No hay que confundir los calambres con los espasmos, aunque a veces se utiliza este nombre para señalarlos, ni con las fasciculaciones, que son contracciones mucho más limitadas, que corresponden a la activación de una única unidad motora y que frecuentemente no son ni percibidas.

El Dr. José Luis Fernández Plaza, neurofisiólogo del Hospital Quirónsalud Sur apunta que “por lo general, la presencia de calambres no debe alarmarnos, pero conviene estar atentos y acudir a consulta cuando son demasiado frecuentes”.

Aumento de presión

Los músculos están organizados en paquetes de fibras musculares que se extienden entre los lugares de inserción del músculo y acaban en una estructura fibrosa que llamamos tendón. Estos paquetes de fibras se encuentran compactados en envolturas o fundas. La contractura mantenida en este sistema cerrado genera un aumento de presión interior que irrita las terminales sensitivas de la funda y provoca dolor.

Los calambres pueden tener muy diversos orígenes y muchos de ellos no son patológicos. 

En general, los cambios de concentración electrolítica, es decir las variaciones en los niveles de iones en los músculos pueden causar calambres, y estos se producen de manera continua por muy distintos motivos. Por ejemplo, el aumento de actividad muscular que exige la práctica del deporte incrementa la demanda de oxígeno e introduce presión en los paquetes de fibras musculares utilizadas, pero también el descenso de actividad que supone el sueño puede producir el efecto contrario porque modifica las fluctuaciones electrolíticas, en especial el descenso del calcio, el magnesio o el potasio.

La deshidratación leve o las alteraciones de la temperatura exterior, en especial el frío, influyen también en la aparición de calambres porque uno de los principales mecanismos que presenta el cuerpo para mantener la temperatura o termogénesis es la contracción muscular.

Motivos de preocupación

Con todo, si bien las situaciones anteriores no son patológicas y en consecuencia no deben ser motivo de preocupación, hay otras que sí lo son. Por ejemplo, las alteraciones metabólicas o endocrinas, en especial el hipotiroidismo provoca calambres, igual que los provocan la irritación de las raíces nerviosas cervicales y sobre todo lumbares en los procesos de columna.

En cuanto a las alteraciones en los electrolitos antes comentadas, pueden darse situaciones alarmantes. Sucede, en especial, con el descenso patológico del calcio en la hipocalcemia, que puede derivar en una situación de calambres intensos y generalizados denominada tetania.

También provocan calambres todos los tóxicos y la mayoría de los venenos, que interfieren en la neurotransmisión entre músculo y nervio o entre las neuronas que controlan el proceso en la médula.

El procedimiento diagnóstico habitualmente utilizado para evaluar la salud de los músculos y los nervios que los controlan es la prueba de electromiografía (EMG). La EMG mide la actividad eléctrica producida por los músculos en reposo y durante la contracción. Cuando la EMG registra un calambre ,solo detecta una contracción mantenida que el paciente no puede bloquear y que se refleja como una actividad eléctrica de varias unidades motoras, errática y masiva. Este modo de mostrarse es lo que permite diferenciar fácilmente los calambres de otros fenómenos motores patológicos como la actividad motora continua que se presenta en los hemiespasmos faciales y otras enfermedades neuromusculares.

El Dr. Fernández Plaza insiste, por tanto, en que “para los calambres, solo debe acudirse al especialista cuando sean demasiado frecuentes y convendrá hacer una valoración estricta cuando no se identifique una causa precisa, como un exceso de actividad física sin costumbre, un problema de espalda o un hipotiroidismo que lo justifique”.