Liderar en tiempos de cambio: 9 realidades para decidir con audacia

Se ha convertido en un tópico afirmar que el cambio es la única constante, pero es cierto. Hay un nuevo presidente en Estados Unidos y una recién estrenada Comisión Europea, y se está produciendo un profundo cambio en las políticas comerciales; emergen nuevas formas de relacionarnos con la tecnología y drásticas transformaciones demográficas. En algunos países, la empresa media ya tiene tantos empleados de la Generación Z como baby-boomers. Quienes toman decisiones no pueden ignorar estos cambios, porque tienen impacto en todas las actividades y actitudes humanas: en el consumo, las relaciones laborales, las ideas políticas, la convivencia con el medio ambiente y los valores fundamentales. 

Ante este escenario LLYC ha elaborado un mapa de las realidades que deberían tener en cuenta todos aquellos cuyo trabajo consiste en tomar decisiones, desde el CEO de una empresa a cualquier responsable de los departamentos de finanzas, marketing o talento. Todos aquellos, en definitiva, cuyo trabajo consiste en gestionar el riesgo. Algunos directivos de LLYC han aportado su visión sobre estos retos y la manera en la que pueden afrontarse, superarse y aprovecharse. Las decisiones no se toman en el vacío. 

1. Prepárate para el permacambio. Esta vez, puede ser más radical. Acabamos de vivir un “superciclo electoral”. En 2024 votaron en elecciones libres 1.600 millones de personas. En varios países, como EE.UU. o Reino Unido, los ciudadanos exigieron un cambio radical. En otros, como India, Francia o Sudáfrica, transmitieron a sus gobernantes que no estaban satisfechos y les obligaron a formar nuevas coaliciones y a dar la bienvenida a nuevos actores. Esto es la señal de que hay un gran descontento global con la situación actual. Los políticos recién electos van a intentar implantar las medidas que la gente exige. Pero el cambio político no es el único. Es parte de un proceso tecnológico, cultural y económico más amplio que lo abarca prácticamente todo. Eso generará una gran inestabilidad, pero también, posiblemente, algunas oportunidades. Siempre se habla de cambio. Pero es probable que esta vez sea más radical. 

2. Llevamos tiempo hablando de la IA. Pronto conoceremos la magnitud de su impacto. Estamos entrando en un tiempo clave para saber qué podemos esperar del avance de la IA. Según The Economist, ahora mismo hay invertidos once billones de dólares (es decir, millones de millones) en centros de datos. A eso se suma la cada vez más acusada competencia entre empresas y modelos de IA, que hace poco puso al descubierto la apuesta de la china DeepSeek por las fuentes abiertas y los costes bajos. La inteligencia artificial afecta al bienestar de las personas, en la gestión del talento, en la detección de grandes patrones y en la automatización de los procesos. En definitiva, tiene un enorme impacto en las empresas y seguramente se beneficiarán de él los early adopters. Parece ineludible sumarse a esa enorme apuesta. 

3. Se está produciendo un backlash contra valores dignos de defenderse. Ante el nuevo clima político, muchas empresas están abandonando los marcos DEI (diversidad, equidad e inclusión) y ESG (medio ambiente, sostenibilidad y gobernanza). Eso se está viendo de una manera clara en Estados Unidos. Probablemente, esto chocará con la visión europea y con la regulación de la UE porque el marco DEI tiene un sentido estratégico. Mientras los clientes, los colaboradores, los proveedores, los accionistas y la sociedad en general sigan siendo plurales, defender la pluralidad es un activo. Mientras los recursos sigan siendo escasos o el clima siga calentándose, ser sostenible es una estrategia ganadora. El DEI y el ESG no ha sido solo una moda sino una muestra de orgullo y una buena apuesta a largo plazo. 

4. Si quieres que el éxito perdure, el peor enemigo es la inacción. En su bestseller “Piénsalo otra vez”, el psicólogo de las organizaciones Adam Grant afirma que preferimos la comodidad de la certidumbre a la inseguridad que nos produce dudar. En el campo de la economía, esa conducta se llama path dependency (si me ha ido bien haciendo esto, ¿por qué habría de cambiar de estrategia?). Uno de los ejemplos que más les gustan a los economistas es el del paso de la fotografía analógica a la digital: las empresas dedicadas a la primera tenían tanto éxito que a muchas les costó apostar por el “desaprendizaje”,  la innovación y el cambio de modelo. Hoy, sin que nos demos cuenta, muchos podemos estar incurriendo en ese gran error que es la inacción. 

5. La desinformación ya no es una molestia ocasional. Es el nuevo ecosistema. El Foro Económico Mundial considera la desinformación y las narrativas falsas uno de los principales riesgos de 2025. Meta ha eliminado controles del contenido. Elon Musk ha cambiado el algoritmo de X. El de Tik Tok es un misterio. Aparecen nuevas redes como Bluesky o Rednote. La fragmentación aumentará: cada uno estará en la red social en la que pueda consumir opiniones como la suya e ignorará las demás. La desinformación, las narrativas falsas y la fragmentación ideológica dominarán una parte muy grande de la conversación pública. En este contexto, los valores de las empresas son susceptibles de ser atacados o manipulados de manera interesada sin que una respuesta formal o la identificación de la verdad sean respuestas efectivas. Hay que pensar bien cómo surfear la situación.

6. La regulación cambia cada vez más rápido. ¿Quién no querría influir en ella? Bruselas ha presentado su principal proyecto para los próximos cinco años. Se llama Brújula para la Competitividad y contiene algunos elementos regulatorios muy disruptivos para cualquier empresa que opere en la UE. Y no solo: un 53% de las leyes aprobadas en España entre 2019 y 2024, por ejemplo, derivan de directrices y decisiones europeas. En EE.UU., los cambios se suceden de manera drástica y rápida. En América Latina, cambian las reglas debido a acuerdos comerciales y gobiernos que pretenden transformar el statu quo. Sentarse a la mesa en la que se toman las decisiones regulatorias cada vez será más importante. Los reguladores son cada vez más conscientes de que necesitan conocer la experiencia de los actores económicos. Y estos cada vez saben mejor cómo organizarse para ser escuchados de manera transparente.

7. La gente tiene una relación cada vez más ambigua con la tecnología. Los directivos de grandes empresas tecnológicas, como Elon Musk y Mark Zuckerberg, o inversores de Silicon Valley, como Peter Thiel o Marc Andreessen, tienen cada vez más influencia en la política global. Es una consecuencia de lo mucho que triunfan sus productos y sus inversiones, o del acceso que tienen a los decisores políticos. Pero también ha generado un mayor escepticismo hacia el poder que se concentra en la tecnología. Alrededor del 90% de la población de los países ricos usa internet a diario. Pero la confianza en internet no ha dejado de caer. Hoy nuestra relación con las redes sociales y el mundo digital es un poco más conflictiva que en el pasado reciente y no deberíamos considerar a los ciudadanos como adictos acríticos al lado digital de la vida.

8. Un Z puede convertirse en tu jefe. Y un Silver en tu mejor cliente. En el mundo rico hay 250 millones de personas nacidas entre 1997 y 2012. Son los miembros de la Generación Z. En Estados Unidos, ya hay más trabajadores de su generación que de la de los baby-boomers. La Generación Z está definiendo cada vez más el consumo y las condiciones de trabajo: quieren más sostenibilidad, les preocupan más el clima y la diversidad y no piensan que la prioridad de la vida sea la carrera laboral. Quieren más flexibilidad.  Al mismo tiempo que esto sucede, la población envejece. En España, 20 millones de personas tienen más de 65 años. Y los séniors se están convirtiendo en un sector del mercado en expansión.

9. El mundo se fragmenta en bloques: bienvenidos a la bi-globalidad. Desde los años 90, hemos dado por sentado que el mundo estaría cada vez más globalizado y que el flujo de capitales y mercancías sería cada vez más fácil y barato. El mundo estaría cada vez más conectado. Hoy ese supuesto está en crisis. El mundo no se ha desglobalizado, pero el proceso de interconexión se ha vuelto más lento y caótico. Y enfrentamos un nuevo riesgo: el de la fragmentación. De manera más concreta, la bipolaridad. Si esta tesis es correcta, Estados Unidos y China liderarán dos bloques globales y el resto de países tendrán que optar por ser miembro de uno o del otro. Cadenas logísticas, estrategias exportadoras e importadoras, inversiones en el extranjero y patrones de consumo se verán afectados por ello.