1.- Nueva división de Europa. La brutal invasión rusa dirigida a destruir la soberanía de Ucrania y a prevenir cualquier intento futuro de ingresar en la OTAN y la UE lleva aparejada la misión de anexionar parte o la totalidad del Dombás para crear lo que le Kremlin denomina una zona de seguridad entre Rusia y Occidente que también incluye a Bielorrusia y Kazajistán. La repulsa de Moscú a lo que su dialéctica llama “las reglas basadas en las directrices de Occidente” apunta a la instauración de una nueva división en Europa tres décadas después de la caída del Muro de Berlín y dos de los ataques del 11-S que marcaba el final de lo que se conoció en las cancillerías de todo el mundo como la larga siesta geoestratégica que ponía el epitafio a la Guerra Fría y que se caracterizó por una conflictividad de baja intensidad y supeditada al ámbito diplomático.
2.- La violación de la soberanía de Ucrania entierra el orden de la post-Guerra Fría. La primera mitad de la post-Guerra Fría se caracterizó por la unipolaridad de EEUU. La crisis política y sobre todo económica de Rusia, en 1998, dio lugar a una época de unilateralismo de la Casa Blanca en la que ejerció una indudable hegemonía militar y tecnológica con largas fases de prosperidad. Y en la que China, entretanto, iba ganando en ascendencia global, geopolítica y económica. Hasta que, en los últimos quince años, se ha presenciado la revitalización de Rusia, la irrupción china como superpotencia y una creciente rivalidad entre aliados occidentales que ha erosionado el liderazgo estadounidense. La invasión rusa de Ucrania es un flagrante vestigio de que el papel de EEUU como gendarme o policía global se ha disipado, lo que induce a pensar que el mundo se ha vuelto más peligroso, inestable e ingobernable.
3.- La guerra arraiga la alianza geoestratégica entre Moscú y Pekín. El ostracismo internacional en el terreno político, económico y en la arquitectura financiera global ha hecho que Rusia virara sus tentáculos diplomáticos prioritarios hacia el Este y cimentara una entente cordiale con China que comenzó hace un decenio como un matrimonio de conveniencia, pero que se ha convertido en una alianza cimentada en bases sólidas en “ámbitos inimaginables” hace sólo unos años, tal y como resalta el Kremlin en un reciente comunicado oficial nada más estallar el conflicto bélico en Ucrania. Rusia empezó a pivotar hacia el Este en 2012, después de concluir que era imposible encontrar puntos de encuentro en materia de seguridad con Europa y de convenir que el futuro económico está en Asia. Ayudó a China en los terrenos energético, a reforzar su poderío militar marítimo y aéreo, en materia de inteligencia y en análisis diplomático y de Defensa. A cambio de recibir financiación y tecnología. A Pekín, su nuevo aliado -enemigo irreconciliable durante la Guerra Fría- le ofrece seguridad fronteriza en el norte, fuentes y recursos naturales y una visión compartida del autoritarismo y el nacionalismo que colisiona con los valores occidentales. En los Juegos Olímpicos de Invierno de Pekín, días antes de la invasión de Ucrania, sus presidentes Xi Jinping y Vladimir Putin declararon que el acuerdo “no conoce límites” y que llevaría a reforzar sus “objetivos militares y políticos compartidos a un nivel superior”.
4.- La acción militar rusa acelera la bifurcación del mundo en dos bloques hostiles. China y sus rivales occidentales han estado compitiendo durante años por establecer su dominio sobre las industrias y empresas tecnológicas. Ahora, se preparan para un futuro decoupling o ruptura del ensamblaje económico-comercial surgido del proceso de globalización. La crisis del Covid-19 ha catapultado aún más esta tendencia mientras se suceden las fuerzas que reclaman un retorno a la regionalización productiva. La definitiva ruptura con Occidente acelera la división de los polos rivales. Algunos países han tomado ya partido, pero la mayoría guarda silencio para tratar así de mantener abiertas las dos opciones. Con el paso del tiempo, este frágil equilibrio llegará a ser cada vez más difícil de sostener.
5.- La nueva defensa colectiva de la OTAN abarcará hasta Asia. Porque, pese a todo, la prioridad estratégica estadounidense sigue siendo la emergente hegemonía de China. A la Casa Blanca las hostilidades en Ucrania siguen siendo un asunto de las fronteras orientales de sus aliados de la UE. Ante el decadente poder de Rusia. Lo cual no quiere decir que vaya a desatender un asunto capital. Pero sus energías estarán puestas en el riesgo chino y la petición expresa de protección de Japón, Corea del Sur y, sobre todo, Taiwán, en el punto de mira de las tensiones geopolíticas, que están tejiendo una especie de OTAN asiática junto a Australia y Nueva Zelanda y que abarca toda la región Asia-Pacífico.
6.- La carrera armamentística toma nuevos bríos. La desintegración de la Unión Soviética sacó del baúl de los recuerdos la doctrina del “dividendo de la paz” y marcó un periodo de descenso de los gastos militares. Sin embargo, la carrera armamentística se ha reanudado en los últimos años, con China expandiendo su arsenal nuclear y Rusia, EEUU, Reino Unido, Francia y el resto de las potencias atómicas modernizándolos. El número de ojivas nucleares desplegadas durante maniobras militares operativas ha aumentado, revertiendo una tendencia decreciente desde el año 1991. El cheque presupuestario global en 2021 rozó los 2 billones de dólares, cifra similar al tamaño del PIB de Italia. Adicionalmente, el desarrollo y empleo de misiles antibalísticos, armas anti-satélite y proyectiles hipersónicos han amplificado la percepción de amenaza entre rivales geoestratégicos y acelerado la carrera armamentística.
Este combate táctico no ha alcanzado aún la dimensión que se alcanzó entre Rusia y EEUU a lo largo de los años de la Guerra Fría, pero el gasto militar del Pentágono es todavía 2,5 veces más importante que el de China, que lo está incrementado año a año. La guerra de Ucrania aumenta la proliferación de armas y la desestabilización de la doctrina de la distensión.
7.- Los estándares democráticos globales se hacen más inalcanzables. La guerra en Ucrania ha profundizado la división entre el autoritarismo y la democracia en el mundo. Rusia registra uno de los retrocesos más intensos en el Índice de Democracia anual del EIU, recién publicado en su edición 2022. En un indicador en caída constante desde la decisión de Putin en 2012, entonces primer ministro, en una especie de alternancia con la jefatura del Estado, de perpetuarse como presidente ruso. Desde entonces, se ha elevado el grado de corrupción, erosionado la libertad de expresión, intensificado la represión en las protestas políticas y, en consecuencia, sofocado el espíritu democrático. China también ha incrementado su autoritarismo bajo la presidencia de Jinping. De ahí que la cristalización de la alianza ruso-china frente a Occidente marque el mayor hito histórico reciente.
8.- Alemania adquiere un papel activo en la política de seguridad europea. Un viraje geopolítico en toda regla. La decisión de Berlín de proveer de armas a Ucrania e invertir 100.000 millones de euros en su Ejército y elevar el gasto en Defensa por encima del 2% de su PIB, el objetivo que se ha impuesto como factura mínima entre los socios de la Alianza Atlántica, supone un cambio en la política exterior germana. Un punto de inflexión o zeitenwende, dijo el canciller Olaf Scholz. O, dicho de otro modo: Alemania abandona el soft power en su relación bilateral con Rusia. La consigna de la persuasión, puesta en marcha durante dos decenios en los que se ha aumentado la dependencia energética con Moscú -sometida a no pocos cortes de la espita del gas y el crudo- y que tuvo como medida inicial la paralización del gaseoducto Nord Stream 2 antes de su puesta en escena. Este nuevo escenario otorga a Alemania un poder de influencia en el ámbito militar entre sus aliados europeos desconocido desde la Segunda Guerra Mundial. Y sitúa a la UE ante el retp de recomponer las prioridades del Viejo Continente. La Seguridad y la Defensa coparán la parte más alta de las agendas políticas.
9.- Europa se verá forzada a resituarse en el nuevo orden global. El despertar de Europa, como han denominado observadores internacionales a uno de los efectos colaterales de la invasión de Ucrania, supondrá que EEUU ejercerá el liderazgo en la OTAN, pero las decisiones e intereses de Alemania y Francia serán tenidos más en cuenta. Rusia ha vuelto a protagonizar el cartel de enemigo público número uno de la Alianza Atlántica, inmersa estos años en una reconversión de desafíos entre los que se citaba a China, la ciberseguridad y el cambio climático. Las tres C’s. Ucrania ha generado un impredecible sentimiento de unidad entre los aliados, pese a que puede acabar fragmentado en el futuro por intereses nacionales y regionales venideros. La divergencia transatlántica sobre el veto energético a Rusia muestra que el consenso sigue siendo difícil.
10.- La guerra de Ucrania puede inflamar otros conflictos armados. Varios poderes regionales con intereses revanchistas o ambiciones expansionistas como Azerbaiyán (Nagorno Karabaj), China (Taiwán) o Turquía (sobre el Mediterráneo oriental) vigilan la evolución de las hostilidades en Ucrania. Con suma concentración. Porque el intento ruso de curvar la soberanía ucrania y el grado de respuesta e intervención de Occidente determinará sus futuras acciones. E incluso si no emulan al Kremlin, la guerra de Ucrania tendrá efectos desestabilizadores en otros conflictos armados en el mundo.