Ha pasado más de una década desde la crisis financiera de 2008, pero el principal reto para los inversores no ha cambiado: encontrar ingresos fiables para compensar los débiles rendimientos de los bonos sin asumir un riesgo excesivo.
Los responsables políticos occidentales se vieron atrapados en un prolongado ciclo de bajos tipos de interés y alto endeudamiento tras el colapso de Lehman Brothers debido a las ingentes ayudas públicas destinadas a salvaguardar el sistema financiero. Para complicar aún más la situación, las recientes acciones para amortiguar el impacto económico del Covid-19 han ampliado este ciclo.
Los escasos (y en muchos casos negativos) rendimientos de los bonos con grado de inversión han empujado a los inversores hacia clases de activos de mayor riesgo en busca de crecimiento y rentas, sobre todo bonos de alto rendimiento y acciones.
La inversión en renta variable, en particular, se ha convertido en la más importante, lo que ha provocado un aumento de las valoraciones y ha mermado la diversificación de las carteras. Esta tendencia global muestra pocos signos de desaceleración ante las crecientes presiones inflacionistas, incluso cuando la reducción de las compras de activos por parte de los gobiernos está poniendo de manifiesto la falta de valor en las posiciones del consenso.
La necesidad de encontrar una renta fiable nunca ha sido mayor, especialmente en Asia, donde la inversión en rentas está muy arraigada por la insuficiencia de las pensiones en la región, cuya población envejece rápidamente. Asimismo, las formas de obtener rentas han evolucionado: desde los cupones de los bonos, los pagos de dividendos y el alquiler de propiedades hasta la creación de contenidos en Youtube y libros electrónicos, los préstamos entre particulares y las apuestas en criptomonedas.
Aun así, en Asia siguen prevaleciendo los métodos de inversión tradicionales que incluyen bonos, acciones y propiedades. En particular, ni Hong Kong ni Singapur gravan los ingresos por dividendos ni imponen un impuesto sobre las plusvalías de los valores.
Sin embargo, las empresas que pagan dividendos suelen situarse en la categoría de compañías “valor” (value), lo que significa que los inversores, especialmente en Asia, pueden haberse perdido el fuerte repunte de los valores de crecimiento en los últimos años, incluidas las empresas tecnológicas estadounidenses.
Además, muchas estrategias de dividendos utilizan opciones de compra cubiertas para aumentar los ingresos. El emisor de una opción de compra cubierta recibe ingresos a cambio de pronosticar que una acción no se moverá más allá de un nivel determinado. Sin embargo, si la acción sube por encima de ese nivel, el tenedor de la opción de compra se beneficia de la subida, no el emisor.
Afortunadamente, los gestores de fondos más innovadores han ideado formas más inteligentes de satisfacer las necesidades de generación de rentas de los inversores sin limitar la diversificación de la cartera ni el potencial de subida.
Algunos utilizan estrategias de captación de dividendos. Estas estrategias examinan el universo de la renta variable mundial para encontrar empresas que emitan dividendos de manera regular (anuales o semestrales) y aquellas que vayan a emitir dividendos especiales, que son pagos únicos a los accionistas tras una ganancia inesperada de efectivo, como la venta de un activo. La rotación de estos dividendos a lo largo del año puede aumentar considerablemente el rendimiento de la cartera.
Las estrategias de captación de dividendos tratan de maximizar los ingresos, sin perder el crecimiento del mercado. Durante los episodios de volatilidad, los inversores pueden seguir recibiendo rentas mientras esperan a que los mercados se recuperen.
Por otra parte, existen estrategias que invierten en una serie de activos alternativos cotizados con una correlación reducida respecto a los mercados de renta variable tradicionales, como las infraestructuras, el crédito especializado, la renta variable privada y otros activos que antes eran ilíquidos pero que ahora pueden negociarse en bolsa.
Estos activos tienden a tener unos motores de ingresos diferentes a los de la renta variable y la renta fija tradicionales, lo que les permite proporcionar rentas regulares con independencia de las condiciones generales del mercado. Esto ha abierto un nuevo universo de oportunidades para que los inversores no profesionales construyan carteras de ingresos realmente diversificadas.
Los activos de infraestructuras, por ejemplo, tienen un historial de rendimientos estables a largo plazo. Ámbitos como los parques solares y eólicos son prometedores, dada la creciente demanda de energías renovables y la prevalencia de las subvenciones gubernamentales.
También destacaríamos áreas de nicho como los cánones sanitarios que ayudan a financiar los costes de investigación y desarrollo de nuevos medicamentos. A cambio de una financiación inicial, estas empresas que cotizan en bolsa reciben pagos -o royalties- vinculados a las ventas de un medicamento. Esta forma alternativa de financiación ofrece un elevado potencial de ingresos en función del desarrollo clínico de un producto.
Los pagos suelen estar vinculados a la vida de una patente, lo que hace que los riesgos sean particulares para cada medicamento y en gran medida independientes de los ciclos económicos mundiales. A la luz de la pandemia del Covid-19, esperamos que el gasto sanitario continúe, lo que apunta a la posible durabilidad de esta fuente de ingresos.
Por supuesto, identificar qué activos ofrecen un buen potencial de rentabilidad a largo plazo con niveles de riesgo aceptables requiere experiencia, buen criterio y amplios recursos. Por ello, los inversores deben elegir al socio inversor adecuado.
En definitiva, puede que la necesidad de obtener rentas no haya cambiado desde la crisis de 2008, pero la inversión en rentas ha evolucionado a medida que los proveedores de soluciones se han vuelto más inteligentes. Ahora corresponde a los inversores actualizar sus estrategias.