Mi primer argumento es que el inversor particular, si así lo desea (sólo depende de él) puede olvidarse de los vaivenes del mercado a corto plazo. Puede incluso permitirse el lujo de apagar la tele, de no leer los periódicos y de olvidarse por completo de cómo van los mercados. Un gestor profesional no. Está continuamente sometido al examen del mercado y eso algunas veces puede distorsionar su política de inversión. Hace algún tiempo un gestor profesional me comentaba que, aunque su filosofía de inversión es de muy largo plazo, si no bate a su benchmark en un periodo de 12 meses algunos de sus clientes institucionales reducen automáticamente su posición en el fondo. Además, existe el problema de que la remuneración del gestor profesional depende muchas veces de los resultados que obtenga a corto plazo, lo que también puede afectar a la forma en que gestiona el patrimonio.
Mi segundo argumento es que gestionar un patrimonio pequeño puede tener ventajas sobre gestionar un patrimonio grande. El gestor que tiene un gran volumen de activos que gestionar tiene, en general, un cierto sesgo a invertir en compañías de gran capitalización. Estas son las más contratadas y las que más suben de precio, lo que obliga al gestor a invertir en compañías cada vez más caras. No siempre puede permitirse ampliar su universo de inversión hacia segmentos de menor tamaño donde podría encontrar unas valoraciones más atractivas.
El tercer argumento es que el inversor particular puede tener una cartera mucho más concentrada que la de un fondo de inversión (éste, por ley, tiene obligatoriamente que diversificar su cartera) e invertir realmente en las compañías en las que tiene la mayor convicción. ¿Cuál es el problema? Que el pequeño inversor no siempre tiene los recursos o la capacidad para elegir esas mejores compañías.
Generalmente se cita un cuarto argumento, que es que el inversor particular puede estar fuera del mercado cuando le parezca oportuno, evitando así los periodos bajistas, mientras que el fondo de inversión tiene el compromiso (hablo de los fondos puros de renta variable) de estar siempre invertido. Sobre el papel, es efectivamente una ventaja, pero en la práctica también se demuestra que el inversor particular no suele “leer” bien los mercados y suele comprar cuando el mercado se encuentra en máximos y vender cuando está en mínimos.
En definitiva, sí que en teoría el pequeño inversor tiene unas ventajas respecto a los gestores de fondos, pero no siempre veces las aprovecha.
Fernando Luque