No cabe duda de que los mercados reaccionan de forma exagerada a los datos macroeconómicos porque los agentes de bolsa les otorgan una grandísima fiabilidad. De hecho, cabría pensar que en la actual era de los «macrodatos» disponemos de datos cada vez más seguros. Por desgracia, la realidad no es tan sencilla.
Pensemos en el caso de los datos sobre el consumo: mientras que las encuestas al respecto obtenían tasas de respuesta del 85% en los años ochenta, ahora han caído al 65% y a menudo las respuestas están sesgadas. Los estadísticos tratan de sortear este descenso yendo a buscar los datos directamente en la red pero, al hacerlo, introducen un sesgo al infraponderar el consumo realizado al margen de Internet. De los «macrodatos» a los «malos datos»; la línea que los separa es muy fina. Además, nos enfrentamos a una paradoja evidente: aunque hoy en día la granularidad de los datos resulta mucho mayor, ello no significa que la fiabilidad final de las cifras haya aumentado.
En el mismo orden de ideas, observemos lo que sucede al otro lado del canal de la Mancha. El Banco de Inglaterra, siempre ejemplo de pragmatismo, publica ahora varios datos en forma de horquilla en lugar de indicar cifras exactas. Decir que en 2015 el crecimiento inglés fue de entre el 2 y el 3% parece menos ambicioso que afirmar que fue del 2,5%, si bien sin duda es más sincero desde el punto de vista intelectual.
Relativizar las estadísticas tomando como referencia estas consideraciones debería ayudar a los inversores a conseguir algo de serenidad. Del mismo modo que la observación de estadísticas quizá no tan conocidas pero a veces más pertinentes. Por ejemplo, hoy en día el 50% de los habitantes de Shanghái ya no se prepara la comida, sino que pide comida a domicilio. Esto dice mucho más que un PIB incierto, lo que aporta tranquilidad, tanto al respecto de la transformación de la economía china hacia una economía de servicios como sobre las perspectivas de crecimiento de la segunda economía del mundo.