Antes de nada, cuando hablamos de China es siempre importante situarnos en el tiempo. Es un país con más de 1.330 millones de habitantes, una nación que tenía una renta per capita en 1980, valorada en términos de paridad de poder adquisitivo, de tan sólo 410 dólares, frente a los 12.230 dólares de EEUU, en aquel momento. Un país aislado tras la Segunda Guerra mundial, sin propietarios privados, sin empresas liberalizadas, sin competitividad, ya que la comida, la ropa e incluso el aceite de cocinar, estaban subsidiados sin empresas de servicios y con un inexistente mercado de capitales. Es decir, un país con un potencial económico desbordante como ha ido demostrando tras las reformas económicas iniciadas en los 80, creciendo a un ritmo medio del 9% anual, doblando el prácticamente el valor de su economía cada década y atrayendo casi 70 millardos de dólares antes del estallido de la crisis económico-financiera en la que nos encontramos. Posicionándose como el principal tenedor de dólares a nivel mundial, con unas reservas declaradas de 2.454 trillones de dólares en 2010, consecuencia de su tremendo superávit comercial y de la política intervencionista con su divisa, el yuan, que continúa manteniendo un tipo de cambio fijo respecto al dólar.
Esta evolución económica y el desarrollo de lo que aún esta por venir, tiene una importante trascendencia en términos, tanto de la evolución económica, como de los poderes a nivel global.
China se ha convertido en el motor de la recuperación económica a nivel mundial y, como consecuencia de los importantes niveles de crecimiento, ha servido de engranaje movilizador del comercio mundial, beneficiando tanto a países exportadores de materias primas, Brasil, Australia, Indonesia, Corea, Nueva Zelanda… como a los que exportan bienes de capital, Alemania, EEUU, Japón… Del mismo modo, la progresiva apertura va generando una creciente entrada de capitales fomentando la demanda interna.
Pero a pesar de estos datos, China también se vio fuertemente golpeada debido a su fuerte dependencia de las exportaciones, por el estallido de la actual crisis económico-financiera. Algo que provocó la puesta en funcionamiento de planes con beneficios fiscales y una fuerte expansión monetaria destinada a estimular la demanda interna, generando de este modo un crecimiento en el segundo trimestre de 2010 del 10,3%. Aunque el crecimiento sostenido de las ventas minoristas y la actividad del sector privado confirman una expansión más allá de las medidas iniciales de estimulo y han provocado que las autoridades monetarias estén más preocupadas en estos momentos por el mantenimiento del nivel de precios, que se ha situado en los máximos de los últimos 28 meses (IPC 5.1%), que en continuar con las medidas de estimulo, esta es la razón del progresivo endurecimiento de la política monetaria que ha generado hasta el momento dos subidas de tipos en lo que llevamos de 2010 y que, marcará los próximos movimientos de la política monetaria en 2011.
Esto ha provocado que, las previsiones de crecimiento por parte de organismos como el FMI para la economía China, sean a menores para 2011 (9,6%) que en años anteriores, lastrando de este modo el crecimiento económico mundial y por lo tanto, la recuperación económica.
Por todo esto, es lógico que los mercados reaccionen a la baja cuando se produzcan, simplemente especulaciones, sobre el endurecimiento de la política monetaria de un país que, según algunos pronostican, superará a EEUU como la mayor potencia mundial de aquí a 20 ó 30 años.