Adicionalmente, el salario medio bruto en el sector público superó en un 47,61% al del sector privado (2.807,10 euros y 1.901,70 euros, respectivamente).
Si atendemos, además, a las diferencias con la remuneración media de los trabajadores autónomos (se ha publicado que hasta 2 de cada 3 estarían retribuidos incluso por debajo del SMI), la desigualdad retributiva en el desempeño personal se hace manifiesta en nuestro país.
En economía, rentabilidad y riesgo se correlacionan de manera positiva. Cuanto mayor es el riesgo, mayor es la rentabilidad exigida. Obviamente, no parece que esta máxima resulte de aplicación práctica al desempeño personal en nuestro país. El riesgo, el emprendimiento, o simplemente la ordenación de recursos por cuenta propia para ejercer una profesión, no ofrecen resultados que estimulen y alienten a la sociedad para emprender. Pero tampoco el sector privado ofrece los imbatibles estímulos del sector público en cuanto al desempeño personal: mejores salarios medios y sin riesgo, una vez, claro está, se supera la exigente oposición.
Hablando de desempeño, recientemente, los medios de comunicación publicaban la noticia de que un abogado se vio obligado a llamar a la policía para obtener cita con la Tesorería General de la Seguridad Social y poder tramitar el cobro de su pensión, después de tres meses de imposibilidad manifiesta de obtener atención por teléfono, internet ni, por supuesto, en persona.
La respuesta del sector privado a la pandemia (taxistas, pasteleros, electricistas, abogados, asesores, etc..), con infinitos menores medios que el sector público (pues cada empresario actuó de manera individual, con su propio peculio y posibilidades), se ajustó, de inmediato, a las enormes dificultades sanitarias y administrativas que se planteaban para la continuidad de la actividad. No hubo desabastecimiento, ni imposibilidad ninguna de adquirir la totalidad de bienes y servicios ofrecidos en el sector privado. ¿Y en el sector público? ¿la Tesorería General de la Seguridad Social? ¿la Agencia Tributaria? Etc, etc..
Existe otra asimetría de comportamiento si analizamos, por ejemplo, el endeudamiento. Así, mientras que las empresas reducen su deuda en estos momentos de subida de tipos, el Estado continúa incrementándola.
De una deuda total en el año 2008 de 440.621 M€ (38,70% del PIB y 9.529 € de deuda per cápita) pasamos a una deuda, en 2021, de 1.427.238 M€ (118,30% del PIB y 30.090 € per cápita).
Pero quizás la diferencia más significativa se encuentre en las diferentes responsabilidades asumidas (y exigidas) por (y a) los órganos de gobierno, consejeros y administradores en el sector privado y políticos en el sector público. En el distinto cumplimiento de los deberes de diligencia y lealtad que se exige, a veces de forma desproporcionada, a los rectores de compañías privadas y no a los administradores públicos, quizás podamos encontrar también una correlación positiva con la eficiencia. A mayor responsabilidad exigida (patrimonial propia, se entiende) mejores serán los resultados. Es decir, justo lo contrario de “el dinero público no es de nadie”.
El profesor Bastos, M. A. explica perfectamente en sus vídeos (absolutamente recomendables) la ineficiencia del Estado y el incremento exponencial del coste de sus servicios en los últimos treinta años en los que, precisamente, todos los bienes de equipo han bajado de precio en el sector privado.
Soy de los que siempre he defendido la libertad hasta la obsesión. Y, quizás por ello, asisto asustado al fenómeno de estatización de nuestra sociedad (refiriéndome siempre al orden económico, pero eso sí, en el más amplio sentido).
En España, hoy, una persona graduada en medicina, derecho, administración y dirección de empresas, arquitectura, etc, o, en mecánica, electricidad, fontanería, etc.. la última opción laboral que se plantea es abrir una consulta, gabinete, despacho o establecimiento, para ejercer su profesión por cuenta propia. En los años ochenta, sin embargo, establecerse -como se decía- era la opción y esperanza profesional para la vida de muchas de esas personas. Los aprendices de aquellos años (carpinteros, ferreteros, peluqueros, carniceros, pescaderos, etc) acababan quedándose los negocios tras años de desempeño. Existía una cultura del emprendimiento, del autoempleo y de la creación de valor a través del propio negocio, como elemento de ahorro e inversión.
Los datos de la EPA, en sus aspectos cuantitativos, reflejan la realidad de un camino que, desde luego, parece difícil de sostener al medio plazo, viendo el tamaño que ya alcanza la brecha salarial de clase (público vs privado).
Sin embargo, es aún más atroz y descorazonador el efecto de un análisis cualitativo de la EPA: el reflejo de una sociedad para la que “el dorado” no es más que un puesto fijo en la Administración. Y ese terrible destino no era sino la condena con la que se castigaba a quienes se suicidaban, en la película de 1988, Bitelchús. Eran, claramente, otros tiempos.
¿Quién soy?
Soy autónomo desde hace más de veintiocho años. Estudié empresariales y derecho, y ejerzo ambas profesiones, así como la de auditor de cuentas. Mi visión de la economía, después de tantos años de estudiar y practicar, se ciñe a su definición más básica, pero vigente: (1932 Lord Robinson): la economía es la ciencia que se ocupa de la utilización de medios escasos susceptibles de usos alternativos. Y es, por tanto, la eficiencia en el uso de esos recursos escasos lo que entiendo debe exigirse a un administrador. Alcanzar el objetivo con el menor coste.