principales economías. La caída de precios del petróleo fue la gota que colmó el vaso, pero la tendencia ya estaba debilitada por dos recesiones en cinco años y un cóctel desfavorable de evolución demográfica y austeridad presupuestaria. No en vano, la inflación subyacente ya era inferior al 1% desde finales de 2013. Esos datos empujaron en enero de 2015 al BCE a poner en marcha su programa de compra de deuda pública.
No obstante, esa inédita relajación de la política monetaria, y la fuerte bajada del euro que trajo consigo, no bastaron para disipar la amenaza deflacionista, tan tóxica para unas economías endeudadísimas. La continuación de la caída de las materias primas, sumada a los primeros intentos de China de exportar sus propias tensiones deflacionistas devaluando su divisa, impidió cualquier repunte de la inflación en Europa. En febrero, la inflación volvió incluso a cotas negativas, mientras que las predicciones a medio plazo retrocedían por debajo de su mínimo de comienzos de 2015. La persistencia de la amenaza deflacionista no deja otra alternativa al BCE que relajar aún más su política para tratar de reconducir la inflación hacia su objetivo del 2%.
Japón, por su parte, continúa con una mayor flexibilización. La adopción en enero de tipos negativos por el BoJ dista de haber tenido una acogida unánime, ni en el propio país, ni fuera. La medida, encaminada a combatir el riesgo de deflación, contrarrestar la fuerte apreciación del yen y tranquilizar a los mercados, no ha logrado los efectos esperados. Pocos días después del anuncio, el yen reanudó su trayectoria alcista, la corrección del mercado siguió su curso y cundió el temor a que pudiera perjudicar a los bancos comerciales, según atestigua la vertiginosa subida de los CDS a 5 años de los principales bancos del país.
Aunque el objetivo principal de la política de tipos negativos sea sostener la economía, la medida ejerce presión en la banca comercial. No en vano, sus beneficios podrían verse gravemente perjudicados por una disminución adicional del margen de interés que devengan los préstamos. Por no hablar de que algunos bancos ni siquiera estaban pertrechados
informáticamente para aplicar tipos negativos. La controversia es tan grande que, al parecer, agentes del BoJ se personaron en bancos comerciales para disculparse y explicar la decisión. Por ende, es razonable que el BoJ se tome un respiro antes de anunciar nuevas medidas.
Por último, en Reino Unido se mantienen las preocupaciones sobre el Brexit, mientras su economía se desacelera. Aunque en 2014 y 2015 registró un crecimiento superior al de las grandes economías desarrolladas, desde hace algunos meses la tendencia es a una cierta desaceleración, aunque el crecimiento sea aún positivo. La pérdida de velocidad del crecimiento mundial y la disipación de los apoyos de la política presupuestaria tienen parte de culpa, pero también anuncia los primeros signos de la repercusión del futuro. No en vano, los índices PMI del sector servicios e industrial han retrocedido desde comienzos del año. Así, además de haber lastrado la divisa, la incertidumbre por la consulta parece estar frenando ya una economía que, por lo demás, crea empleo y tiene una tasa de paro muy baja. Se trata de un preludio de los males que traería la merma del comercio con Europa y la desaceleración de la inversión extranjera, que seguro tendrían lugar en caso de abandonar la UE.