Todo comenzó tras un cambio de rumbo de la política monetaria liderada por el banco central estadounidense, la Reserva Federal (Fed). El consiguiente ciclo de subidas de tipos, imitado por los bancos centrales de todo el mundo, fue prácticamente inédito por su ritmo y magnitud. Afortunadamente, incluso las nubes más negras tienen un rayo de luz y, al mismo tiempo, este ciclo puso fin a la fase de rendimientos extremadamente bajos de los bonos y, en muchos segmentos del mercado, incluso negativos. Los mercados volvieron más o menos a la normalidad. Ya no era necesario preocuparse por la deflación, la pandemia e incluso las consecuencias de la crisis del mercado inmobiliario en EE.UU. o la crisis de la deuda soberana en la eurozona. Aunque la Fed ya había intentado previamente liberarse de este escenario, la Covid-19 frustró sus planes. Pero, al final, los rendimientos nominales de los bonos y del mercado monetario volvieron a terreno positivo.
No obstante, los inversores deben permanecer atentos, ya que los bancos centrales ya han iniciado la bajada desde el máximo de tipos. La próxima reunión del Comité de Mercado Abierto (FOMC) de la Reserva Federal, a principios de noviembre, debería ser otra muestra de este ciclo de recortes, que probablemente continuará hasta bien entrado 2025.
Aunque se trata de una buena noticia para la economía, también plantea un reto para la inversión, ya que cada vez es más evidente que no se pueden garantizar rentabilidades nominales elevadas, especialmente a corto y medio plazo.
La bajada desde el nivel máximo de los tipos también significa que los inversores que buscan mayores rentabilidades deben analizar dónde encontrarlas. En este sentido, las lecciones que hemos aprendido al salir de los picos de tipos en el pasado pueden servirnos de guía. Desde 1981, la Fed ha iniciado nueve ciclos distintos de recorte de tipos, siendo el de este año el décimo. Si analizamos el periodo comprendido entre la primera y la última bajada de tipos y comparamos la rentabilidad de las distintas clases de activos con una posible inversión alternativa en el mercado monetario (que se vio impulsada a la baja), este análisis histórico muestra que, en general, los bonos obtuvieron buenos resultados en todos ellos, superando la rentabilidad de una inversión en el mercado monetario. Sin embargo, en el caso de la renta variable, los resultados fueron, en general, inferiores a los del mercado monetario.
Es importante tener en cuenta, sin embargo, que no todos los ciclos de bajada de tipos son iguales. Algunos desembocaron en recesión, mientras que casi la mitad han logrado evitarla. Si nos centramos en estos “ciclos que evitan la recesión”, donde el principal objetivo de los responsables de la política monetaria al reducir los tipos era evitar una recesión económica, el panorama es distinto. En estos casos, los bonos se comportaron mejor que el mercado monetario, y también tuvo un buen desempeño la renta variable. Es cierto que “los resultados pasados no son indicativos de los resultados futuros”, una regla siempre adecuada y válida que debería figurar en todos los documentos del inversor. Aunque uno no deba guiarse por el pasado a la hora de gestionar sus inversiones, los resultados no dejan de tener cierta lógica. Si los bancos centrales consiguen controlar la inflación, como parece indicar la tendencia actual, la renta fija se verá favorecida. Si consiguen evitar una recesión, es decir, si la economía logra un “aterrizaje suave”, también se crearía un entorno favorable para las empresas, ya que les permitiría reducir la capacidad de producción excesiva e invertir en la expansión de sus operaciones, lo que a su vez reactivaría la economía.
Estimular el crecimiento económico sigue siendo una prioridad absoluta, porque el pasado nos enseña que nunca puede descartarse un “aterrizaje forzoso”, es decir, una recesión, aunque sea un resultado improbable desde la perspectiva actual.