Un ejemplo claro ocurrió cuando José Luis Rodríguez Zapatero asumió el cargo en 2004. Una de sus primeras obsesiones fue remover a los presidentes de empresas del Ibex 35, sobre todo, en las antiguas públicas. El primer golpetazo sobre la mesa tuvo lugar tras una llamadas de la entonces vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega a Alfonso Cortina, presidente de Repsol: "El Gobierno no te quiere", lo que se tradujo en la fugaz (y cobarde) salida de este último. Embriagado de poder, el Gobierno intentó lo mismo con operaciones tan grotescas como la toma de control de BBVA (con Sacyr y la Oficina Económica de Moncloa involucradas) y la fallida opa de Gas Natural (hoy Naturgy) sobre Endesa, liderada por Manuel Pizarro. Todo terminó con Endesa, una de las mejores empresas del país, en manos de una pública italiana (Enel, a todas luces inferior); con Acciona desempeñando un vergonzoso papel de "caballero blanco". Los Entrecanales, tan refinados, jerezanos y exquisitos, no dudaron en aliarse con quien fuera necesario, siempre que hubiera dinero de por medio.
Tras la salida de Pizarro de Endesa, su buen amigo César Alierta lo acogió en el consejo de Telefónica, en una operación irreprochable. Todos los consejos del mundo querrían a alguien con el perfil de Pizarro: abogado del Estado, agente de cambio y Bolsa, y expresidente de instituciones como CECA, Ibercaja o Endesa. Sin embargo, Alierta tuvo que pedir permiso para este fichaje, mientras se añadía a la ecuación la figura dudosa de Javier de Paz, cuyo único mérito era su amistad con Zapatero. En Iberdrola, Sánchez Galán recurrió a Florentino Pérez para evitar una maniobra similar y aquello acabó como el rosario de la Aurora (si es que ha terminado).
Lo que vino después fue aún más insólito: las grandes empresas comenzaron a refugiarse en las estrategias del comisario Villarejo, un error mayúsculo pero comprensible ante el tsunami que se avecinaba. Al mismo tiempo, la prima de riesgo comenzaba a dispararse y se culpaba a "los mercados" de la crisis, como si estos fueran entes malvados.
Zapatero, ajeno a la magnitud de la hecatombe que se avecinaba, anunciada por Pizarro en su célebre debate con Pedro Solbes, proclamaba que el sistema financiero español estaba “en la Champions League". Nada más lejos de la realidad. Zapatero no tenía ni puñetera idea de la solvencia de nuestro sistema bancario, y mientras tanto, se daban órdenes al CNI para investigar quiénes eran los "especuladores" que, supuestamente, atacaban nuestra economía. El mercado interbancario estaba seco: cualquier persona con un poco de conocimiento habría hecho saltar todas las alarmas, ya que es sobre el que se sustenta el principio de confianza bancaria. Aquí, se prefería fiarlo todo a iniciativas tipo el Plan E.
La situación terminó de manera abrupta, como no podía ser de otra manera, con el Gobierno bajando los sueldos a los funcionarios y convocando elecciones anticipadas, presionado (o, mejor dicho, amenazado) por el Banco Central Europeo.
Hoy, casi 20 años después, el actual presidente, Pedro Sánchez, hace afirmaciones desconcertantes, como que "más de 300.000 millones de euros van cada año a financiar la economía americana", calificando esta situación de "error que hay que corregir". De nuevo, los mercados se equivocan y, por supuesto, son los malos. Sánchez se lamenta de que los ahorradores europeos (y españoles) inviertan en la Bolsa de EE.UU, en búsqueda de ‘rentabilidades Nasdaq’. Y, de forma velada, insinúa que ese capital debería quedarse en Europa. ¿Cómo? A simple vista se ve claro: imponiendo trabas a la inversión local; se le ve venir desde lejos. Prohibiéndole salir. Un cepo a la inversión; muy argentino todo.
Esta lógica es tan errónea como la de los salarios: para que suban, el Ejecutivo dicta incrementos del Salario Mínimo Interprofesional, pero el resultado es más paro y ajustes salariales a la baja. Los datos del INE lo confirman, mostrando cómo la nómina que perciben más españoles es la más baja posible, lo que constituye un bochorno histórico.
También ha sido de nota que no se hayan enterado hasta el final de que los fondos de inversión que se habían hecho con el control de Naturgy estaban súper apalancados. ¿Qué tiene de malo ese apalancamiento? Que esos inversores entran a crédito y estrujan a la compañía para que pague sus deudas, vía dividendo. No inyectan inversión, inyectan deuda. Una erosión del tejido empresarial del que nuestros dirigente no se enteran, hasta que ya es demasiado tarde.
Más allá de criticar a los políticos, que parece inevitable, aquí van algunas propuestas. Si el Gobierno realmente quiere que se fabriquen coches eléctricos en España, se necesita capital. Ese mismo capital al que tanto atacan. Es necesario atraer inversión real, no la diseñada por la banca de inversión.
La defunción de los planes de pensiones privados ha sido un golpe tremendo en este sentido. Estos instrumentos son grandes inversores, y además muy estables, que permiten prever cuándo sus titulares retirarán el dinero. Sin embargo, su muerte de facto ha cerrado un canal vital de inversión en los mercados. Un arroyo de agua continuo al mercado. La Bolsa española negocia hoy cifras de los años 90, y si se ajusta por inflación, estaría en niveles de los años 80.
Recientemente se ha cancelado la salida a bolsa de Cortefiel, y algunos celebrarán esta noticia. Pero, si queremos competir con China en la fabricación de coches eléctricos, es decir, reindustrializar el país, la restructuración económica que necesitamos es titánica. Se requiere atraer capital, ofrecer un modelo energético competitivo y reducir las cotizaciones sociales y la carga fiscal.
Nada de esto se consigue con subvenciones o prohibiciones a la inversión, ya sea local o extranjera. Mucho menos con declaraciones buenistas sobre sostenibilidad y digitalización.
Si España quiere reindustrializarse, necesitamos incentivar el capital (a través de planes de pensiones, fondos de inversión y apoyo a las empresas que salen al mercado), reducir los costes a las empleadoras y garantizar una tarifa energética competitiva, fruto de un modelo adecuado. Las soluciones simplistas no sirven. Para ello, hace falta conocimiento sobre cómo funciona la economía y, en especial, entender los mercados financieros. Crecimiento y capital vs fiscalidad y burocracia.
¿Queremos que el dinero no se vaya al Nasdaq y se quede en la Bolsa española? Generemos incentivos. Por ejemplo: límites infinitos a los planes de pensiones y en cuanto la primera suscripción cumpla 10 años, quedan limpios de fiscalidad. Además, por cada posición de más de cinco años que tome una inversión directa, o a través de fondos, seguros y pensiones, en activos españoles (renta variable o fija), exención fiscal. Por cierto, puede aplicarse algo parecido a los dividendos de inversores foráneos.
Verá entonces el Gobierno cómo el dinero se queda en casa para impulsar al Ibex, financiar al Tesoro y cubrir nuevas salidas a Bolsa, en lugar de irse a EEUU a las FAANG, los siete Magníficos o lo que toque en su momento. Los mercados no son algo 'de ricos', son los que ponen el dinero a trabajar.
Cosa que ningún político parece entender y así se cometen los episodios que bordean lo ridículo, como rastrear con el CNI en busca de especuladores, gastar dinero público en rehacer rotondas, poner impuestos especiales a las transferencias financieras (por cierto: QUITAR) y similares, que no hacen otra cosa que mandar nuestra economía a la irrelevancia.