Entre los muchos cambios que caracterizan el nuevo entorno para la banca española podríamos destacar varios: aunque la economía comienza a mostrar síntomas de recuperación, no crecerá al mismo ritmo de principios de siglo. Los mercados financieros internacionales no volverán a suministrar liquidez tan abundante y barata. Los clientes de las entidades financieras también serán más reacios a asumir riesgos
La reforma del sector tendrá importantes consecuencias para las entidades. Para empezar,
Adicionalmente, el sistema bancario será más minorista. Una de las lecciones de la crisis ha sido valorar en su justa medida el riesgo de determinadas actividades de banca mayorista, como el modelo de “originar para distribuir”, o el abuso de la financiación a corto plazo en los mercados de capitales. Las entidades volverán a centrar su actividad en captar depósitos y conceder crédito, no sólo por los menores riesgos de esta actividad, sino por la penalización de actividades mayoristas con la nueva regulación.
Así, el sector va a estar más regulado, tendencia que ya se está viendo en la actualidad. Quizá el efecto más profundo y preocupante de esta mayor regulación es que genera incertidumbre en las entidades bancarias sobre el volumen de capital que deben tener y el riesgo de sus activos. Ante esta incertidumbre, las entidades valoran más el capital y la liquidez que en el pasado, lo que aumenta la fortaleza y la solvencia de las entidades, pero podría llegar penalizar las nuevas operaciones de crédito por las dudas acerca del capital que deberán atesorar, lo que sería negativo en un país en el que prácticamente toda de la financiación externa a empresas es financiación bancaria.
Independientemente de lo anterior, quizás el reto más importante que va a afrontar el sistema bancario español durante los próximos años es la generación de rentabilidad. En este sentido, hay señales que apuntan a que la rentabilidad del sector va a estar presionada: el entorno macroeconómico, los menores volúmenes de activo, la elevada morosidad y el bajo nivel de los tipos oficiales. Pero también hay señales que invitan al optimismo: el fin de la repreciación del pasivo, el menor importe del “funding gap” (mínimo desde 2004), el repunte de las nuevas operaciones de crédito, las menores provisiones, y los planes de reestructuración en marcha, que pueden generar ganancias de eficiencia. El resultado de todos estos impactos es difícil de estimar, pero si bien la rentabilidad medida en términos de fondos propios (ROE) va a ser reducida, especialmente por las ampliaciones e inyecciones de capital realizadas, la rentabilidad en términos de activos (ROA) debería recuperarse hasta niveles más elevados.
En definitiva, aunque quedan retos importantes que afrontar, las entidades bancarias españolas son más fuertes y solventes tras la reforma que está concluyendo. Esta fortaleza nos permitirá afrontar el análisis integral que está realizando el que nuevo supervisor europeo, el BCE, con comodidad, y apoyar a la economía española en su fundamental etapa de recuperación económica.