Además, la agresiva política de tipos de Jerome Powell ha fortalecido el dólar y propiciado un anual ritmo en el baile de divisas con intervenciones de otros bancos centrales para sostener el valor de sus divisas y un círculo vicioso de recolocaciones de carteras, tensión en las emisiones de bonos e incertidumbre entre hedge-funds, fondos de pensiones y, en general, en los 24 billones de dólares de inversiones en activos privados acaparados en la última década en los distintos mercados de capitales. 

Los mercados están a la que salta. Cualquier alteración en su interpretación cautelar actual de los acontecimientos geopolíticos, energéticos, económicos o financieros tendrá una inmediata y, según los casos, contundente respuesta inversora. El último vestigio de esta reacción ha sido la huida inversora de los bonos británicos gilt -a 30 años-, lo que miden la confianza a largo plazo de la economía y el hundimiento hasta tocar la paridad con el dólar de la libra esterlina a colación de una rebaja fiscal valorada en 50.000 millones de euros -unos 45.000 millones de libras- y que estaba especialmente dirigida a las rentas más pudientes. La percepción inversora no pasó por alto el intento del Gabinete de Liz Truss de impulsar una receta que interpretó como una merma recaudatoria y que, además, pretendía en su memoria económica asegurar que conduciría, por el mayor dinamismo de la actividad que esperaban inculcar al sistema productivo británico, a un mayor gasto social. 

Sin embargo, no ha sido el único capítulo de elevada volatilidad, con una caída libre corregida por la intervención del Banco de Inglaterra (BoE), aunque, sobre todo, por la marcha atrás, una semana después del inicio de las hostilidades inversoras, de la estrategia económica desde el 10 y el 11 de Downing Street, sedes de la premier y del Chancellor of the Exchequer o ministro de Finanzas británicos. Los mercados de capitales muestran su estado de incertidumbre hace varios meses. Quizás el intento de lanzar un mini-presupuesto poco creíble por parte del Gabinete de Truss ha hecho saltar los termómetros, pero la preocupación de los algo más de 24 billones de dólares almacenados en las carteras de inversión con activos bursátiles en poder de patrimonios privados, es cada vez más patente. 

También de fondos de pensiones que usan derivados para protegerse de los incrementos de los tipos de interés y de los riesgos aparejados a las inversiones a corto y medio plazo en un momento en el que las peticiones de retirada de los ahorros se han sucedido sin remedio. A lo que se une el efecto contagio en el mercado de bonos, sobre todo en los de largo plazo, que no acaban de restaurar el orden ante la creciente ola de endeudamiento soberano y corporativo y las dudas sobre el momento en el que los países podrán iniciar el camino hacia la consolidación presupuestaria.     

Todo ello ha provocado ya un retroceso de rentabilidades. La entrada súbita en un estado bear del mercado y la asimilación de pérdidas por parte de los dueños de carteras de inversión. Por primera vez desde los diez días que sucedieron a la proclamación del Covid-19 como pandemia global, y que se personificó en la caída libre de los indicadores de Wall Street en la última semana de febrero de 2020. 

Tampoco las economías ofrecen una tregua. El energy crunch en Europa y la ralentización china por su política de Covid-cero no son de gran ayuda. Ni ofrecen perspectivas halagüeñas. Aunque, por encima de todo, el foco de irritación inversora tiene su origen en la estrategia de la Fed de alejar drásticamente el dinero de los intereses próximos a cero. Su último incremento, de tres cuartos de punto, el pasado 20 de septiembre, es la tercera consecutiva de este calibre, lo que ha situado el precio del dinero por encima de la barrera del 3% -oscila entre este nivel y el 3,25%- por primera vez desde la quiebra de Lehman Brothers, y ha forjado un consenso en el mercado que aventura unos tipos más allá del 4% antes de que concluya 2022. 

La autoridad monetaria americana no había elevado el dinero con tanta virulencia, en maniobras del 0,75%, desde 1994, lo que ha propiciado que los analistas empiecen a concebir esta carestía tan súbita como el nuevo baremo a seguir; muy alejado de los repuntes del 0,25% que parecía la norma habitual en las últimas décadas. Y lo peor es que casi 90 bancos centrales han seguido tácticas alcistas en los tipos en todo el mundo. El resultado será un incremento de apenas el 3% en el PIB de las potencias de rentas altas que integran el club OCDE. En el límite de la recesión global, según la jerga multilateral, y con malos presagios inmediatos, porque los expertos de la institución se aventuran a hablar de dato plano en el PIB global para 2023, en torno al 1%, dos puntos por debajo de ese baremo que consideran una contracción técnica internacional real.  

La política de tipos al alza tan agresivos -unas 40 autoridades monetarias los han incrementado en algún momento de este año con al menos un movimiento de tres cuartos de punto- no han logrado hasta ahora controlar las espirales inflacionistas, que siguen sin dar señales de remisión; es decir, sin señalar un techo máximo en sus escaladas. Por si fuera poco, el valor del dólar se ha desbordado y marca cotas históricas respecto al euro, el yen o la libra, entre las divisas de mayor rivalidad global dentro del espectro industrializado, y ha ganado terreno respecto a las monedas de los mercados emergentes y en desarrollo. Hasta el punto de que los analistas hablan abiertamente de “guerra cambiaria” que puede alterar “el natural comportamiento del sistema de globalización y de la arquitectura financiera internacional”, admiten en Goldman Sachs, que también resalta el mensaje de Powell de que la Fed no parará en su alza de tipos “hasta que el trabajo esté hecho”; es decir, hasta haber doblegado la escalada de los precios.   

Todo este panorama ha dejado tocados a los mercados y a la actividad global. La inflación es ya desde hace medio año el enemigo público número uno de la coyuntura mundial. Tal y como se está comprobando en el tránsito entre el negro septiembre y el rojo octubre, como recalcan en The Economist para explicar los efectos del encarecimiento global del dinero y la agresividad de la estrategia de la Fed, cuyo IPC continúa en niveles desconocidos en casi cuatro décadas. Y con síntomas de que la gestión monetaria, de dólar fuerte y financiación restrictiva, está empezando a atraer inflación importada. El S&P 500 está el nivel más bajo del año, el comercio y la industria inmobiliaria empiezan a registrar una tendencia en franco retroceso y las fugas de capitales se agudizan también por Europa y Asia. Hasta el punto de comenzar a pensar que “ya todo resulta mejorable; al menos a medio plazo”, explica Michael Hartnett, de Bank of America. 

Las alusiones a una etapa incierta de indefinición, de dudas sobre desprenderse de activos o de colocar ganancias en función de valoraciones concretas, como avisan en S&P Global Intelligence, se aprecia con relativa nitidez. Solo que, en esta ocasión, como matizan los expertos de la unidad de inteligencia de la agencia de calificación de riesgos, sin un referente futuro perceptible como ocurrió a las pocas semanas de la expansión del Covid-19. “Nadie está sugiriendo abiertamente en el mercado que es una oportunidad para comprar”, aseguran.  
  


“Existen unas presiones a escala mundial nunca vistas con anterioridad y que conducen a una onda expansiva plena de encarecimiento del precio del dinero”, recuerda Hartnett. “Un clima bursátil donde reina el caos”, especifican en el semanario británico, que “conducirá de manera irremediable en un deterioro brusco de la actividad económica global”. Al que la fortaleza del dólar no contribuye precisamente a transformar. Porque el billete verde ha aumentado su valor en el DXY, el indicador que compara su cotización con una cesta de las seis mayores divisas con estatus internacional, en un 18%, hasta situarse en su cota más alta en más de dos décadas. El músculo del dólar ha generado gran parte del drama de la libra esterlina de esta semana y a dar mayor pábulo al BCE para inminentes y más bien agresivas subidas de tipos.   


         
Ante tal panorama económico y con un calendario invernal que augura turbulencias energéticas en Europa, pero también en el resto del planeta, el mercado parece cruzar los dedos para que el Comité de Mercados Abiertos de la Fed empiece a atisbar cuanto antes el punto de regresión de la inflación en EEUU. Porque la estela monetaria del mercado más importante del mundo es tremendamente alargada.