En un primer artículo sobre las políticas de la Fed decía que el primer problema que tienen es que, de hecho, retrasan la recuperación. La recesión es precisamente la fase de saneamiento de las distorsiones provocadas durante la época de la burbuja sobre la estructura productiva.
También vimos que las autoridades ni siquiera logran totalmente este objetivo, pues cuando una economía endeudada en exceso entra en recesión y descubre que no es capaz de soportar más crédito, la demanda de crédito se desploma.
Aunque es cierto que muchos agentes siguen intentando mantener sus inviables proyectos gracias al crédito fácil, muchos otros hacen caso omiso a las facilidades crediticias promovidas por la Fed y se limitan a amortizar sus créditos y reajustar sus planes. O, dicho de otra forma, se puede llevar al caballo al río, pero no se le puede obligar a beber.
Explicaba en mi segundo artículo sobre la expansión monetaria que es precisamente por este motivo por el que el segundo gran problema que se suele vincular a este tipo de políticas, la inflación, no tiene efectos inmediatos. Buena parte de ese “dinero” de nueva creación que la Fed inyecta vuelve rápidamente a los balances del propio banco central, y queda en forma de líneas de crédito no utilizadas en favor de la banca comercial.
Pero veíamos que esto genera un enorme problema a largo plazo, pues a medida que se vaya reactivando la demanda de crédito y los bancos hagan uso de esa nueva base monetaria, existe un gran riesgo de alta inflación si la Fed no contrae previamente su balance.
El tercer gran problema que causan las políticas expansivas como los quantitative easing es, en mi opinión, el más grave de todos. Y es que sientan las bases de la que será la siguiente crisis. ¿Cómo ocurre esto? Podemos pensarlo, de manera simplificada, desde dos puntos de vista complementarios.
El primero de ellos es el denominado “efecto Cantillón”. El economista Richard Cantillón escribió que cuando se inyecta dinero de nueva creación en una economía nunca se hace de manera homogénea y neutral. Es decir, no se incrementan proporcionalmente, de la noche a la mañana, los saldos de tesorería de todos los agentes.
Por el contrario, ese dinero entra primero por ciertos sectores, y a medida que los primeros receptores van realizando transacciones se va extendiendo, llegando en oleadas sucesivas al resto de la economía en un proceso que puede durar años.
Esto provoca que los precios relativos de esos primeros sectores que entran en contacto con el nuevo dinero suban en relación con aquellos a los que llega más tarde, creando una distorsión en la estructura de precios relativos. Puede darse que aunque el nivel general de precios no suba o suba muy poco, se esté produciendo toda una revolución en los precios relativos que no se revela en las cifras de contabilidad nacional.
Los efectos de este desajuste transitorio de los precios relativos es muy perjudicial en el largo plazo. Aquellos sectores cuyos precios relativos suben más rápido, atraen capital y factores productivos, consolidando una nueva distorsión en la estructura productiva. Se origina, en resumen, una burbuja en esos sectores. No tenemos más que pensar en lo que sucedió en el sector inmobiliario durante la época del último boom, o en las puntocom en la anterior.
A este “efecto Cantillón”, como decía, también se suma un segundo mecanismo complementario que provoca resultados similares: la reducción artificial de los tipos de interés consecuencia de las expansiones monetarias y crediticias. El economista Ludwig von Mises explicó cómo esto provoca distorsiones cíclicas en el aparato productivo que en última instancia desencadena los ciclos económicos.
El tipo de interés es un precio fundamental en el mercado, pues coordina la oferta de recursos disponibles (ahorro) con los recursos utilizados (inversión) para cada plazo y riesgo. Cuando los tipos de interés se reducen artificialmente, sin corresponder a aumentos reales del ahorro, esta coordinación se rompe. Se envía a los inversores y empresarios una información distorsionada que les lleva a acometer o mantener inversiones que en realidad no son rentables, pues no casan con los recursos disponibles y las verdaderas preferencias de consumidores y ahorradores. Como en el caso anterior, la expansión monetaria provoca la acumulación de malas inversiones sistemáticas.
Pero como explicó Mises, una vez que ese efecto transitorio pasa, los precios relativos inexorablemente tienden a reajustarse a lo que dictan las preferencias reales de los agentes económicos. Es entonces cuando se pone de manifiesto que ese capital que fue atraído por error a los sectores receptores del dinero de nueva creación son, en realidad, inversiones ruinosas.
Se desencadena de nuevo el inevitable proceso de liquidación y reorganización de los factores productivos de acuerdo a las demandas reales de la población. Es decir, en el largo plazo habremos vuelto a generar otra recesión económica.
En conclusión, las políticas que durante la presente crisis están llevando a cabo la Fed y otros bancos centrales no sólo retrasan la recuperación y aumentan el riesgo inflacionario a largo plazo. Además, sientan las bases de la que será la nueva crisis en el futuro. Por bienintencionadas que puedan ser las metas de las autoridades, por este camino no nos librarán de repetir la misma historia.
@ignaciomoncada
Ignacio Moncada es analista financiero de inversiones en Nueva York. Es miembro del Instituto Juan de Mariana y del Ludwig von Mises Institute.