El Ejecutivo de Rajoy está intentando conseguir un cambio de cromos con el Gobierno alemán de cara al próximo Consejo Europeo del 18 y 19 de octubre. Moncloa y Luis de Guindos buscan ahora que los tudescos acepten una nueva relajación de las metas de déficit y que el fondo de rescate europeo asuma el coste de las ayudas a la banca española. El ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble, se ha mostrado dispuesto a hacer algunas concesiones respecto a los objetivos de déficit, siempre que España aplace su petición de rescate y apoye una unión bancaria más light que sólo supervise las entidades sistémicas y evite la inspección de las cajas alemanas.
El problema consiste en que la petición o no de rescate de España depende de la evolución de los mercados, que pueden volver a ponerse nerviosos en cuanto observen cómo continúa el deterioro de la actividad.
El titular de Economía, Luis de Guindos, anunció ayer que la economía española había retrocedido un 0,4 por ciento en el tercer trimestre. Aunque lo vendía casi como un logro porque caía menos que la media europea, tal mensaje se interpreta como un paso previo a las negociaciones para obtener un respiro en la lucha contra un déficit desbocado: al seguir la economía en recesión, cualquier esfuerzo de ajuste se hace imposible, sobre todo por el desplome de los ingresos. Entonces, parece justificado que se le exija al país sólo medidas concretas, en lugar del cumplimiento de una meta imposible de alcanzar por los recortes y la pérdida de recaudación.
Al mismo tiempo, el ministro de Exteriores, José Manuel García-Margallo, defendió ayer en Luxemburgo que pese a las reticencias de algunos países se puede poner en marcha la unión bancaria a principios de 2013, y así evitar que la asistencia a nuestro sistema financiero se contabilice como deuda de España. Fuentes cercanas al Gobierno subrayan otro hecho: todo pende de lo que haga Moody’s con el rating del Reino de España. Si la agencia rebaja nuestra calificación a bono basura, las turbulencias del mercado pueden empujar al Gabinete de Rajoy a solicitar el salvamento enseguida.
El Ejecutivo ya ha cambiado algunas normas para que las aseguradoras, unas de las mayores tenedoras de bonos estatales, puedan seguir manteniendo y comprando títulos del Reino de España incluso si pierden el grado de inversión.
Por otro lado, España no se fía de los teutones. Y eso ha obligado a Guindos a discutir con las autoridades del Fondo Monetario Internacional la posibilidad de saltarse a las instituciones europeas y concertar con ellos una línea preventiva de liquidez, una especie de plan B para que compren deuda pública española en el mercado primario y reduzcan así nuestra prima de riesgo.
Estas líneas fueron creadas en 2011 expresamente para España e Italia y están diseñadas para países con problemas a caballo entre la liquidez y la solvencia. Se quería evitar el estigma que sufrieron Irlanda y Portugal, que se quedaron sin financiación del mercado. Por ello, se supone que las condiciones son más ligeras que un programa normal del FMI. Sin embargo, hay que suscribir un memorando con medidas, por lo que los técnicos del Fondo siempre podrán apretar las tuercas cada vez que haya un desembolso.
A modo de apoyo a Grecia, Portugal y España, el FMI ha publicado un artículo de corte académico que ha enojado bastante a los países duros del euro. Éste explica que durante esta crisis por cada punto de ajuste el efecto contractivo sobre el PIB ha rondado entre los 0,9 y los 1,7 puntos. Ello significa que demasiada austeridad en medio de un proceso tan recesivo provoca una mayor degradación de la economía y, por tanto, se torna más difícil reconducir las cuentas. El Fondo también ha dejado claro que aquellos países presionados por los inversores deben tomar medidas para corregir sus desequilibrios porque si no sufrirán la asfixia financiera.
Moncloa prepara la cumbre del 18 y 19 manteniendo un diálogo muy fluido con Francia e Italia. Rajoy espera que la alianza de los tres países vuelva a brindar frutos en el complicado tablero de ajedrez de la UE. Aprovechará su buena relación con Hollande e intentará aguantar hasta finales de año, cuando Roma reúne importantes vencimientos de deuda, para solicitar el salvamento junto a los italianos y extraer así una condicionalidad menos lesiva.
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