Lo que a simple vista podría parecer un gesto de moderación o un intento de acercamiento, es en realidad una pausa táctica con mensaje incluido. Esto no es una retirada. Es una advertencia. Una forma de ganar tiempo sin perder presión, y de marcar territorio con la sutileza de un elefante en una cristalería. Ya sabemos que Trump no se educó en Versalles… O, como él mismo resumió con su inconfundible tono: “kiss my ass”. Porque esto, por si alguien lo dudaba, va mucho más de fondo que de forma.
La congelación de los aranceles no es una marcha atrás, sino una jugada medida dentro de una estrategia más amplia. Los aranceles —que alcanzan hasta un 125% en el caso de China— no son el objetivo final. Son la herramienta. Una palanca para renegociar el orden comercial global desde una posición de fuerza. Trump no quiere solo proteger a la industria estadounidense. Quiere relocalizarla, redibujar las cadenas de suministro y romper con décadas de déficit comercial. Y para ello, necesita tiempo… y necesita miedo. De ahí los 90 días de gracia. De ahí la amenaza velada que planea sobre los aliados económicos de siempre.
El plan, aunque suene disparatado, no carece de lógica interna. A través de una agresiva política arancelaria, la administración Trump busca tres cosas: debilitar el dólar (con las consecuencias de impulsar los mercados y las exportaciones), reducir la deuda pública (los pagos de los intereses de la deuda) y forzar a la Reserva Federal a bajar los tipos de interés (lo que supone un dólar más débil y facilidad para el crecimiento económico y bursátil). La primera consecuencia evidente es que, si los mercados han reaccionado con caídas, la Fed se verá presionada a actuar. Eso estimula la economía, abarata la financiación y mejora la competitividad exterior. El caos, en este caso, no es una amenaza, sino un catalizador.
Que este plan tenga una lógica no significa que no sea extremadamente arriesgado. Si las cadenas de suministro no reaccionan a tiempo, si la inflación repunta o si los tipos no bajan lo suficiente, el tiro puede salir por la culata. Y, como ya hemos advertido en artículos anteriores, cuando se juega con fuego en un sistema tan endeudado y globalizado, las consecuencias pueden ser explosivas.
Desde el punto de vista del inversor, este tipo de episodios, aunque generen vértigo, también pueden ofrecer oportunidades. No porque haya certezas, sino porque el miedo suele ir acompañado de sobrerreacciones. Lo vimos con el Brexit, con el COVID, con las crisis comerciales anteriores y las subidas de esta semana… Cuando el miedo se dispara, las valoraciones se ajustan de forma abrupta y eso genera ventanas de entrada para quienes saben mantener la cabeza fría.
La congelación de los aranceles, por tanto, no es una concesión. Es una jugada pensada. No busca tranquilizar a los mercados, sino tensarlos justo hasta el punto en el que sus adversarios estén dispuestos a ceder. Una forma más de aplicar el America First, pero con aroma de ultimátum. El viejo truco de plantear exigencias imposibles para, después, negociar desde un punto de partida más favorable.
Trump quiere que los aliados reduzcan su exposición al dólar… para que Estados Unidos pueda devaluarlo sin que se derrumbe el sistema. ¿A cambio? Protección militar, condonaciones arancelarias y una silla en el nuevo orden que está intentando construir. De paso, acorralar a China. Insisto en que este no es el objetivo último, sino un beneficio asociado de su más amplia estrategia.
De hecho, podemos olvidarnos de seguir los ulteriores aranceles que se impongan mutuamente. El caso es prohibir el comercio bilateral. Ya da igual un 125% que un 200%. No nos perdamos en el dato. Y recordemos que, si bien es un impuesto a los ciudadanos americanos, quien más pierde es China (las importaciones de EE.UU. son de 438.947 millones de dólares, frente a 143.561 millones de exportaciones). Según Trump, esto es una aberración, pero es lógico que la primera potencia del mundo tenga déficit comercial.
Esto no va de si nos gusta Trump o no. Va de entender que sus movimientos tienen una lógica electoral, económica y estratégica. El que piense que se trata simplemente de un populista sin plan, no está prestando atención. Y si no le sale bien, las consecuencias pueden ser nefastas. Pero si le sale… puede cambiar el tablero por completo. No soy defensor de Trump, precisamente. Más bien lo contrario. Pero que tiene un plan, es evidente.
Sí, el titular puede sonar zafio. Pero no es más vulgar que la declaración que lo inspira. Y, desgraciadamente, refleja con bastante precisión lo que Trump le está diciendo al mundo con cada pausa que parece concesión: “Kiss my ass”. Y lo peor es que, aunque lo diga así… podría funcionar.