“¿Es que no hay lugar donde esconderse?” trasladan desde Julius Bäer como la percepción más habitual en Wall Street. Sin embargo, los refugios existen, aunque seguir su estela requiere de un máster en sopa de letras. Acrónimos como BRICs, FANGs, TINA o TARA están detrás de decisiones en el mercado de bonos, activos bursátiles, materias primas, sectores estratégicos o latitudes industrializadas o emergentes que dependerán, además, de una coyuntura económica en estado de ebullición permanente.

La subida de tipos de interés por parte de la Reserva Federal ha acabado con la era del dinero barato y frenado súbitamente la frenética etapa de inversiones en los mercados de capitales. A la que también ha contribuido la escalada de los precios energéticos derivada de la invasión rusa de Ucrania. El resultado de esta pinza se aprecia en unos índices bursátiles que se han atenazado y pierden fuelle en 2022. Bajo un clima de preocupación inversora por la espiral de inflación y la parálisis económica. El descenso del S&P 500 superaba el 16% anual la pasada semana y el otrora poderoso sector tecnológico, que ha protagonizado las revalorizaciones del bienio del Covid-19, se desploma sin remedio. Hasta un 26% han retrocedido los valores puntocom. Mientras emerge otro foco de rentabilidad, las energéticas, al calor de un barril de crudo, el WTI, de referencia en EEUU, que se ha incrementado en un 50%, hasta merodear los 110 dólares, desde el comienzo del año. Todo ello hace que inversores y compañías estén en una “trampa de crecimiento” avisa Ben Inker, de la firma de inversión Jeremy Grantham, en la que ambos ven elevarse sus capitales y beneficios y, de repente, se forma súbita, desaparece la tendencia. 

El bienio 2020-2021, en el que los mercados reaccionaron con una inusitada salud a la crisis del coronavirus, alimentados por los estímulos fiscales de los gobiernos y monetarios de los bancos centrales, dio lugar a compañías, especialmente tecnológicos, con notables revalorizaciones de sus activos. Después de la cual, se han sucedido diversificaciones de carteras hacia valores más tradicionales como el de las finanzas o las materias primas que no han impedido que los memes stocks o valores altamente populares de inversores minoritarios, hayan sido perjudicados de una manera especial, explica Inker. Al igual que justifica, en cierto modo, la proliferación masiva de las colocaciones en criptoactivos que han acabado estallando. “La nostalgia se ha apoderado de los mercados”, aclara. Hasta el punto de que el análisis ahora gira entorno a la elección de unos activos que puedan capear la tormenta perfecta en la que se ha adentrado la economía global.

De los BRIC a la FANG, la TINA o la TARA, ¿qué será lo próximo? Con este elocuente título llaman la atención desde Julius Bäer la compleja incógnita que tratan de despejar los inversores, según admite Christian Gattiker, responsable de investigación del banco suizo, quien anticipa el mantra que se ha instalado en el sentimiento colectivo de Wall Street y ciertas plazas bursátiles de otras latitudes industrializadas. “No hay lugar donde esconderse”. Expresión que, a su juicio, refleja el tránsito de unos activos que mayoritariamente registraban retornos de beneficios a posiciones negativas, con oscilaciones y altas volatilidades capaces de traspasar de una esfera a otra en una jornada e, incluso, en cuestión de minutos; en especial desde el estallido de la guerra en Ucrania.  

Los mercados están ojo avizor sobre la opción de que se decrete una recesión, su virulencia o la alternativa de una estanflación. Y, aunque los riesgos que revelan los modelos predictivos son todavía moderados respecto a una contracción, el baile de monedas, con el rublo y el dólar al frente de las revalorizaciones, y el encarecimiento del dinero y, por tanto, de la financiación han puesto en alerta a los inversores. Mientras de reduce el rating sobre la deuda soberana china o las huidas de los flujos de capitales. O se da preferencias desde las salas de máquinas de firmas y bancos de inversión a sectores o empresas con perfiles más o menos digitales o sostenibles, alerta Gattiker. 

En esta atmósfera surgen términos como There Is No Alternative (TINA) al hablar de activos. O, como sugiere algún que otro bróker, emitir mensajes TARA (There Are Reasonable Alternatives) para reafirmar carteras en renta fija con rentabilidades positivas. Así como recomendar índices y valores BRIC (Brasil, Rusia, India y China) o FANG (Facebook, Amazon, Netflix y Google) con dudas y versiones razonadas. En opinión de Gattiker, todo este relato inversor sugiere que las futuras inversiones “ya están aquí”, delante de los ojos del mercado, “pero que sólo se van a poder conocer cuando seas capaz de verlas”. Porque algunos fenómenos que están ocurriendo son estructurales sobre los que se pueden establecer márgenes y tendencias, aunque otros son más coyunturales y, por tanto, más difícil de captar y evaluar. Circunstancias que no implican el que todas las empresas estén en una situación delicada. Más bien al contrario. Hay espacios en segmentos como el de Sanidad con altas esperanzas de beneficios y rentabilidades. 

En Morgan Stanley también convienen en resaltar que existen “consideraciones específicas” de negocios dentro de un “clima generalizado de riesgo” para encontrar “rentabilidades sujetas a cambios” en las condiciones geopolíticas, económicas y financieras. “Las acciones van a fluctuar en respuesta a las informaciones corporativas de empresas, de industrias y de mercados, y ante las condiciones crediticias” que se avecinan y que tienden al encarecimiento del dinero. 

Ante esta tesitura, en este banco de inversión creen que los bonos estarán sujetos a amenazas de tipos de interés al alza, lo que implica caída de sus cotizaciones que serán todavía más agudas en sus mercados más maduros y que estarán a expensas del riesgo crediticio que determine los encarecimientos del dinero en cada área de influencia de sus bancos centrales. De igual forma, consideran que la diversificación de carteras no asegura beneficios ni protege contra pérdidas en las plazas bursátiles con índices en descenso. Además de que los inversores deben tener muy en cuenta las implicaciones impositivas de toda reconversión estratégica de carteras y la especial volatilidad del sector tecnológico, una de las industrias estelares de los últimos ejercicios. 

Los mercados internacionales también ofrecen riesgos, con mayor potencial de recompensa en los ajenos a EEUU, debido a las incertidumbres geopolíticas y económicas y a las fluctuaciones de las divisas. Pero con no pocas amenazas sobre ellos por inestabilidad gubernamental, en sus plazas bursátiles y en sus coyunturas. Al igual que la elección de materias primas, donde cuentan cambios en la relación oferta-demanda, en los programas y políticas de las autoridades, así como en las relaciones nacionales e internacionales, los tipos de interés, los cuellos de botella logístico y sobre sus flujos comerciales, avances en digitalización, inclemencias meteorológicas y precios en estado de volatilidad permanente. Además de posibles distorsiones y disrupciones que vayan a afectar a la liquidez de sus sistemas de contratación y transferencia, intervenciones oficiales o movimientos especulativos.  

Yves Bonzon, CIO de Julius Bäer, describe el escenario con precisión: “la arquitectura financiera está en medio de una transición poco familiar: después de un decenio caracterizado por tipos de interés ultra-bajos y dominado por los programas de compra de activos o Quantitative Easing (QE), nos adentramos en un ciclo más restrictivo y creíble iniciado por la Reserva Federal que es el principio del final de la era del dinero gratis”.  

Más a largo plazo, desde Pictet WM se enfatiza en la décima edición de Horizonte, su prestigiosa radiografía de prospectiva global a diez años vista y que incluye expectativas de rentabilidad en más de 50 tipos de activos en cinco divisas, se pronostica cambios en el capitalismo y el retorno al Gran Gobierno. Sus autores, Christophe Donay, director global de Asignación de Activos, y Jacques Henry, estratega de mercados atisban un mayor intervencionismo estatal y problemas de sostenibilidad de la deuda y de los ingresos fiscales como efectos directos de la Covid-19 y de la guerra de Ucrania, factores que modificarán el orden económico y geopolítico mundial en el que emergerá un convidado de piedra poco atractivo: una inflación volátil, pero estructural. 

El modelo capitalista -arguyen- ha generado los últimos 40 años externalidades negativas: desde el cambio climático, hasta un deterioro de la calidad asistencial en Sanidad o una decreciente eficiencia de los modelos educativos, así como una mayor brecha de desigualdad en el reparto de las rentas y la riqueza. Todo ello va a crear “inestabilidad social e incluso geopolítica” que, en el caso de EEUU, se abordará con mayores dosis de incentivos y estímulos, y en el de China, con un intervencionismo a gran escala sobre las empresas privadas. Europa, a su juicio, se situaría en un terreno intermedio, con confrontación geoestratégica, pero con avances en sostenibilidad que requerirán también un mayor protagonismo de los estados. Bajo un contexto de divergencia extensiva entre dinamismo económico real y deuda. Como lo revela el dato de la ratio deuda-PIB que, en 2008 era del 140% y ahora supera el 350%. Entendiendo por endeudamiento el total de vencimientos pendientes de hogares, empresas y gobiernos; es decir, la deuda soberana. 

“Es previsible que esta brecha siga sin suturarse”, explican. E, incluso, incrementarse porque la tensa relación oferta-demanda generará más inflación y, por ende, más endeudamiento. De hecho, en Horizonte calculan que los avances en innovación y las presiones demográficas ya no van a crear fuerzas deflacionarias, por lo que sus augurios hasta 2031 es de subidas de precios medios del 3% anual en el mundo anglosajón (EEUU y Reino Unido) y del 2,8% en la zona del euro. 

En el ámbito bursátil, “resulta previsible una rentabilidad real negativa -una vez descontada la inflación- tanto en liquidez como en deuda a largo plazo soberana, con lo que “podría ser muy conveniente incrementar el peso del crédito y de la deuda de mercados emergentes”. Además, subrayan que la deuda convertible “puede generar retornos intermedios entre la catalogada de alta rentabilidad y la de las acciones, mientras que la privada proporcionaría mejores y más estables beneficios reales”. Sobre las acciones, resaltan que “los márgenes empresariales han estado en máximos y las valoraciones demasiado altas”, pese a lo cual, será posible obtener una rentabilidad de algo más de 5% media en términos nominales en euros los próximos diez años en renta variable global, algo por debajo, en cualquier caso, de la media de la pasada década”.  

Por su parte, los hedge funds tienden a evolucionar a largo plazo en línea con la renta variable, mientras las valoraciones del capital privado se muestran excesivas, si bien con apalancamiento, lo que puede mejorar la rentabilidad esperada, que puede ser algo más de 8% de media anual nominal en euros en los próximos diez años, “menor que en el pasado”. Los autores destacan también al capital riesgo por ser una inversión cíclica y en un contexto de transición energética y en innovación, lo que induce a pensar que jugarán un papel determinante en ambos cambios de paradigmas con episodios de altas rentabilidades.