Pero conviene no dejarse llevar por los fuegos artificiales. Porque una subida así no necesariamente implica que estemos ante un final feliz. Más bien parece el típico respiro de mitad de partido: se suspende el combate, el árbitro hace sonar el silbato y todos a su esquina. Y mientras el público aplaude, los boxeadores se miran sabiendo que esto no ha terminado ni mucho menos.
El giro de guion vino desde Washington. Trump, tras semanas de mantener una postura de fuerza —aranceles por aquí, amenazas por allá—, cambió el paso y suspendió gran parte de los nuevos gravámenes durante 90 días. Aquí las versiones difieren: unos hablan de una maniobra estratégica magistral, otros (los más pegados al parqué) sugieren que le temblaron las piernas tras ver cómo los mercados se deshacían como un azucarillo. Sea como fuere, los aranceles que entraron en vigor el mismo día 9 de abril fueron suspendidos... ese mismo día. Con una excepción: China. A ella sí se le aplicaron nuevos aranceles, subiendo del 104% al 125%.
Y es que el verdadero conflicto, el que realmente preocupa a medio plazo, no es con Europa, ni con Vietnam, ni siquiera con México. Es con China. Y la tensión ahí sigue. El comercio bilateral está de facto paralizado y las represalias están solo en stand-by. Que nadie se engañe con la aparente calma. China ha optado por no responder con más aranceles, pero eso no significa que se haya quedado sin herramientas. Tiene, al menos, dos cartas potentes por jugar: las tierras raras —esenciales en la fabricación de baterías, tecnología avanzada y defensa— y la posible devaluación del yuan. Lo primero es una amenaza silenciosa; lo segundo, una bomba de racimo.
¿Y qué pasaría si China devaluara su moneda? Bueno, en términos sencillos: terremoto. Si el yuan se deprecia, sus productos se abaratan en los mercados internacionales, volviendo sus exportaciones más competitivas justo cuando más falta les hace. Pero ese movimiento tendría un precio. Los países emergentes sufrirían por el encarecimiento del dólar, los flujos de capital saldrían en estampida, las materias primas se agitarían, y el mercado global… temblaría. No sería la primera vez: en 2015 ya vivimos algo similar y las sacudidas se sintieron en todos los rincones del planeta. Por tanto, esta posibilidad no es una mera especulación; es un riesgo sistémico latente que podría desembocar en una nueva guerra de divisas. No en vano ya han exigido desde Estados Unidos a China que no lo hagan. Esto supondría un mazazo al dólar débil que quiere Trump.
En paralelo, Trump aprovecha estos 90 días de paz arancelaria para renegociar los términos del comercio con sus aliados. Pero aquí también hay trampa. Porque aunque el nuevo tipo arancelario del 10% parezca un respiro frente a las cifras que se barajaban (20%, 40%...), no deja de ser un arancel elevado comparado con los niveles previos. Multiplica por más de tres los aranceles promedio anteriores, lo cual puede seguir afectando negativamente tanto a la economía real como a los mercados financieros. Es decir, hemos pasado del incendio a una hoguera controlada, pero sigue habiendo fuego.
Ahora bien, qué puede hacer un inversor ante este panorama? Para empezar, mantener la calma. Lo que ayer pareció el fin del mundo, hoy puede ser una oportunidad. Lo importante, como siempre, es no dejarse llevar por los vaivenes emocionales del mercado. Una cartera bien diversificada, con activos que combinen distintas geografías, estilos y clases, sigue siendo el mejor escudo ante los sobresaltos. Y como ya hemos comentado en otras ocasiones, más vale estar siempre invertidos —aunque sea con un perfil prudente— que tratar de adivinar el momento perfecto para entrar o salir del mercado.
Conviene tener en el radar fondos con enfoque defensivo o de baja beta, especialmente en un entorno de elevada incertidumbre. Fondos que no necesariamente brillan en las subidas más espectaculares, pero que caen menos y se recuperan antes. Porque, como ya sabemos, una caída del 30% exige una subida del 43% solo para recuperar el nivel inicial. No es cuestión de ser el más rápido, sino de no tropezar tan fuerte.
Lo vivido estos días no es el final de la guerra comercial. Es un respiro. Una tregua. Quizá una maniobra para recuperar aliento. Pero mientras China no entre en una negociación real, mientras el yuan no diga su última palabra, y mientras los mercados sigan pendientes del siguiente mensaje en redes presidencial, conviene no dar nada por sentado. Y mucho menos, bajar la guardia. Cuidado con el yuan. Mucho cuidado.