“La capacidad eléctrica de las energías renovables tendría que expandirse hasta superar el 50% del mix energético global en los próximos cinco años, con el impulso regulatorio y el respaldo de las finanzas gubernamentales y una reducción de los costes empresariales”. Esta recomendación parte del último diagnóstico anual, el World Energy Outlook 2019, de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, según sus siglas en inglés), la máxima autoridad energética mundial con sede en París.

Un “objetivo crucial” si se quiere luchar con efectividad contra la catástrofe climática que han cuantificado en un incremento de 1.200 gigavatios (Gw) de la cuota de energías limpias para 2024, “si se pretende reducir con ciertas garantías de eficacia el calentamiento del planeta” alertan sus expertos.

Esta cifra, como todas las de dimensión sideral, podría caer en un limbo de difícil traslación a la realidad de los datos. Pero la propia IEA se encarga de compararlo con más precisión: es la totalidad de la capacidad eléctrica instalada en EEUU. Los países -inciden desde la IEA-, “deberían añadir más poder renovable a sus mix energéticos como factor determinante en sus esfuerzos de descarbonizar sus suministros de energía”. Aunque no sería suficiente.

Fatih Birol, su director ejecutivo, recuerda que las fuentes limpias “ya son la segunda oferta eléctrica en todo el mundo”, un salto cualitativo notable, “pero aún insuficiente, porque su instalación dista mucho de ser estratégica en ciertas latitudes y su evolución en los sistemas productivos y de consumo nacionales no están del todo garantizados”. De modo que -alerta- “debe acelerarse su implantación aún en mucha mayor medida si se quiere conseguir un clima estable, con altas calidades del aire y accesos sin trabas a las energías no contaminantes”. El responsable de esta institución multilateral, además, especificó que deben ser las naciones más ricas – las potencias industrializadas y los grandes mercados emergentes- las que abanderen esta hoja de ruta.

 

 

El desafío, pues, está lejos de lograrse. Aunque los esfuerzos hayan ido en la dirección correcta. Porque el mix energético global todavía está dominado por los combustibles fósiles en un 80%, según los cálculos de la IEA. Es decir, por fuentes que provocan emisiones de efecto invernadero. Sólo si países como EEUU y China -los más contaminantes del planeta- y el bloque europeo suben la capacidad de sus turbinas eólicas y de sus paneles solares a toda máquina, el porcentaje de la cota de renovables podría llegar sin problemas hasta el 30% en 2024, cuatro puntos por encima de sus niveles actuales.

El 60% de esta escalada, “se podría alcanzar únicamente con la energía solar”. Con suculentos beneficios de negocio, explica este organismo. Dado que “las escalas de valor de las plantas solares en funcionamiento presentan costes substancialmente más baratos que la de los centros e instalaciones energéticas que utilizan combustibles fósiles”. Según sus predicciones, este ahorro sería del 35% en 2024 si se situaran paneles solares en casas, oficinas y factorías. Pero supondría todavía una reducción adicional, casi exponencial, si se pusieran en marcha acciones de suministro energético de origen solar en sectores industriales y en el circuito comercial.

“La demanda residencial de paneles solares tiene un potencial de crecimiento de casi el 35% en todo el mundo, lo que facilitaría la colocación inmediata de más de 100 millones de sistemas en los tejados de edificios de viviendas colectivas e individuales”, pone como ejemplo la IEA.   

 

 

Las renovables también mejorar la eficiencia y la celeridad de los conductos de calefacción y de aire acondicionado. Una premisa científicamente demostrada que no resulta baladí “si se tiene en cuenta que la demanda de frío y calor en los edificios de viviendas y las instalaciones fabriles suponen la mitad del consumo global de energía y es la responsable del 40% de las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera”, advierten.

Por si fuera poco, “las peticiones de energía renovable para calefacción revelan un incremento de su demanda del 22% en 2024; sobre todo, en los mercados de China, Europa, India y EEUU”. Aunque, pese a esta potencial, las previsiones de consumo, para ese mismo ejercicio, de todas las energías renovables hablan de sólo un 12%, sólo dos puntos más que la cuota actual, del conjunto de 2018.

Sin embargo, el cumplimiento de los objetivos de París va por otros derroteros. Las emisiones globales de CO2 alcanzaron una cifra sin parangón el pasado ejercicio: 37.100 millones de toneladas. Con casi todas las naciones alejándose de sus objetivos de control. India lo superó en un 6,3%; China, en un 4,7% y EEUU, en un 2,5%, revela Global Carbon Project. Aunque consultoras privadas como Rhodium Group lo incrementan hasta un 3,4% en el caso de EEUU. El mayor aumento de los últimos ocho años.

 

 

Visión estratégica a largo plazo

El WEO de la IEA de 2019 deja su impronta a los gobiernos y empresas sobre la conveniencia de protocolizar una visión panorámica y de largo recorrido. Sobre a dónde debe dirigirse la energía para combatir el calentamiento global.

Los expertos de esta institución también entonan el mea culpa. Han tenido que ser presionados por científicos y think-tanks para que escenifiquen una planificación consistente con los objetivos de los Acuerdos de París. 

También han incluido mayores dosis de ambición a lo que denominan Escenario de Desarrollo Sostenible o SDS, según sus siglas en inglés o al dedicado a los efectos de las recetas en vigor (CPS). Hojas de ruta que buscan reducir hasta 1,5 grados el aumento de la temperatura media del planeta respecto a los niveles previos a la industrialización pero que, sin embargo, pecan de plantear métodos de reconversión más intensivos que recorten ese aumento en torno a dos grados centígrados o las líneas de actuación preferenciales para lograr el reto de emisiones cero en 2050. En este sentido, resulta más ambicioso el texto del llamado Panel Intergubernamental de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

Aun así, el sector privado cree que la IEA está más pegada a la realidad corporativa. Consideran que los cambios serán especialmente difíciles y muy costosos. No es -dicen- una transformación que sólo deban acometer las firmas energéticas. Debe involucrarse la sociedad en su conjunto y suponen modificaciones drásticas de comportamiento. Por eso valoran como más pragmática la visión de esta institución que las de la ONU. Aunque sus deliberaciones científicas y sus cálculos económicos apuesten sin fisuras por un nuevo paradigma energético con un viraje en toda regla de las cadenas productivas en los próximos 30 años. Una misión draconiana, admiten en la IEA a la que deben enfrentarse, por mero instinto de supervivencia, desde ya mismo, las compañías del sector. Con inversiones cuantiosas y constantes. Para abordar escenarios factibles que logren emisiones no contaminantes en el ecuador del siglo. 

Por eso, parten, en su Escenario de Políticas Estatalizadas, de un reconocimiento implícito y sin paliativos, que los 'lobbies' de los combustibles fósiles ejercerán su dominio, al menos, hasta 2024 y que, según su SDS, su planteamiento sobre políticas de Desarrollo Sostenible, los modelos que se basan en el petróleo y el carbón, continuarán creciendo a lo largo de la próxima década hasta ceder su protagonismo al gas a partir de 2030. Entonces, las inversiones destinadas al crudo y al carbón, empezarán a descender.

De ahí que juzguen necesario y urgente la involucración de la sociedad y de un mayor rango de instituciones públicas y privadas -incluidas las firmas de capital-, para acelerar el tránsito hacia la neutralidad energética. En esta tarea, la labor de los centros de investigación (think-tanks) y de sus laboratorios de ideas y proyectos serán determinantes para iniciar políticas disruptivas que transformen el mix energético actual.