El Banco de Japón ha dado un giro a su política monetaria, marcando un importante punto de inflexión en su ciclo de flexibilización, que se prolongaba ya durante más de diez años. Aunque la inflación llevaba varios años por encima del objetivo, el banco central había mantenido un tono moderado ante la debilidad del crecimiento económico del país. Sin embargo, la entidad ha mostrado recientemente un cambio de tendencia, a pesar de haber revisado a la baja sus expectativas de crecimiento. Es probable que dicho cambio se deba a la presión política derivada de la debilidad de los tipos de cambio y la inflación importada.
En julio, el Banco de Japón anunció una ligera subida de tipos de interés y situó los tipos a corto plazo en el 0,25%. La entidad también anunció un plan para reducir a la mitad el programa de compra de bonos para el primer trimestre de 2026, aunque durante 18 meses seguirá comprando títulos de deuda pública por valor de 3 billones de yenes al mes. Kazuo Ueda, gobernador del banco central, subrayó que los tipos reales seguían siendo muy reducidos y que podrían ser necesarias nuevas subidas si la reflación continúa. El mercado reaccionó con preocupación: cayeron los rendimientos de la deuda pública japonesa y también la renta variable, y los mercados de divisas comenzaron a descontar la liquidación de las operaciones de carry trade del yen japonés.
Es probable que esta preocupación resulte exagerada, habida cuenta del enfoque gradual del Banco de Japón y la solidez de la economía estadounidense. La normalización política del banco central viene impulsada por la persistencia de la inflación, que amenaza con reacelerarse ante la debilidad del yen y la escasa oferta interna, especialmente en el mercado laboral. Al subir los tipos de interés de manera gradual, el Banco de Japón pretende controlar la depreciación del yen y la inflación importada, permitiendo así que el crecimiento del salario nominal alcance a la inflación y favoreciendo la demanda interna. Si la entidad realiza dos subidas de tipos de interés al año, los tipos a corto plazo pueden llegar al 1,0% a mediados de 2026, y el rendimiento de los títulos de deuda pública a diez años podría ser aún más alto. Dicho esto, se prevé que el Banco de Japón se mantenga activo en el mercado de deuda pública y continúe comprando bonos hasta principios de 2026 para reducir la volatilidad de los tipos y mantener la sostenibilidad de la deuda.
Los tipos reales también podrían subir si la inflación se desacelera. No obstante, incluso con unos tipos ligeramente más altos, el contexto seguiría siendo favorable para los emisores de deuda, dados los balances netos positivos del sector privado. No obstante, algunos segmentos del mercado que llevan años beneficiándose de financiación barata podrían comenzar a registrar peores resultados como consecuencia de la liquidación de las operaciones de carry trade del yen. La situación del consumo nacional también supone un riesgo, ya que la media anual del crecimiento del salario real ha sido del -1,4% en los tres últimos trimestres. Si dicho crecimiento no entra en territorio positivo en los próximos tres a seis meses, los hogares japoneses podrían continuar reduciendo su nivel de gasto y frenando la reflación.