La decisiva victoria de Donald Trump abre el camino a una drástica reorientación de la política estadounidense, desde la reversión de las políticas contra el cambio climático, la supresión de regulaciones y los recortes fiscales. Todo ello tendrá efectos de largo alcance. Esta semana quiero centrarme en el impacto de los aranceles. En la campaña electoral, el presidente electo, Trump, prometió aumentar los aranceles a las importaciones chinas hasta el 60%, más del doble de su nivel actual, imponer aranceles del 100% a los vehículos importados y a las importaciones chinas realizadas a través de terceros países como México y Vietnam, además de un arancel del 10%, o incluso del 20%, a todas las demás importaciones. Esto representaría un cambio masivo. La opinión general del mercado es que habrá grandes excepciones a los aranceles sobre China y que la amenaza de aranceles generalizados se utilizará como herramienta de negociación para obtener concesiones, tanto políticas como económicas, de otros países.
En mi opinión, el mercado está siendo demasiado complaciente. El péndulo político se ha ido alejando del libre comercio desde la crisis financiera mundial. De hecho, el presidente Biden mantuvo la mayoría de los aranceles impuestos por Donald Trump en su primer mandato. Esto tendrá importantes repercusiones en empresas y sectores concretos. El distanciamiento del libre comercio perjudicará al crecimiento económico y, aunque el efecto directo sobre la inflación estadounidense pueda parecer limitado, una vez más, la mayoría de los analistas de mercado podrían estar subestimando el impacto. Es cierto que EE.UU. es una economía relativamente cerrada. Incluso un arancel de gran alcance excluiría los servicios y muchas materias primas. El efecto directo de un arancel del 10% podría ser un aumento de los precios al consumo inferior al 1%. Sin embargo, los productores nacionales subirán sus precios ante la menor competencia del exterior. La fortaleza de la demanda en la economía estadounidense, que probablemente se verá reforzada por nuevos recortes fiscales, aumentará esta repercusión, incluso en los salarios. El mercado ya ha descontado un aumento significativo de la inflación en EE.UU. durante los próximos dos años. La Reserva Federal tiende a pasar por alto las subidas de precios puntuales, pero ralentizará el ritmo de los recortes de tipos.
El PIB estadounidense se vería perjudicado por la reducción del acceso a importaciones baratas, pero favorecido por la menor competencia del exterior. Es probable que el efecto neto sea modesto a corto plazo, pero si continúa el proteccionismo, predominará la pérdida de beneficios derivados del comercio.
Es probable que las represalias de otros países sean limitadas. Estados Unidos exporta relativamente poco a China y ya se está desvinculando de ese país. Europa sufriría más e incluso un golpe modesto al crecimiento sería doloroso dada la debilidad de la economía. La experiencia del primer mandato de Trump sugiere que las represalias se limitarían a marcas icónicas como Harley Davidson y varios nombres de bourbon. El Reino Unido se vería menos afectado, ya que tiene un sector manufacturero más pequeño, pero tendría menos capacidad para negociar concesiones dado su reducido tamaño. La «relación especial» podría importar poco y el tan discutido acuerdo de libre comercio requeriría concesiones sobre las importaciones agrícolas que los consumidores británicos, y sus socios de la UE, encontrarían difíciles de digerir. Si Trump decide ceder en los aranceles a las exportaciones de la UE, buscaría concesiones en áreas como la regulación de las empresas tecnológicas estadounidenses. En definitiva, China sería la más perjudicada, las autoridades de ese país responderían con más estímulos, la UE la siguiente y el Reino Unido la menos perjudicada.
¿Y el mercado de valores? Los márgenes de beneficio de las empresas estadounidenses se verían impulsados por los aranceles. Un recorte del impuesto de sociedades supondría un estímulo adicional. Las empresas que exportan a Estados Unidos se verían perjudicadas. A pesar de la impopularidad de la globalización, ésta ha aumentado los ingresos de los consumidores y la rentabilidad de las empresas, por lo que es probable que los efectos a largo plazo sean negativos.