De hecho, podemos entender la ciberseguridad como un enorme iceberg. Sin duda, tiene múltiples usos, desde detener los ataques contra los servidores para garantizar que ningún gobierno extranjero pueda acceder a nuestra infraestructura de comunicaciones nacional hasta aplicaciones médicas y militares. Sin embargo, a nivel personal la mayoría solo nos enfrentamos a la punta de dicho iceberg, su parte más molesta, que es la que nos pide que recordemos y cambiemos una y otra vez docenas de contraseñas
¿Cuánta ciberseguridad necesita el mundo?
En una sociedad en la que la electrónica, internet y la economía digital tienen tanto peso, la ciberseguridad cuenta con múltiples vectores de crecimiento. No obstante, ¿cuál es la demanda real de ciberseguridad? ¿Cuánto debería invertir en ella cualquier país? En términos generales, eso depende de la cantidad de "consumidores tecnológicos" que haya en dicho país, de cuántos dispositivos tengan, de cuánto tiempo pasen utilizándolos y de las consecuencias que podría acarrear una brecha de seguridad. Examinemos más detenidamente cada uno de estos factores.
Solemos usar el término "consumidores" en dos contextos distintos: la tecnología y los estupefacientes. La predilección de mi sobrino por el videojuego Fortnite pone de manifiesto que esa coincidencia lingüística es bastante apropiada. Sin embargo, él puede manejar una tableta con más habilidad de la que yo tendré nunca. La proporción de nativos digitales será cada vez mayor entre la población. En los mercados emergentes, a su vez, los menores costes de entrada, el despliegue del 5G y el aumento del poder adquisitivo indican que cada vez existirán más consumidores tecnológicos.
Me acuerdo de la última vez que fui a comprar electrodomésticos de cocina. Acababa de reformar la casa, así que necesitaba unos cuantos. Perdón por sonar como un ludita, pero ¿realmente es necesario que la campana extractora esté conectada a la red wifi? En la práctica, ¿vamos a querer encender el horno si no estamos en casa? Todavía estamos en los inicios del internet de las cosas. En muchos casos, se nos ofrecen soluciones a un problema que, en realidad, no existía. Sin embargo, a medida que la conectividad se abarata y las interfaces mejoran, la idea de tener un frigorífico que haga un pedido de leche cuando se me acabe podría resultarme tentadora.
También he estado reflexionando sobre mi propio uso de la tecnología. Cuando era niño, en casa había un único ordenador con Windows 95 que compartía toda la familia. En los primeros años de la adolescencia tenía un Nokia 3210 que solo utilizaba en caso de emergencia. Hoy en día cuento con un dispositivo digital con acceso a internet en todos los tamaños y formatos, siete en total, y eso que todavía no he visto la necesidad de tener un reloj que me diga lo que está pasando en mi móvil. Asimismo, utilizo el teléfono para casi todas mis operaciones financieras. Solo llevo algo de dinero para esas contadas ocasiones en las que me encuentro con una máquina que no funciona o tengo que coger un taxi.
Alcanzar una mejor conectividad
¿Le resulta familiar? Esto es un claro indicio de que por el lado de los consumidores el volumen de conectividad está creciendo (número aproximado de usuarios x dispositivos x frecuencia x valor). Lo mismo pasa en el caso de las empresas y los gobiernos, exceptuando tal vez los proyectos informáticos del Gobierno del Reino Unido. Pocas veces pasa una semana sin que se mencione un ciberataque a nivel estatal o una brecha de seguridad en una empresa. No obstante, aunque los accidentes aéreos suelen salir en las noticias, poco se oye de los aviones que sí consiguen aterrizar. Lo mismo pasa con la ciberseguridad. Las brechas de seguridad nos recuerdan que la ciberseguridad puede funcionar igual que la protección de un terreno: aunque las vallas de alrededor estén intactas en prácticamente todos sus puntos para que nadie pueda entrar, solo hay que encontrar un pequeño agujero para poder hacerlo. Para las empresas, el coste de ese agujero puede ser enorme, así que eso justifica el uso de vallas más resistentes y costosas.
¿Qué significa el COVID-19 para la ciberseguridad?
Pensamos que la aparición del COVID-19 ha acelerado las tendencias existentes en el mundo de la ciberseguridad. El confinamiento ha obligado a muchas personas a empezar a comprar en línea, de forma que cada vez se sienten más cómodas con la idea. Cualquiera que saliese a la calle a hacer las compras de Navidad se daría cuenta de que las restricciones le quitaban un poco de gracia. Asimismo, el teletrabajo ya no es cosa de unos pocos. Al no tener que desplazarse y poder hacer varias cosas al mismo tiempo durante las reuniones, ahora muchos empleados pueden ser más productivos. Creo que mi pausa para comer se ha reducido a unos 15 minutos. Mientras esperamos con entusiasmo a la reapertura total, es probable que el teletrabajo, la automatización de los lugares de trabajo y el uso de la tecnología aumenten debido al riesgo de confinamiento y al ahorro de costes potencial. Y también lo hará la demanda de ciberseguridad.
Si la demanda aumenta como esperamos, creemos que hay empresas bien posicionadas para beneficiarse de ello en varios puntos a lo largo de la cadena de valor. Nos referimos, por ejemplo, a los proveedores de software, las firmas de consultoría informática, los proveedores de hardware e incluso las empresas de telecomunicaciones.