Para muchos, estas señales anuncian el inicio de una época de celebración, pero, para otros, la Navidad se ha convertido en sinónimo de tensión y ansiedad

“Hay pacientes que me dicen: Es escuchar las primeras melodías de un villancico y comienzo a sentir palpitaciones”, comenta Virginia Parrado, psicóloga en Quirónprevención.

Se trata de un problema que empieza a extenderse y al que no se le presta la suficiente atención.

Exigencias y expectativas

El período navideño es un momento en el que las rutinas habituales se desmoronan frente a una avalancha de compromisos sociales, familiares y laborales. Las reuniones con amigos, las cenas de empresa, los encuentros con la familia y las interminables compras se concentran en pocas semanas. Esto genera una sensación de obligación continua, acompañada de un fuerte desgaste físico y mental.

El exceso de eventos suele estar vinculado a un aumento del consumo calórico, comidas copiosas, poco descanso y, casi siempre, demasiado alcohol, lo que afecta tanto al cuerpo como a la mente. El resultado es evidente: agotamiento, irritabilidad y mal humor. 

Sin embargo, el verdadero problema no es la cantidad de actividades, sino cómo las enfrentamos a nivel mental.

Y es que, a menudo, el estrés no proviene directamente de los eventos externos, sino del diálogo interno que mantenemos con nosotros mismos. Las frases que utilizamos en nuestra mente —"tengo que quedar con mis amigos", "debo organizar una cena familiar", "necesito comprar los regalos"— se convierten en una fuente de presión constante. Al asumir estas obligaciones como ineludibles, creamos una sensación de pérdida de control sobre nuestras propias vidas que intensifica la ansiedad y nos coloca en un estado de alerta permanente.

Es fácil caer en este ciclo sin fin donde la anticipación de lo que “deberíamos” hacer nos agota antes de que los eventos sucedan. Este estrés constante provoca que vivamos las fiestas más como una carga que como una oportunidad para disfrutar.

Cambiar el enfoque: del “debo” al “quiero”

La clave para salir de este círculo vicioso es cambiar la perspectiva desde la que afrontamos nuestras responsabilidades. Identificar y cuestionar nuestros pensamientos es el primer paso para recuperar el control. Sustituir el “debo” por el “quiero” o el “deseo” nos ayuda a ver las actividades como elecciones conscientes, en lugar de cargas impuestas. Esto no solo alivia la presión, sino que nos permite actuar con una actitud más positiva y proactiva.

Además, hay técnicas prácticas que pueden marcar la diferencia, como la respiración consciente o la planificación anticipada. Reservar momentos para el descanso y establecer límites claros respecto a los compromisos también es fundamental para mantener el equilibrio emocional.

Aceptar las circunstancias tal como son, en lugar de resistirse a ellas, es otro componente esencial para reducir el estrés. No se trata de ignorar los aspectos desafiantes, sino de enfrentarlos desde una perspectiva más constructiva. Asistir a una cena familiar puede resultar agobiante si solo nos centramos en los inconvenientes, pero al aceptar la situación y buscar lo positivo, podemos transformar esa experiencia en algo más llevadero e incluso agradable.

Por ejemplo, en lugar de ver la cena como una obligación, es posible enfocarse en disfrutar de la compañía, generar conversaciones interesantes y encontrar valor en compartir momentos con los seres queridos. Este cambio de mentalidad no solo reduce el malestar, sino que también fomenta un ambiente más ameno y enriquecedor.

Un reto, pero también una oportunidad

La Navidad no tiene que ser una fuente de tensión ineludible. Si bien es cierto que puede haber situaciones complicadas, también es una oportunidad para trabajar en nuestra gestión emocional y fortalecer nuestras relaciones. Con un enfoque adecuado, es posible disfrutar de estas fechas, compartir momentos significativos y crear recuerdos valiosos.

Al final, el control no está en los acontecimientos externos, sino en cómo decidimos enfrentarlos. Como concluye la psicóloga Parrado: “No se trata de lo que pasa a tu alrededor, sino de cómo decides vivirlo”. Esta reflexión nos invita a replantearnos nuestras prioridades y a afrontar la Navidad desde un lugar de calma, aceptación y disfrute.