Como le pasa a muchos, aún recuerdo el momento en que supe que Trump había ganado las elecciones en 2016. La sensación de sorpresa, el desconcierto general, la incertidumbre ante lo que vendría. Recuerdo también que por entonces un amigo de gran brillantez llevaba ya muchos meses avisando de que Trump podría ganar. A su alrededor simplemente nadie le creía. 

Ante la segunda victoria de Trump pregunté a mi amigo por sus opiniones respecto al nuevo  mandato, el llamado Trump 2.0, y me respondió con una frase críptica: Todo es lo mismo, pero no es igual. 

Él se refería a la política interna americana, a la clara victoria que en esta ocasión Trump había logrado en el Senado y la Cámara de Representantes, y a los nombramientos que se estaban anunciando. Pero pensé que esa misma frase se podría aplicar también a la relación comercial entre la UE y Trump. De alguna forma, todo será lo mismo pero no será igual.   

Trump sigue siendo Trump, mantiene su visión mercantilista de la economía, su obsesión proteccionista con la balanza comercial, y sus amenazas respecto al uso de aranceles, a pesar de los conocidos efectos negativos que pueden crearle internamente en términos de inflación, de productividad, o de disrupción en las cadenas de valor. 

Sin embargo, frente a ese Trump que “no ha aprendido trucos nuevos”, como diría el refrán, se encuentra una UE que ha venido cambiando de manera sustancial desde ese lejano 2016, aunque a veces no lo percibamos. Parafraseando a Neruda, nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Hemos ido asumiendo que ese modelo en el que subcontratábamos nuestra seguridad a los EEUU, nuestra producción a China y nuestra energía a Rusia ya no es viable, y debemos reaccionar. Hemos entendido que los EEUU no es ya el aliado íntimo con el que podíamos contar siempre y de manera incondicional, sino un socio con el que habrá que negociar cada término de nuestra relación, de acuerdo con la lógica transaccional que imprime Trump a las relaciones. Y cada vez más ya no vemos a China a la vez como un “aliado, competidor y rival sistémico” (como afirmaba la Comisión en 2019), sino simplemente como un rival. 

Aunque existan actualmente liderazgos débiles en Francia y Alemania, está emergiendo un liderazgo fortalecido en la Comisión Europea, convencido de la necesidad de dos cosas: una nueva política económica internacional por parte de la UE, en la que geopolítica y geoeconomía vayan de la mano, y una actitud más asertiva en nuestra política comercial, para defendernos de la competencia desleal y los riesgos de seguridad.  

Ante la convicción cierta de que nos estamos quedando atrás, la UE está absolutamente centrada ahora en su competitividad. Y está dispuesta a abordar diversos desafíos para impulsarla: reindustrialización, cambios en la política de competencia (ayudas de estado, OPAs, o normas sobre inversiones extranjeras), o reducción de precios de la energía, entre otras medidas. Todos los temas son ya vistos a través del prisma de la competitividad, incluyendo la política comercial.

Dicha política comercial estará también cada vez más vinculada a los objetivos de seguridad y sostenibilidad de la UE, expandiendo el uso de instrumentos de defensa comercial y buscando diversificar las relaciones y desarrollarlas con zonas como América Latina o el Indopacífico. En resumen, un contexto de mutación interna en la UE, perceptible ya pero de futuro y resultados aún inciertos. 

Todos recordamos el primer mandato de Trump. Los aranceles agresivos, las tensiones comerciales, las represalias y los desencuentros. En esta ocasión todo podría repetirse. Proteccionismo y unilateralismo seguirán siendo algunas de sus señas de identidad. 

Trump 2.0 será un desafío para la UE y para nuestra unidad. Aunque esta vez no nos pilla por sorpresa. La Comisión Europea ha tenido tiempo para prepararse, con planes y posibles acciones en caso de que las amenazas de guerra comercial se vayan materializando. Y sobre todo hemos comenzado esa mutación interna, en la que el concepto de “seguridad económica” será una referencia permanente, y la política comercial será usada de manera creciente como un instrumento para conseguir fines geopolíticos.    

En realidad, nadie sabe muy bien lo que vendrá. Es previsible que se produzcan amenazas comerciales como baza negociadora (en especial sobre sectores como el del automóvil, o el agroalimentario), tensiones, presiones inflacionistas y variabilidad en los tipos de cambio. Como ocurre siempre con Trump, todo será a la vez imprevisible y transaccional. Pero en esta ocasión se irá encontrando una UE cada vez más diferente. 

Porque esta vez todo será lo mismo, pero no será igual.