Lo cierto es que antes de la crisis, la economía de España dependía de la demanda creada por una burbuja inmobiliaria apalancada, un patrón no muy diferente en algunos sentidos del de Estados Unidos, según el economista norteamericano: “Tanto el crecimiento como el empleo tuvieron lugar a expensas del lado comercial de la economía”.
Pero España ha hecho sus deberes. “El camino a la recuperación, si bien difícil y prolongado, ha sido relativamente claro y específico”, mantiene Michael Spence. En primer lugar, los costos de mano de obra unitarios tenían que bajar a niveles productivos para restaurar la competitividad –un proceso doloroso sin el mecanismo del tipo de cambio-. Y en segundo lugar, era necesario que tanto el capital como la mano de obra fluyeran hacia el sector comercial, donde las restricciones de la demanda se pueden relajar a medida que converge la productividad.
Sin embargo, tanto los responsables de las políticas como los líderes empresariales de España parecieron entender la naturaleza de los desequilibrios económicos previos a la crisis y la importancia del sector comercial como motor de recuperación, según este experto: “El gobierno reconoció que la economía podía no beneficiarse de un restablecimiento parcial de la competitividad sin cambios estructurales y sancionó una reforma significativa del mercado laboral en la primavera de 2013. Fue polémica porque, al igual que todas las medidas de este tipo, rescindió ciertas protecciones para los trabajadores. Pero la máxima protección es el empleo creciente. Con retraso, la reforma hoy parece estar dando sus frutos”.
De hecho, aunque la inversión doméstica está limitada por la disponibilidad de crédito, las principales multinacionales europeas y latinoamericanas han comenzado a invertir en la economía española, atraídas en parte por su mejor postura competitiva y flexibilidad estructural y, en un horizonte ligeramente más lejano, por una recuperación de la demanda interna.
Además, el capital de riesgo también está regresando, no sólo porque las valuaciones son atractivas, sino también porque el crecimiento potencial en España hoy parece posible de alcanzar.
¿Se puede decir también esto está pasando en otros periféricos? Aunque España e Italia están igualmente deprimidas en términos de crecimiento y empleo actual, especialmente para los jóvenes, Spence destaca dos diferencias significativas: “Una es que, a diferencia de España, Italia ha experimentado una convergencia relativamente menor de los costos de mano de obra unitarios y la productividad. Eso restringe el potencial de la parte comercial de la economía como motor de crecimiento. Y la segunda diferencia es que la reforma del mercado laboral y la liberalización del mercado en Italia siguen en la lista de asuntos pendientes del nuevo gobierno del primer ministro Matteo Renzi”.
Por último, Michael Spence señala que las economías exitosas en las últimas tres décadas han sido aquellas que han adoptado reformas y políticas destinadas a incrementar la adaptabilidad estructural: “Podemos pensar en Estados Unidos después de Ronald Reagan, en el Reino Unido después de Margaret Thatcher, en Alemania después de Gerhard Schröder y en China después de Deng Xiaoping. España parece estar en las primeras instancias de recuperar un patrón de crecimiento equilibrado y sostenible. Es de esperarse que otros pronto sigan su ejemplo”.
María Díaz